HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















DEAR WENDY

Dinamarca-Francia-Alemania, 2005


Dirigida por Thomas Vinterberg, con Jamie Bell, Bill Pullman, Michael Angarano, Alison Pill, Mark Webber
.



Es imposible mirar Dear Wendy sin pensar en Lars Von Trier, así que comenzaré por tratar de exorcizar su figura lo más rápido posible hablando de la parte que le toca en esta película de Thomas Vinterberg (La celebración) escrita por él. Como en Bailarina en la oscuridad, Dogville y la reciente Manderlay, aquí también hay un espacio acotado, pequeño, casi abstracto, que representa a los Estados Unidos de América menos como territorio geográfico que cultural. Los planos cenitales de las marcas en el piso de los decorados del film que protagonizaba Nicole Kidman, así como las del plano del ficticio pueblo de Estherslope que vemos aquí, conforman el mapa de un país imaginario al que Von Trier tanto más odia cuanto influenciado se sabe por él, de un territorio experimental en el que ubica a sus criaturas como un científico a sus ratas de laboratorio. El suyo es un país de apuntes sociológicos, teología barata y géneros cinematográficos. Un país de película y de películas: una idea de país formada menos por el contacto y la experiencia de vivir en él que por (o contra) las convenciones de la representación que el cine americano diseminó por todo el planeta. Y el de Dear Wendy quiere inscribirse, más precisamente, en el territorio mítico del cowboy y las armas usado como alegoría de la prepotencia americana, cuando apenas si le alcanza para ser un western mal entendido (que abona deliberadamente el terreno para más de un debate estéril sobre la inseguridad cotidiana, el aumento del delito, etc., etc., etc., basado en el malentendido de que toda película de valía ha de proponer un tema “importante”), pero no tan mal ejecutado. Claro que esto último es mérito de Vinterberg, a quien por un buen rato parece interesarle más la puesta en escena que la moraleja, los personajes que las marionetas, y el cine que los sermones.

Sólo por eso esta historia de cinco adolescentes descastados, que no encajan con la rutina de un pueblo minero y descubren en las armas una solución postiza para su alicaída estima, consigue edificar durante la primera mitad un mundo ficcional excitante y autosuficiente. La cámara en mano, ostensible pero discreta, los acompaña, los busca, los comprende, hace de la voz en off de Dick la portadora del relato, nos involucra en el proceso de su crecimiento, nos entusiasma con su música (The Zombies), sus códigos, sus juegos y su ingenuo idealismo. Juntos deciden fundar una cofradía llamada Los Dandys que se reúne en las ruinas de una mina abandonada, se dedica a la colección de armas de fuego –a las que personalizan nombrándolas, y con las que desarrollan una estrecha relación personal, pero a las que jamás disparan en público–, a la práctica de tiro y a los estudios de balística; una cofradía que tiene el aristocrático aire de la juventud sureña derrotada en la guerra civil, más un aura de fatalidad romántica que anticipa la trágica apoteosis del final. Un desenlace obsceno, exagerado y operístico que delata la mano sádica de su demiurgo, empeñado en grabar a sangre y fuego su mensaje pacifista, su contradictoria crítica de la violencia urbana. Un cierre condenatorio que transparenta el verdadero y mezquino objetivo en virtud del cual fue trabajada nuestra empatía hacia los personajes: demostrarnos mediante el ejemplar castigo al que los someten qué les pasa a quienes intentan escapar de esa rígida lógica determinista.

Hay varios momentos de la película en los que el arma, como en las ficciones borgeanas, impone su destino a quien la posee, revelándole al portador su verdadera naturaleza de instrumento, lo ficticio de su voluntad. Pero a diferencia de Borges, que celebra el coraje y la lucha en vez del suicidio, el final de Dear Wendy, como todo el cine de Von Trier, exalta esa progresiva pérdida de libertad del individuo que acaba en la entrega gratuita de su propia vida elevándola a la categoría religiosa del sacrificio (que incluye el consabido voto de castidad ritual, evidente en el hábito de unos guerreros indios de atarse los testículos antes de ir a pelear que fascina a Freddie, y en las alusiones a la virginidad de las armas no usadas para matar). Por eso mismo es tan imperdonable el trascendentalismo del final. Se entendería en un agnóstico como Borges, o en la tragedia griega clásica regida por el ineludible imperio de la fatalidad (a la que sin embargo respetaban en lugar de celebrar). Pero es inconcebible en un reconocido creyente católico como mister Lars. Pues la validez del sacrificio cristiano, para todo aquel que comparte dicha fe, radica en su singularidad, en el carácter irrepetible e insustituible de ese gesto. Imitarlo o predicar su imitación no sólo es inútil, y estúpido, sino también criminal. Y eso es lo que termina pasando en Dear Wendy, pero multiplicado por cinco, desbaratando el cariñoso vínculo establecido con sus personajes a lo largo de la película y, peor aún, expulsándolos/nos del paraíso que les habían preparado sin darles posibilidad alguna de redención. Así el divino Von Trier, pintado de Autor y más papista que el Papa desde su trono de celuloide, sigue juzgando a propios y extraños. Y yo, sin poder exorcizarlo de la crítica, sigo preguntándome qué lugar le toca a Thomas Vinterberg en todo esto: si el del feligrés paralizado por la visión de Dios (léase la letra del Dogma 95) o el del sicario perverso que las va de piadoso.

Marcos Vieytes      

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Crítica de La celebración


Enviá tu crítica al Foro