Todo
indica que están soplando vientos de cambio vivificador y creativo en la
zona del documental. Ultimamente hemos tenido oportunidad de disfrutar de
excelentes documentales nacionales y extranjeros que demuestran que no está
todo dicho en el género, al contrario: es un campo abierto y fértil para la
experimentación y la novedad. Así parecen entenderlo hasta las
distribuidoras, que decidieron estrenar comercialmente films tan singulares
como Cités De La Plaine, Memoria (Voyages), La fe del
volcán, Bowling For Columbine y ahora el extraordinario En
construcción. Otra perla –y local–, Los rubios, podrá apreciarse
después de su presentación en los festivales europeos.
En
construcción
es la historia de una mutación, la del Barrio Chino de Barcelona, o Raval,
donde se construye un gran edificio de viviendas a costa de viejas casas que
son demolidas. "Cosas vistas y oídas" durante las obras, anuncia el film, y
en eso se acerca al documental: la cámara registra múltiples instantes de
ese proceso. Sigue los trabajos de hombres y máquinas, los comentarios de
los vecinos, de los obreros, durante la erección de un inmueble que alterará
el paisaje urbano y humano de una ciudad en transformación. Inmediatamente
surge el interrogante: ¿cuáles son los límites del documental; dónde termina
el documento y comienza la ficción? Guerín filmó más de cien horas de
trabajos, de vida íntima y conversaciones durante dos años y construyó, él
también, una obra única, con la selección de personajes, escenas y guiones
surgidos espontáneamente. Después –o antes– de todo, arte es elección. Toda
selección de material es una construcción del realizador, y toda
representación constituye una ficción. En todo caso, Guerín elige otra
manera de encarar la narración, en una película única e incatalogable.
Como en su film
anterior, Tren de sombras, fugazmente visto en Buenos Aires, Guerín
filma el paso del tiempo: el cambio del clima según pasan las estaciones,
gente que muere, jóvenes que crecen jugando en la obra, viejos que rememoran
el viejo barrio que se niega a desaparecer. La presencia del pasado estalla
con el descubrimiento de restos arqueológicos de la época romana, en una
escena que perdurará en la memoria. Y mientras las palas derriban todo a su
paso y un edificio premoldeado se levanta, la iglesia románica permanece,
testigo inalterable de los tiempos. En construcción nos remite de
alguna manera a otro film español fascinante, El sol del membrillo, y
no en vano su director, Víctor Erice, está mencionado en los
agradecimientos. La obra de Erice también trabaja la articulación entre el
paso del tiempo y el lenguaje fílmico, ante a la posibilidad que tiene el
cine, como la pintura, de registrar la permanencia y la mutabilidad.
En el film de
Guerín (quien acaba de dar una clase magistral en el marco del Bafici) una
peculiar galería de personajes expresa la sabiduría popular: un viejo
marino, los obreros, un inmigrante marroquí que combina poesía y filosofía
religiosa con un agudo sentido de la observación, una pareja joven e
indolente que difícilmente encuentre lugar en ese barrio en el futuro, todos
opinan sobre cualquier tema. Rostros, espaldas, palas, escombros, gatos y
chicos construyen un documental de gran lirismo y un extraordinario sentido
del ritmo, con un permanente juego de contrastes y acciones que alternan con
intermedios descriptivos. Máquinas, sombras tras una ventana, perfiles
entrevistos tras los barrotes de un balcón por una cámara sensible, sutil,
que nunca grita, siempre sugiere. Guerín filma el trabajo en largos y
luminosos planos, con unas tomas de sonido impecables.
En construcción
reflexiona sobre la transformación del espacio. El Chino era un barrio
popular, de marginalidad, okupas, inmigrantes, bares y prostitución,
un barrio con pasado que verá alterada su fisonomía por ese edificio de
hormigón y grandes ventanas, donde en el futuro han de instalarse seres muy
diferentes de sus vecinos: una pequeña burguesía que no quiere ver ropa
colgada en las ventanas de enfrente. Se trata del pasaje de un barrio de
fuerte personalidad catalana a una urbanización globalizada. Ese edificio
sin carácter nada dice frente a la elocuencia de esas calles estrechas
llenas de bares, de esos balcones desde donde los vecinos asisten,
impotentes, a la intrusión posmoderna. Durante todo el film, aun cuando el
edificio está casi terminado, continúan las imágenes de demolición: hay todo
un espacio, una manera de vivir y vincularse que se está derribando. La
película exuda humanidad, porque a pesar del fuerte localismo, las historias
y la problemática del barrio son universales. Por eso resulta fascinante el
largo travelling final, de la pareja que va a ninguna parte, en un espacio
que ya no los contiene.
Josefina Sartora
|