es una
hermosa película. Inteligente y tierna. Más que como un "homenaje
al cine" habría que definirla como un homenaje a la historia del
cine y a los hombres que la vivieron. Empezando por los hermanos Lumière,
pasando por Antonioni y Bergman y terminando en Kiarostami, por nombrar
sólo a algunos.
La película comienza explicando que ésta es una reconstrucción a
partir de las supuestas películas caseras que un abogado francés de
apellido Fleury filmó en la década del 30, poco antes de su misteriosa
muerte. Esas cintas sufrieron el paso de los años y los efectos nocivos
de la humedad. Los primeros minutos son una verdadera joya porque allí
reinan la ingenuidad y la genialidad de un realizador aficionado. Al
margen de las proezas de los movimientos de cámara, las acertadas
concepciones sobre fotografía o los bellos encuadres de Fleury retratando
a su familia en la gran mansión de Le Thuit, lo que resalta en esta
primera mirada sólo puede describirse con un término: felicidad. Los
Fleury son felices y esa sensación está perpetuada en las películas
familiares. Como en el invento de Morel (en la novela de Bioy Casares),
setenta años después los rostros de los niños y los adultos siguen
vivos, intactos, repitiendo en cada proyección esas jornadas teñidas por
la felicidad.
Y digo setenta años después, porque es entonces cuando la cámara del
director español José Luis Guerin regresa a la mansión. Los años
pasaron y la humedad no sólo carcomió las películas. El tiempo también
se encargó de dejar atrás, en la historia, aquella felicidad. Sin
embargo, las siete décadas transcurridas permiten que los adelantos de la
técnica y el lenguaje cinematográficos sean puestos al servicio de
completar la tarea que había emprendido Fleury. La luz, el color y el
sonido que le faltan a los retratos familiares del abogado-cineasta surgen
para revivir a la gran mansión deshabitada. Así como Fleury filmó el
exterior, la naturaleza que lo rodeaba, Guerin se interna en la casona
para ofrecer una nueva visión sobre aquellos escenarios.
Pero hay más. Guerin, como el fotógrafo de Blow Up, descubre
un secreto que siempre estuvo a la vista en las películas familiares de
Fleury. En Tren de sombras –como en el cine mismo–, la mirada
parece ser la clave de la comprensión. Excelentemente fotografiada,
montada y musicalizada, esta película puede llegar a resultar
incomprensible para algunos y para otros, lenta. Pero son tan sólo 80
minutos. Poco más de una hora de auténtica poesía cinematográfica.