Los amigos y conocidos que habían visto esta película me habían dicho que
era mala, predecible y tediosa. Algo de razón tenían. El efecto mariposa
es demasiado larga, pierde el ritmo al promediar, incluye uno que otro
subrayado innecesario y su protagonista, Ashton Kutcher, es prácticamente un
defecto con patas apenas superado en falta de carisma por el impresentable
Ben Affleck. Si, pese a ello, El efecto mariposa no me parece un mal
film debe ser por ciertos valores de su puesta en escena, y por una
construcción temporal que genera sorpresas de una manera sencilla y
efectiva.
La
historia es la de un hombre llamado Ewan, con problemas psíquicos y una
niñez tortuosa a cuestas, que encuentra la forma de volver al pasado y
modificar hechos que vivió para cambiar su situación presente.
Como los
directores parten de la premisa de que no hay un destino prefijado para
nadie y que por ende distorsionar un pequeño hecho en el pasado puede
cambiar todo el curso de la historia (el título, tal como se aclara al
principio de la película, refiere justamente a una teoría del caos que dice
que el aleteo de una mariposa puede generar desastres a nivel mundial), las
modificaciones que Ewan ejecuta sobre su pasado pueden provocar, por caso,
que él se quede en el presente sin brazos, o aparezca encarcelado, o vea a
la mujer que ama convertida en puta (y a un delincuente en evangelista).
Parecería que la película cree que a la moral de los hombres, al bienestar y
el malestar general, a los odios y los enamoramientos los provoca el azar,
único Dios de los ateos. No son nuevas ni la idea ni la forma de exponerla;
leer por ejemplo “El ruido de un trueno” de Bradbury, o ver
Desafío al tiempo con Dennis Quaid (tienen el link al pie), o revisar
ciertos episodios de “La dimensión desconocida”…
Las
elecciones estéticas de los directores (que también son los guionistas) sí
que son novedosas, o en todo caso interesantes: oportunos planos cenitales,
sugestivos travellings laterales que dejan situaciones fuera de campo y la
sabia decisión de dejar preguntas sin responder (algunas cosas en la
película no terminan de cerrar y el “método” que utiliza Ewan para
trasladarse al pasado es absoluta –y bienvenidamente– disparatado) logran
aportar un clima verdaderamente onírico.
Si lo
que Eric Bress y J. Mackye Gruber buscan generar es un efecto de sorpresa en
el espectador, en la primera mitad de El efecto mariposa lo
consiguen, y muchas veces con creces. Los cineastas privilegian los espacios
claros (la mayor parte de la película transcurre de día), rodean a sus
personajes de pocos y muy visibles objetos para que, en un momento dado y
sin que medie anticipo alguno como ruidos, sombras o música de efecto, algo
inesperado y por lo general bastante horrible les suceda. Otro resorte para
generar sorpresa es la patología del protagonista.
Como
Ewan sufre trastornos que le impiden saber lo que ocurrió entre una
situación y otra (digamos entre que una persona lo saluda cordialmente… y lo
empieza ahorcar), lo que hace el film es adoptar el punto de vista del
personaje. Una decisión quizás arbitraria (de hecho, si el personaje no
sufriera estos trastornos no se alteraría en nada el relato), pero eficaz.
En el momento en que el protagonista supera esa enfermedad, dicho recurso es
reemplazado por un sentimentalismo y un aliento trágico que vuelven más
honesto al film, pero también más monótono. Y en la “moral cinematográfica”,
lo primero es una virtud menor y lo segundo, un defecto mayor. Suerte que el
sacrificio del final (uno de los momentos románticos del año) vuelve a
acomodar las cosas, salvando al fin una resolución mediocre.
En fin:
una película despareja pero simpática, sin demasiado prestigio ni publicidad
de esa que nos vende cualquier cosa común y silvestre en un paquete
“imperdible”. En medio de tanto Shreck 2, Harry Potter 3,
Troya y demás “tanques” asolando el mundo, copando el mercado y haciendo
daño a la distribución independiente (y no tanto), El efecto mariposa
no deja de ser una excepción agradable.
Hernán Schell
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