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LA NAVE DE LA MUERTE
(Event Horizon)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por
Paul Anderson, con Lawrence Fishburne, Sam Neill, Joely Richardson, Kathleen Quinlan, Richard T. Jones.



Conocida es la debilidad de Hollywood por confeccionar remakes de producciones europeas –en especial comedias ligeras de origen francés–, consecuencia de la muy mentada "crisis de guionistas" que aqueja a la Meca del cine desde hace ya bastante tiempo. No tan habitual, y mucho menos digna, es la costumbre de reciclar títulos clásicos despojándolos de su esencia y saturándolos de muletillas... sin siquiera mencionar la fuente. Esto es lo que han hecho el director Paul Anderson y la productora Paramount con Solaris, la obra maestra de Andrei Tarkovski de la que La nave de la muerte toma su estructura argumental.

Aquí como allá hay materia humanizada. En la inigualable pieza concretada por el cineasta ruso en 1971, un lejano planeta gaseoso operaba sobre los individuos que conseguían acercársele, corporizando transitoriamente sus deseos más profundos –resucitando a una mujer, por caso–, lo que desataba la locura de la mayoría. Una nave, la Event Horizon, vendría a ocupar el sitio del planeta aquel. Toda su tripulación ha muerto y nuestros protagonistas son enviados a averiguar qué sucedió. Regenteados por el comandante Miller (Larry Fishburne), acusan todas las convenciones de las teleseries al estilo Star Trek, empezando por la histeria generalizada que los acomete cada vez que un cimbronazo –y hay muchos– sacude la carcaza del vehículo espacial.

Sin lugar a dudas la película de ciencia ficción con los pies más hondamente anclados en la Tierra, Solaris es extraordinariamente consecuente con cada uno de los fantasmas paridos por la nube gaseosa: su protagonista llega a defender a muerte a Harey, que no es más que el fruto de sus alucinaciones, pero luce, habla y hasta hace el amor como su finada esposa. La nave de la muerte prohija y mata cientos de alucinaciones por minuto, sin otra justificación que sus caprichosos ritmos de montaje, que remiten al videoclip. Un festival de efectos especiales reemplaza al tiempo y el espacio necesarios para que se desarrollen las obsesiones de los tripulantes –por momentos todo se reduce a un vistoso caos estratosférico–, y toda incertidumbre sucumbe ante las conclusiones instantáneas y sabihondas del comandante Miller. Más temprano que tarde éste sacará credenciales de paladín para oponerse al constructor de la nave asesina, un científico demente encarnado por Sam Neill en base a los peores tics de un malo de película.

Guillermo Ravaschino    

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