Basada en una historia de Jet Li, el superastro de artes marciales que
también la protagoniza, esta película es una sucesión de gags de
acción. Si el lector es amante de las artes marciales en el cine y/o
niño es probable que se entusiasme. De otra forma, pasado el rato saldrá
del cine más cabizbajo de lo que entró.
La mano viene así: el maestro del arte wushu (término con que
se designa genéricamente a todas las artes marciales) se unió al
director-productor más taquillero del cine francés para hacer esta
película. Hablamos de Luc Besson, que acá figura como productor, aunque
últimamente de francés tiene nada más que el apellido: las
superproducciones en que se ha estado involucrando (El quinto elemento,
Taxi, Juana de Arco) emulan lo peor del cine estadounidense.
La historia (si se la puede llamar así) establece que Liu Jiuan (Jet
Li), agente del gobierno de China, llega a París para llevar a cabo una
misión delicada y ultrasecreta. Pronto, demasiado pronto como para evitar
el derramamiento de sangre, se verá envuelto en una conspiración que,
como en aquellos capítulos de nuestras historietas preferidas, lo hará
pasar por malvado. Justo a él que es más bueno que el pan; las únicas
armas que usa para defenderse son unas agujas de acupuntura que producen
parálisis.
Richard (Tchéky Karyo) es la cabeza de la conspiración, un oficial de
policía mafioso, que luego de acusar a Jiuan tratará de borrar cualquier
evidencia eliminándolo. El argumento es tan rudimentario que cuesta
referirlo. Lo único importante de ahí en más es que Richard, que
además es proxeneta, tiene de pupila a Jessica (Bridget Fonda),
una chica de campo a la que forzó a la prostitución... ¡amenazándola
con la muerte de su hijita secuestrada! Cuando –apabullante casualidad
de por medio– Jiuan conozca a Jessica, o mejor dicho la reconozca,
prometerá rescatar a su hijita de las manos del archimalvado. En fin.
Las escenas de acción de Jet Li están diseñadas con un recurso que
se repite en sus films: usa como arma todo lo se le cruce en el camino
(lámparas, aspiradoras, planchas, etc.). En esta película, a diferencia
de la que signó su debut protagónico en Hollywood (Romeo debe morir),
los efectos generados por computadora no vinieron a estropear la acción,
en la que gags y coreografías violentas se suceden con muy poca
"interrupción" narrativa. Exaspera un gag en el que el héroe
hace saltar una bola de billar y la patea para detener a un enemigo. Se
disfruta aquel en el que, escapándose en la central de los malos, entra
en una habitación... repleta de artemarcialistas entrenándose. Esta
secuencia antológica, muy hilarante, logra que olvidemos muchos de los
baches del film.
Por otra parte, la secuencia del enfrentamiento con los mellizos, así
como el título (La marca del dragón alude a un toque especial de
acupuntura que usa Jiuan) y la puesta en escena, nos hace recordar a Return
Of The Dragon y otras películas de Bruce Lee.
Recomendamos dormir, besar a la novia, pochoclos o maníes durante las
escenas lacrimógenas de Bridget Fonda y todo lo que es relleno entre los
segmentos de acción.
Adrián Fares
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