Ayer fue Ridley Scott con Gladiador, anteayer Roman Polanski con La última
puerta. Hoy es Brian De Palma, ese que estuvo atrás de gemas como Scarface,
Blow Out y Doble de cuerpo, el que aprieta los dientes, agacha la cabeza
y desdibuja su oficio a las órdenes de una superproducción. Los que vieron Misión
imposible saben que no es la primera vez.
La rutina se desarrolla en Marte. Como
estarán adivinando, una nave zozobró en ese planeta y nuestros hombres son los
encargados de ir a ver si hay sobrevivientes. Alguno encontrarán. Pero ustedes saben: lo
que importa no es eso sino otra cosa, una que no esperan encontrar y que de algún modo u
otro tendrá que ver con lo marciano. Al fin de cuentas, Marte es tierra de
marcianos y ninguna superproducción como esta puede darse el lujo de ignorarlos.
La primera parte es la mejor, aunque
¡ay! también la menos importante: el viaje. En primer lugar porque De Palma
no pudo sustraerse a su costumbre de poner buena parte de la carne sobre el asador en las
primeras secuencias. En parte porque "esto recién empieza", todavía no muestra
del todo la hilacha y por lo tanto las imágenes gozan de un crédito adicional. Cuando
uno ve a los miembros de la tripulación (entre ellos Gary Sinise y Tim Robbins)
sobreactuando las variantes más ingenuas de los viajes emprendidos por el cine a las
estrellas, quiere creer que Misión a Marte puede llegar a convertirse en una
parodia simpática y llevadera. Y cuando uno de los astronautas, temporariamente afuera de
la nave, pierde pie para alejarse lentamente y para siempre, algo de aquellas reflexiones
existenciales que le sientan bien al cosmos flota en el ambiente. Pero no hay nada que
hacer. Cuando nuestros héroes emprenden la reparación de la carcaza de la nave
perforada por una lluvia de micrometeoritos con artefactos idénticos
a esas pistolas con pegamento para remiendos caseros, las ilusiones empiezan a
desvanecerse. No. No estamos ante un film que se burla de las rutinas de un género, sino
ante uno que las vuelve a visitar. Tanto a las nuevas como a las añejas.
Al apoyar los pies en Marte a nuestros
héroes todavía les queda algo de oxígeno en los tanques. Al film ya no. Es cierto que
la escenografía marciana está lograda: remite a esas fotos del planeta rojo que en su
momento hicieron furor en Internet (claro que ahora en alta definición e iluminadas a
la hollywoodense). Es verdad que algunos buenos y muy buenos efectos especiales
espabilan al ojo de tanto en tanto. Pero la historia ofrece pocos datos sustanciales y
mucha basura cósmica a partir de aquí.
Por si bastare, me limito a la primera
manifestación de vida extraterrestre que se yergue ante estos, nuestros hombres. Es una
especie de semidiosa (cuerpo de mujer, cara de tótem) que surge en medio de algo muy
parecido a las funciones para escolares del Planetario de Buenos Aires, a las que asistí,
dicho sea de paso, no sólo de chico sino de grande: luces tenues, una versión
simplificada del espacio con estrellas y planetas dando vueltas, y una voz que en tono
maternal y con acento didáctico nos explica el origen del Universo. Primera pregunta:
¿cómo puede ser que la cosmogonía para consumo infantil del Planetario (¡que no ha
cambiado en 30 años!) suene más creíble que la de un film que apunta a los adultos?
Segunda y última: ¿Es posible que la semidiosa sea el fruto de una cruza entre Susan
Sarandon y Niní Marshall?
Guillermo Ravaschino |