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LAS HORAS DEL VERANO
(L'Heure D'Eté)

Francia, 2008



Dirigida por Olivier Assayas, con Juliette Binoche, Charles Berling, Jérémie Renier, Edith Scob, Dominique Reymond, Valérie Bonneton.



A veces resulta mucho más complicado hablar sobre una película que nos gusta mucho que sobre otra que odiamos, especialmente cuando el placer que nos proporciona afecta más directamente a las emociones que al intelecto. Las horas del verano es un film francés terso, fluido y suave como la corriente serena de ese río que en la metáfora representa el paso del tiempo. No hay nada extraordinario en ella, como no sea la muerte de una mujer de 75 años que ha vivido los últimos treinta para un tío suyo que además era pintor, y las decisiones que los hijos habrán de tomar sobre el destino de sus bienes, entre los cuales cumplen un papel significativo una casa en las afueras de París donde pasaron parte de la infancia y varias piezas de alto valor artístico y económico.

Para los cinéfilos, esta película brinda la posibilidad de ser interpretada como una reflexión sobre la historia y los destinos del cine. Olivier Assayas ha sido un relevante crítico antes de emprender la realización de largometrajes como Irma Vep o Los destinos sentimentales, en los que además de narrar un argumento reflexionaba sobre su propia labor como cineasta. Esa preocupación sobre el estado del cine –y sobre las relaciones del cine con el Estado– aquí corre paralela a la decisión que deben tomar los tres hermanos (dos varones y una mujer), y en especial el mayor (Charles Berling), en relación con las pinturas, los dibujos, la vajilla y los muebles de diseño que heredaron. Pero también está implícita en la discusión que sostienen sobre el futuro de ese legado a propósito del lugar en que vive y trabaja cada uno. Repartidos entre los Estados Unidos (Juliette Binoche), la propia Francia y China (Jérémie Renier), cada una de estas geografías conforma paralelamente un mapa del cine según Assayas, cineasta francés atento a formar parte de su propia tradición fílmica nacional, así como admirador de la norteamericana clásica, además de notable connoisseur de la asiática. No sólo estuvo casado con Maggie Cheung, a quien dirigió en Clean además de en la mencionada Irma Vep, sino que también fue el hombre de Cahiers du Cinéma en Kowloon y Taipei allá por 1984, cuando las cinematografías de Hong Kong y Taiwan emergieron como una renovadora usina tanto industrial como independiente, y realizó el capítulo de Cinéma, De Notre Temps dedicado a Hou Hsiao-hsien.

Uno de los textos que escribió durante esa época terminaba así: “Wan Jen me acompaña, así como Chen Kuo-Fu y una periodista de un diario local, Gretchen Yang, que me entrevista sobre mis impresiones del viaje: después de haberme pasado varios días sosteniendo el micrófono, tengo una cierta satisfacción al hablarle, aunque mis recuerdos de lo que he podido contar rayan en lo inexistente. Atravesamos el magnífico paisaje de verdes colinas que rodea Taipei. Tomo el último avión de la tarde para Hong Kong donde llego al crepúsculo, la bahía, la isla, Kowloon: un paisaje familiar.” Esto último es lo que Assayas retrata en Las horas del verano: un paisaje familiar que de tan universal corre el riesgo de parecer intrascendente, cíclico, fugaz, casi inexistente como ciertos recuerdos que aparecen cuando uno menos se lo espera. El melancólico carácter circular de la experiencia humana está refrendado por la estructura de la película, que comienza con una reunión de familia en la casa ya solamente habitada por la madre y la criada Eloise (Isabelle Sadoyan, de Las cosas de la vida, de Ese oscuro objeto del deseo, de Blue) y termina con otra reunión en el mismo sitio, esta vez ocupado por la sangre –y los deseos y la música y la piel– nueva de los nietos. Que algunos de nosotros no seamos franceses ni tengamos sangre de esa en las venas es lo de menos: así como a Assayas el paisaje de Hong Kong le resultaba familiar por obra y gracia del cine, lo mismo nos pasa a nosotros gracias a esta película insuperable.

Borges supo decir alguna vez que la metáfora de la vida humana como un río era una de esas figuras retóricas elementales que no tienen fecha de vencimiento. Jean Renoir filmó una película grandiosa sobre ella que se llama Partie de campagne (1936), en la que la salida dominical de una familia de fines del siglo XIX a la vera de un río era la cifra irreversible del transcurso humano. La misma conciencia del tiempo como materia líquida, de la existencia como espejismo escurridizo se encuentra en la entera filmografía de Yazujiro Ozu o de John Ford. Con esta película Olivier Assayas se pone a la altura de los tres, que es decir a la altura de los más grandes cineastas de la historia, y lo consigue partiendo de circunstancias tan prosaicas como la repartición de bienes o el regalo de un teléfono inalámbrico, sin forzar ningún tipo de conflicto, sin diagramar situación patética alguna, sin acentuar el dolor natural de la pérdida. Sólo deja que gravite sobre el espectador la inexorable acumulación de los años y el vacío fatigoso que traen consigo, cifrado en un recurso que por repetido nunca está de más. En cada fundido a negro del film, en cada uno de esos parpadeos de la cámara, todos morimos un poco, nos entregamos al sueño que nos une y desintegra.

Marcos Vieytes      

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