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CINEISMORECOMIENDA

LA HABITACION DEL HIJO
(La Stanza Del Figlio)

Italia-Francia, 2001



Dirigida y protagonizada por Nanni Moretti, con Laura Morante, Jasmine Trinca, Giuseppe Stanfelice, Claudia Della Seta, Silvio Orlando.



Giovanni en un teléfono público. Marca un número, temblando. Espera. Alguien atiende del otro lado y él anticipa con el rostro lo que va a decir. Pero la idea no se convierte en voz. No puede pronunciar esas palabras, comunicar esa noticia, formalizar lo indecible. ¿Cómo matar de esa forma a su hijo? ¿Con qué fuerzas aceptar que nunca más correrán juntos? Comenzar a despedirse es lo que vendrá después. Primero furia, rabia; después lo peor y lo que más teme: la separación, esa separación, y la ausencia. Sueños desvanecidos. La impasibilidad del mundo. El rostro desencajado de Giovanni (Nanni Moretti) nos hace compartir su pérdida.

Volver atrás y preguntarse por qué, por qué... por qué. Analizar cada detalle. Recordar lo que estaba haciendo exactamente en ese momento. La impotencia de no poder volver atrás, de no poder rehacer el pasado. La certeza de la muerte y la cercanía, aún, del hijo. Poder sentir su olor, su cuerpo, su sonrisa. La crueldad de lo inexplicable.

Moretti es melancolía, es fragilidad. Es no creer en Dios: la incertidumbre de un vacío que se impone antes y después de nuestra existencia, brindando intensidad pero también angustia y desamparo a quienes la transitan.

En medio del dolor, también aflora el odio. Y a ese odio Giovanni, que es psicoanalista, lo focaliza en un paciente al que, indirectamente, considera responsable de la muerte de su hijo. Lo odia con todo el cuerpo y los sentidos. No puede ver en él más que lo arrancado de su vida, para siempre, como un pedazo de carne. El deseo de venganza y la repulsión –guaridas de la culpa y el remordimiento– lo obligan a realizar un importante giro profesional.

Y el amor… Una carta casi mágica revela un amor perdido, una caricia. Ese cuerpo, que quería ser modelado y proyectado a gusto por sus padres, también podía ser pasión, ternura y objeto de deseo. Fragmentos de vida que el mundo se perdió. Amor sin dar, lágrimas sin correr; mimos que se perdieron los hijos que nunca alcanzará a tener.

Esa carta casi mágica, o providencial, se materializa en una chica, que renueva la esperanza de prolongar la presencia de aquel niño en otro –por qué no– toque de varita. Juntos delinean un nuevo camino que les hace sentir, aun en el dolor, que la historia sigue. El encuentro los acercó a su recuerdo y también entre ellos, que se sentían muertos en vida. El amor eriza la piel.

Y hay mucha vida por vivir todavía.

Cecilia Pérez Casco     

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