Tras sus últimos fracasos a nivel comercial, entre los que se puede
mencionar Ojos de serpiente y Misión a Marte, Brian De Palma
cambió Hollywood por Francia. No es que las películas que fracasaron hayan
sido malas; demostraban una permanente vocación por explorar nuevas
temáticas y constituían grandes maquinarias de espectáculo, pero la locura
en ellas era tan explícita como inexplicable para el paladar estadounidense.
En la tierra de los buenos vinos recibieron a Brian con los brazos abiertos,
como hacen los galos con todo artista maldito vomitado por la gran industria
del país del Norte. Y fue allí donde, sin compromisos ni ataduras, De Palma
logró su mejor película en años, que es, al mismo tiempo, un compilado de
toda su obra. Ese film es Mujer fatal.
La Femme Fatale del
título original es nada más y nada menos que Rebecca Romijn-Stamos
(interpretaba a Mistique, la mutante despampanante de X-Men), quien
aclara, por si hiciera falta, que es “una chica muy mala”. Sí, más mala que
la peste, pero también capaz de partirle la croqueta a cualquier
hombre (o mujer) que se le cruce en el camino y hacerle hacer lo que ella
quiere. Primero participa en un robo de antología en el Festival de Cannes
y, previa seducción a una modelo que viste una codiciada prenda hecha de
diamantes, acapara el botín, traicionando a sus cómplices, que no se la van
a perdonar fácilmente. Después, roba la identidad de otra mujer y se casa
con un diplomático yanqui (Peter Coyote), al que conoce en un vuelo a
Estados Unidos. Pero el destino la hará regresar a París y, para no caer en
manos de gente tan mala como ella, tendrá que recurrir a su astucia y a su
habilidad de seducción para manipular a su antojo a un fotógrafo (Antonio
Banderas) encargado de seguirla.
Claro que hay que tener en
cuenta que esta es una película de Brian De Palma: los engaños y las falsas
apariencias están siempre ahí, desconcertando al espectador, quien
podrá ver varios films en uno. De Palma se apoya en el arsenal que hizo
famosa a su filmografía: la reflexión sobre los sueños y su vinculación con
el destino, la psicología de personajes malvados conscientes de su
malignidad, la multiplicidad de identidades, el voyeurismo de ciertos
hombres obsesionados con ciertas mujeres, el cine dentro del cine. Todo eso
condimentado con su maestría habitual para la puesta en escena y de cámara,
más el agregado de la parodia consciente sobre el personaje de Banderas (el
más tonto de todos), que se transforma en una parodia del Banderas actor.
Como con Nicolas Cage en Ojos de serpiente, De Palma aprovecha los
proverbiales defectos de un actor para convertirlos en virtudes.
Pero la verdad es que Mujer
Fatal no hubiera sido lo que es –un espectáculo tan inverosímil como
fascinante– sin Rebecca Romijn-Stamos, admirablemente libre, suelta en el
papel de esa mujer bellamente diabólica. De esas que esconden algo y lo
hacen notar (y eso que esconden puede ser un puñal bajo la ropa), pero a las
que uno seguiría igual, gustoso y consciente, hasta el mismísimo infierno.
Rodrigo Seijas
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