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EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: LAS DOS TORRES
(Lord Of The Rings: The Two Towers)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por Peter Jackson, con Elijah Wood, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Sean Astin, Billy Boyd, Dominic Monaghan, Liv Tyler
.



A la luz de lo que verdaderamente importa (las sensaciones que una película, por su naturaleza y cualidades, está llamada a despertar en los espectadores), El señor de los anillos: las dos torres funciona. Dejo para los fanáticos de J.R.R. Tolkien –cuya saga literaria no me apasionó– los aspectos concernientes a la adaptación y las consabidas discusiones sobre la fidelidad, no siempre bien entendida, que un film debería observar respecto del formato que le dio origen. Sí destaco, en todo caso, que el guión del director Peter Jackson (y otros) es mucho menos literario que cinematográfico: todo se apoya o conduce a la acción, y muy pocos segmentos acusan el lastre de haber sido "levantados" de una novela. Otra aclaración, preliminar si se quiere, corresponde formular en relación con los destinatarios de esta película: aunque su público "ideal" son los adolescentes (y en especial los que presenten debilidad por fantasías más o menos místicas), el resto del mundo puede verla igual. Sin la misma pasión, claro está, pero sin languidecer de aburrimiento... ni maldecir de fastidio.

Las dos torres arranca dando por sabidas todas, o casi todas las premisas de "El señor de los anillos" para simplemente andar, sin perderse en explicaciones, y de allí extrae buena parte de su ritmo. A diferencia de lo que sucedía en la primera entrega (La comunidad del anillo), las razones últimas por las que cada cual se suma –o debería sumarse– a la odisea han quedado fuera de la pantalla; se las intuye ahí, están implícitas, pero no lastran el metraje bajo la forma de fundamentaciones o invocaciones morales. Por lo demás, se trata precisamente de eso, de un largo viaje tachonado de complicaciones, y esta cualidad estructural –que es la de toda road movie– se impone sobre todas las otras. En otras palabras: en términos argumentales, Frodo y sus amigos tienen que llegar con el anillo a Mordor, Cuna del Mal, y todo lo demás no importa. No es exactamente así; hay otras cosas que importan (y hasta que importan demasiado, por lo menos a mi gusto, sobre todo durante el último tramo que se me hizo latoso). Pero se agradece la audacia con la que Jackson privilegió el viaje, por sobre las razones de ese viaje. Si hasta llama la atención que el propio anillo, tan "ausente" tanto rato, termine evocando al famoso "MacGuffin" de Hitchcock (desencadena la acción... pero no tiene mayor importancia en sí mismo).

Las razones y los valores, antes bien, están "infiltrados": surgen con cierta naturalidad de los episodios que, como capítulos, hilvanan la narración. El coraje y el patriotismo están en la defensa de Rohan, pequeño reino amenazado por la ira arrasadora de Saruman (rostro del Mal; el otro –ya ni rostro– es el temido Sauron); la ecología –o la armonía con la flora– asoma en el largo vadeo del bosque de Fangorn, poblado de ancianos árboles parlantes, igualmente amenazados, con los que nuestros hobbits traban relación. El enamoramiento, la camaradería de armas y la solidaridad también cabalgan sobre sus respectivas construcciones dramáticas.

Un segundo factor rítmico proviene de la fragmentación del grupo protagónico: tres puñados de héroes, cada cual por su lado y avanzando con el mismo rumbo, proveyeron abundante material para el montaje alterno. Algunos son más héroes que otros, pero en lo que hace al heroísmo estrictamente entendido (el que sufre, el que lucha, el que gana...), la mayor parte del tiempo la cosa está sanamente repartida entre unos y otros, y entre todos ellos y las colectividades que "representan". Pero a no creer que la comunidad del anillo quiere ser por esto un sucedáneo, o una versión mejorada, de los parlamentos de este mundo (como sucedía, y muy groseramente, en la última versión de Star Wars). Al contrario: uno de los mayores méritos de Las dos torres es que funciona realmente como relato fantástico: nos saca de este mundo para instalarnos en otro (Tierra Media, que le dicen) que se impone como tal. Y en el que reinan valores ciertamente humanos... pero de los más universales que se puedan encontrar.

La galería de criaturas de la Tierra Media es tan variada como cabía esperar y, como de costumbre, poco cabe hacer, aparte de elogiarlos, con los efectos especiales que les dieron vida. Dos criaturas, quizás, acusan excesiva presencia, quebrando por momentos la armonía del conjunto: el vagabundo Gollum/Smeagol (más allá de sus implicaciones) y un Arbol Parlante (o Ent) que habla demás. Entre las especies de carne y hueso, vale destacar un doble acierto: de casting (se ha elegido más de un rostro ya bastante raro, o "poco humano") y de fotografía (primeros planos con gran angular, enfatizando esas rarezas). Y por supuesto, la fortísima, embrujada, ajustadísima composición de Gandalf por Ian McKellen. Un poco más acá, Viggo Mortensen también se lleva sonoras palmas. En tercer lugar, yo creo, John Rhys Davies está muy bien (sobrio siempre, simpático casi siempre, gracioso de vez en vez) en la piel del enano Gimli, que amén de héroe opera como comic relief.

De lamentar, en cambio, es la deliberadamente escasa crueldad explícita de las batallas (unas batallas que se anticipan y palpitan crueles, pero a las que el montaje ha suavizado muy notoriamente) y la excesiva, inverosímil generosidad de ciertos personajes que por perdonar la vida a uno, sacrifican las de miles. No está mal que amplíen el espectro de público hacia abajo de los 14 años de edad, pero mejor sería que editasen dos versiones. (Cuando salga la pulenta, avisen.)

Guillermo Ravaschino      

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