Llegó el
final. Llegó la tercera parte de la saga Matrix. Y no podría haber
sido más decepcionante. Profundizando las fallas de sus dos predecesoras y
con muy pocas de sus virtudes, Matrix: revoluciones es un gigante que
se cae por su propio peso.
Recordemos
el final de Matrix: recargado, para actualizar un poco el panorama.
Neo (Keanu Reeves) había quedado en coma, luego de comprobar en forma muy
dolorosa que su poder se extendía más allá del mundo virtual. Al mismo
tiempo, Trinity (Carrie-Anne Moss) y en especial Morpheus (Laurence
Fishburne) debían luchar con la idea de que el “Unico” no es más que otro
sistema de control dentro de la Matrix, pero sin dejar de pensar cómo
rescatar a Neo y retornar a Zion para colaborar en la defensa del último
bastión de la humanidad. Para empeorar aun más las cosas, Smith (Hugo
Weaving) se expandía como un virus y había irrumpido en el mundo real,
poseyendo el cuerpo del humano Bane. Con todos los errores que se le pueden
señalar a Recargado, es innegable que planteó ciertas preguntas
interesantes que podían ser respondidas en buena forma por Revoluciones.
Lamentablemente, nada de esto
sucede. Como si ya no supieran qué decir, los hermanos Wachowski, escritores
y directores de la saga, inundan la película con toda clase de
disquisiciones filosóficas, entre las que se cuentan reflexiones sobre el
Destino, el Deseo, el Karma, etc., etc., todos asuntos tratados en forma
pomposa, grandilocuente, pero sin una pizca de sustancia real. Esta
sobreabundancia de ideas que intenta ocultar la falta de ellas se expande
hacia otros sucesos dentro de la Matrix como las conversaciones de Neo con
la Pitonisa, quien ha cambiado de cuerpo (a raíz de la muerte de la actriz
que la interpretaba) pero no de conducta, diciendo y haciendo lo que quiere,
ignorando toda lógica, como una especie de diosa que se proclama buena pero
es en realidad soberbia y egoísta.
Es que la Pitonisa es una
especie de alter ego de los Wachowski, quienes parecen creer (con
justa razón, quizá) que el éxito de las tres películas los autoriza a hacer
lo que se les ocurra, porque –sea lo que fuere– el público no va a
protestar. Entonces, es inevitable que los defectos se multipliquen.
Matrix: revoluciones no deja de ser un aceptable film de acción, con
buenas secuencias de impacto debidas a la millonaria inversión en
explosiones y efectos especiales, pero: ¿el “gran cierre” de “la” saga de
los últimos diez años? Por favor...
Nada cierra, ni puede cerrar,
cuando es producto de un guión arbitrario con más agujeros que un queso
gruyere. Por el que desfilan personajes con motivaciones que sólo pueden ser
entendidas por fuera de la película, como el Kid (el Chico), cuya historia
sólo es asible si se ha visto uno de los cortos de Animatrix, o sin
razón se ser, como el de Persephone (Mónica Bellucci); historias que no
tienen un final definido, como la del triángulo amoroso entre Morpheus,
Niobe (Jada Pinkett Smith) y el comandante Lock (Harry Lennix); diálogos
estupidísimos durante la defensa de Zion, que parecen extraídos de un
panfleto belicista yanqui, entre tantas otras incongruencias. Ni siquiera la
historia de amor entre Trinity y Neo goza de cierta fuerza.
Una vez más, el único que se
salva es Smith, ya asumiendo por completo su papel de antagonista, de polo
negativo de Neo. Si Recargado y Revoluciones exploran por
dentro la estructura de Matrix, enredándose innecesariamente, Smith parece
buscar el camino correcto tratando de escapar de allí, aunque deba
destruirlo todo a su paso.
¿Qué es
lo que aportan finalmente los dos largometrajes más esperados del año?
Apenas algunas escenas de acción y peleas bastante entretenidas (lo que no
significa innovadoras) y la interesante serie de cortos animados
Animatrix, con algunos episodios de influencia oriental verdaderamente
excelentes. Casi nada en relación con semejante expectativa.
Rodrigo Seijas
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