HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















LA MALDICION
(The Haunting)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Jan de Bont, con Liam Neeson, Catherine Zeta-Jones, Owen Wilson, Lili Taylor, Bruce Dern.



La maldición es una de esas películas que lo dejan a uno con bronca y rumiando: ¿Cómo puede ser que se invierta tanto dinero en tan pocas ideas? ¿Cómo puede ser que Liam Neeson –que está por retirarse, según dice
empañe su legajo con un personaje tan pobre, en un relato tan pobre? ¿Cómo puede ser que a esta altura del partido una historia de terror intente promoverlo en base a dispositivos propios de fábulas infantiles, con el consiguiente desprecio por el espectador que esto supone?

Hay que decir que todo empieza cuando el Dr. David Marrow (Neeson) reúne a tres adolescentes bajo el techo de una mansión siniestra. La primera piedra en el camino tiene que ver con el motivo de la convocatoria. Es que el objetivo que declara Marrow a sus pacientes compite con el verdadero –conocido solamente por el público– en el terreno de la ridiculez. El les dice que serán conejillos de indias (muy bien pagos, por cierto) para un estudio acerca del insomnio. Lo que quiere, en realidad, es estudiar "el miedo". Pionero a su modo (¿en miedología?) Marrow hace de su disciplina un compendio de argumentos torpes, balbuceantes, vulgares como pocas veces se los escuchó. La cuestión es que les piensa dar unos sustos de aquellos. Pero la mansión está embrujada. Y dará tremendos sustos a cada uno de sus huéspedes.

Hay algo esencialmente obsceno en La maldición y no es tanto el derroche de dinero. La escenografía está muy bien (es del argentino Eugenio Zanetti, oscarizado por Restauración) y, bochorno de Neeson al margen, la ascendente starlet Catherine Zeta-Jones pone sobre el mostrador todo lo que cabía esperar: su anatomía. Lo obsceno es que no hay un solo momento de los destinados a arrancar gritos de la platea que no se apoye enteramente en un complejo efecto de animación digital. Renegando, al mismo tiempo, de cualquier mecanismo que merezca el mote de cinematográfico: la manipulación de la psicología del público, la evocación de sus terrores íntimos y otras lógicas del género han sido brutalmente desterradas de este relato. Lo que abunda son los gritos de los personajes, y un continuum de espamentos técnicos deshilvanados, que ni siquiera parecen haber sido coordinados por el director (Jan de Bont, de Máxima velocidad y Twister) sino por los ingenieros de las compañías de efectos especiales. A cuya promoción, en definitiva, el argumento sirve como excusa.

¿Cómo definir la posesión de Eleanor (Lili Taylor) cuando, sin aviso previo y malactuando a un cordero de Dios, eleva la vista y declara ser la tataranieta del finado señor de palacio? ¿Cómo entender la vileza de aquel hombre –un monstruo– al que se sabrá castigador de niños a partir de un par de trazos brutos deslizados en una anécdota? ¿Cómo hacerse cargo de esos niños esculpidos, en madera y en metal, sobre muebles y en estatuas, que cobran vida "a medias" para pedirle rendición de cuentas a la voz en cuello? En fin.

Guillermo Ravaschino       

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Crítica de La casa en la montaña embrujada