Analizar la filmografía de Alberto Lecchi siempre es un trámite
complicado. Después de un debut correcto y auspicioso con Perdido
por perdido (debut que tuvo la virtud de exponer a Ricardo Darin como
buen actor de cine) se ha repartido entre historias personales y
películas por encargo, sin grandes hallazgos en ambos casos. Siempre
rodeado de caras conocidas y finales felices, también ha logrado
últimamente el curioso récord de ser el único director argentino que
filma una película o más por año. Dudoso honor del que varios años atrás
gozaban bizarras figuras de nuestro quehacer cinematográfico como Hector
Olivera, Emilio Vieyra y Enrique Carreras. Una de las últimas películas de
Lecchi fue Apariencias,
patrocinada y protagonizada por Adrián Suar junto a la rolliza Andrea del
Boca. Se ve que la sociedad funcionó bastante bien y ambos, director y
productor, reincidieron con este título. Que se inspira en Rewind,
ignoto film español realizado por Nicolás y Rodrigo Muñoz Avia.
El planteo argumental es simple, Déjala correr va directo a
los bifes. Diego (Nicolás Cabré) es un muchachito que se gana la
vida repartiendo pizzas. Esta enamoradísimo de Mónica, una vendedora de
antigüedades que es un poco mas grande y sofisticada que él. Pero lejos
de amedrentarse, este incipiente galán ingenia una vil treta: invitar a
Mónica a una fiesta en su casa con toda la intención de seducirla entre
vinos y bailes. Diego sabe que ese día será uno de los más importantes
de su vida y que merece quedar registrado en una cinta de video. Por lo
tanto, pide prestada una videocámara. Pero esta cámara, obsequiada por
un silencioso anciano inventor que vive en una lujosa y gigantesca
habitación dentro de una miserable pensión de San Telmo que se cae a
pedazos, tiene cualidades especiales. Cuando se rebobina la cinta, el
tiempo (la realidad) también retrocede unos cuantos minutos. Y todo
comienza de nuevo.
La literatura fantástica y unas cuantas buenas comedias yanquis como Volver
al futuro y El día de la marmota ya han tocado la posibilidad
de retroceder en el tiempo para evitar futuros entuertos. También se
sabe, por investigaciones recientes y no tanto, que el tiempo no es lineal
sino una suerte de continuo irreversible con varias capas
amontonadas, sucediéndose simultáneamente (mundos paralelos, etc.). Y si
se va hacia atrás, se corre el riesgo de no volver nunca más al punto de
partida, porque eso ya sucedió y difícilmente puedan reiterarse las
condiciones necesarias para que el momento inicial se repita. Dejala
correr no llega tan lejos, ni lo pretende. Al fin y al cabo es sólo
una comedia adolescente. Pero eso no es moco de pavo: requiere
responsabilidad y talento traducidos en frescura y dinamismo, y ninguna de
estas dos cualidades logra sostenerse durante el metraje. Déjala
correr ofrece momentos ágiles y situaciones divertidas. Pero las
famosas complicaciones son tan simples, y tan fáciles de sortear con un
sencillo rewind, que la novedad pronto se torna obsoleta. Entonces
los autores (Enrique Cortés y el propio Lecchi) vuelven a caer en un
error muy típico del cine argentino, pero también muy Pol-ka: recostarse
sobre el carisma actoral para ocultar o minimizar las deficiencias
argumentales.
Mención aparte merecen la excelente posproducción y los cuidados
técnicos, que le dan un look prolijo, impecable, a esta simple
historia. Una tendencia que se agradece, ya que Suar y asociados tienen
todos los medios a su disposición y los han empleado.
Sin intenciones peyorativas, se puede afirmar que este film está
destinado a un público puber-adolescente. Apela a un espectador fresco,
con escasa memoria (lo cual no está nada mal durante el período de
ebullición hormonal, aunque los responsables de este producto duplican y
hasta triplican esa edad). Porque más temprano que tarde, el ojo
medianamente entrenado tendrá la inevitable sensación de haber visto con
anterioridad estas situaciones: todos los jóvenes son soñadores y
rebeldes que viven al palo, sin importar los bajones. Todos los
políticos y/o yuppies de mas de treinta son corruptos, chantas y ladrones
(esto último no lo discutiré, pero ya sabemos lo dudoso de las
generalizaciones). Todos los viejitos viven rodeados de cachivaches
extravagantes y tienen una onda bárbara. La chica que te gusta
sale con otro. Un malentendido da pie a un embarazo, o casi. Si planeás
conquistar a una bella dama, todo te saldrá mal hasta el final... a no
ser que un capricho del director, productor y/o guionista te permita
resolver mágicamente todos los problemas. Por si fuera poco, también hay
lugar para los consabidos diálogos-marca-registrada de Pol-ka: rápidos e
ingeniosos, aunque muchas veces redundantes. Y para un rejunte de actores
desempleados o que previamente trabajaron con Suar, abocados (en mayor o
menor medida) a reiterar sus estereotipos: Pablo Rago como un simpático
confundido, Fabián Vena como un yuppie despreciable, Nicolás Cabré como
el pibe copado. Los mejores papeles, no por originales o
contundentes sino por naturales y relajados, son los que encaran Julieta
Díaz (bonito objeto de deseo) y Florencia Bertotti (amiga gamba
del enamorado... ¡el arquetipo que faltaba!). Ambas insuflan
espontaneidad a sus roles.
Nadie que espere una comedia liviana y sin pretensiones saldrá
defraudado. Pero hay que reconocer que hasta la fecha, con la excepción
de El hijo de la novia, Suar y sus compinches todavía logran
mejores resultados en la pantalla chica.
Gabriel Alvarez
|