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EMBRIAGADO DE AMOR
(Punch-Drunk Love)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por Paul Thomas Anderson, con Adam Sandler, Emily Watson, Phillip Seymour Hoffman, Luis Guzmán, Mary Lynn Rajskub, Ashley Clark.



Se ha dicho que Embriagado de amor supone un notable giro en la filmografía de Paul Thomas Anderson, y es cierto. El film que nos ocupa no está precisamente en las antípodas de sus dos anteriores, Boogie Nights y Magnolia, pero casi: es mucho más breve, inmensamente más austero en lo formal, y tiene al actor menos esperado (el cómico de fórmula Adam Sandler) como protagonista excluyente. En este sentido, la película acredita el coraje y la audacia de un realizador talentoso que se sale de sus propios moldes para reinventar su “estilo”, asumiendo todos los riesgos. Esto no significa que Embriagado de amor le haya salido redonda, que sea una obra maestra ni mucho menos.

También ha sido dicho que estamos ante una comedia romántica, pero la verdad es que este raro experimento está mucho más cerca del thriller, y aun del drama, que de la comedia. Veamos.

Barry Egan (Sandler) es una especie de chico con problemas ya bastante entrado en años. En edad “de merecer”, aunque todo indica que permanece virgen. Trabaja en un galpón con mostrador en el que vende, o trata de vender, los más diversos, insólitos y por lo general inservibles artículos. La existencia de Barry tiene que ver con esos enseres inútiles, toda vez que se lo ve nervioso, paranoico y alienado. Y a falta de vida social y amorosa, vive de obsesión en obsesión. Se ha propuesto, por ejemplo, invertir 3 mil dólares en budines para beneficiarse de una promoción que promete miles de millas en pasajes aéreos … aunque jamás abordó un avión. Otra cosa que nunca hizo está detrás de su ¿primer? llamado a una hot line, algo que no le va a proporcionar placer pero sí complicaciones. Es que la chica del otro lado del teléfono trabaja para una pequeña mafia, y luego de tomar sus datos se entregará a una persistente extorsión, plagada de amenazas varias, tendiente a apoderarse de su dinero.

Las hermanas de Barry –nada menos que siete– lo presionan para que salga del “cascarón” invitándolo a eventos sociales y presentándole candidatas. Pero qué va: esas presiones dominantes justamente parecen estar en la base de su cerrazón, y las más de las veces acaban desencadenando brutales arrebatos de furia. La inflexión, la novedad, la posibilidad de corte está asociada a Lena (Emily Watson), que se aparece un día por el negocio con intenciones de conquistar al protagonista.

La austeridad formal de Embriagado de amor no debería confundirse con simpleza. Por el contrario, una suerte de “búsqueda de estilo” (de otro estilo) se desprende permanentemente de las imágenes. En varios pasajes se diría que la búsqueda se convierte en encuentro. El hallazgo tiene que ver con una forma de narrar que impone el suspenso y la incertidumbre, no sólo respecto de lo que vendrá, sino en relación con lo que está ocurriendo. ¿Por qué vuelca violentamente ese coche, justo frente a las narices de Barry (quien permanece impasible, como si nada hubiera sucedido), poco después de comenzado el film? ¿Qué significa el piano de fuelle que alguien descarga de un camión, y del que Barry se apodera cual si fuese un valioso fetiche? Las preguntas las instala el film junto a una buena carga de misterio. Tiene que ver con las ocurrencias del guión, pero también con un manejo del espacio, los silencios y los tiempos que no está muy lejos de las últimas aventuras (siempre también experimentos) de David Lynch.

La diferencia, y en este caso el problema, es que el misterio de Embriagado de amor no va in crescendo sino que se subsume, lenta y progresivamente, en una historia cada vez más dominada por su componente argumental. Y el argumento no termina de desarrollar sus premisas. En lo que hace a Barry, poco o nada nuevo se sabrá de los oscuros recovecos de su mente; sus rarezas y exabruptos, antes bien, dejan más de una vez descolocado al interés, virtualmente incondicional, que Lena manifiesta por él. Alguien podría suponer que Lena también tiene sus dobleces, y que estos la convierten en perfecta alma gemela del protagonista… pero Emily Watson ocupa poca pantalla, y el film no da mayores pistas al respecto. La sensación que madura es la de que Lena salva a Barry, o puede ser su salvación… pero esta no es una idea genial, original, ni del todo sensata.

El thriller también amaga con levantar vuelo, pero no pasa de una evolución convencional, condimentada por un par de golpes de puño y una secuencia (muy redonda, ahí sí) en la que Sandler y Phillip Seymour Hoffman (ya un habitué en los elencos de Anderson) se trenzan en un duelo verbal y gestual bien subido de tono.

En fin: un ensayo corajudo, plausible, aunque incompleto y falto de emociones. Paul Thomas Anderson sigue siendo un cineasta prometedor. Es y será bienvenido en todos los estilos. Pero que los pula, que les saque brillo.

Guillermo Ravaschino      

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