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PANDILLAS DE NUEVA YORK
(Gangs Of New York)

Estados Unidos, 2002



Dirigida por Martin Scorsese, con Leonardo Di Caprio, Daniel Day-Lewis, Cameron Diaz, Jim Broadbent, John Reilly, Henry Thomas, Liam Neeson.



Decir que Martin Scorsese es uno de los pocos grandes directores en actividad no es novedoso, pero tal vez necesario para eliquibrar la balanza frente a quienes piensan que desde que colaboró con Armani ha dejado de ser el de antes. Si bien es cierto que ya han pasado diez años desde su última obra maestra (Buenos muchachos), hay que remarcar que la carrera de Martin no registra un solo bodrio. Todas sus películas son, al menos, interesantes. Es que estamos ante un director que controla la cámara a su antojo y nos pasea –generalmente al galope– por un mundo único con tantas influencias clásicas como marcas de estilo propias. Que este rico universo sea conocido por aquel a quien le corra cinefilia (¿cinefilina?) por las venas no significa que Scorsese se repita hasta el hartazgo, ni mucho menos. Prueba de ello es Pandillas de Nueva York, un blockbuster hollywoodense en el que nos lleva por rumbos nuevos, aunque con el mismo automóvil. Allí están la sangre, la violencia, la traición, la mafia, la religión y las calles, filmadas a lienzo completo y con mano frenética.

En la New York ardiente de 1860, Amsterdam (Leonardo Di Caprio) se enrola en la pandilla de los Nativos que lidera Bill El Carnicero (Daniel Day-Lewis, un "De Niro" magistral), asesino de su padre y del que llega a convertirse en "mano derecha", con secretas intenciones de venganza. En el camino conoce a Jenny (Cameron Diaz), carterista profesional y protegida de su nuevo jefe, de la que se enamora.

Scorsese enlaza dos historias: la de los protagonistas y la de Nueva York. La ciudad, como el país, vive en estado de ebullición. La guerra civil acumula muertes por segundo y refuerza el racismo de la población. Millones de inmigrantes desembarcan en el puerto. Una gran cantidad es reenviada al mar con destino al campo de batalla. Y el resto se divide en cientos de pandillas, representantes de la multiplicidad de minorías que conviven (y combaten) en la ciudad.

El ojo scorsesiano se cierra alrededor de Cinco Esquinas, un sector de Brooklyn al que va a parar el protagonista junto a tantos recién llegados. Vale la pena aclararlo, porque muchos han caido en el error de cuestionar la película por la ausencia de fábricas y obreros, como si el director postulase que la ciudad fue fundada sólo por pandillas salvajes y políticos traicioneros en busca de votos. Como siempre, a Scorsese le interesan los descarriados, los marginados, los fuera de la ley. Por eso ubica su cámara en ese micromundo de pobreza y delincuencia a punto de estallar. Lo que vemos es el universo de los protagonistas, un lugar aislado y ciego a los tiempos que se vienen. Y a esta lograda estrategia se debe ese final sorprendente, sobrecogedor. La sorpresa se produce mediante el escamoteo de todo lo que escapa a la inmediatez de los protagonistas, es decir, la Historia: compartimos el desconcierto y la desesperación de los personajes por haber sido llevados a acompañarlos durante todo el film.

El gran homenaje de Pandillas... a Un tiro en la noche (John Ford, ....) llega distorsionado. Su mirada no es tan abarcativa como la de aquella obra maestra; no hay abogados, doctores, ni maestros entre los pandilleros, así como no aparece sociedad que no fuere la de las pandillas. Este es un mundo callejero. Y ya que estamos, no habría que dejar de mencionar el guiño de Scorsese a Eisenstein cuando la turba invade la mansión y la cámara nos pasea delante de la estatua del león rugiente. Signos (ni más ni menos) del lugar desde el que Martin nos hace vivir su película.

Políticamente, el film es muy audaz y –pese a las diez nominaciones– no del todo oscarizable. No sólo por mostrar el lado oscuro de Nueva York, de la Guerra Civil, de los políticos y de los Estados Unidos de aquella época, sino por su visión del presente (no vi una maniobra publicitaria en el plano final de las Twin Towers). Al hacer correr el tiempo hasta nuestro siglo, la película cobra actualidad. Y el mónologo de El Carnicero envuelto en la bandera yanqui, diciéndole a Amsterdam y al espectador que "el miedo es lo que mantiene el orden de las cosas", junto a las fastuosas imágenes de la masa racista enardecida y el posterior auto-ataque americano, dejan una mirada profundamente crítica.

El formato de entretenimiento titánico de Pandillas de Nueva York no le impidió a Scorsese lograr lo que sus admirados directores de los años ’50: que el subtexto sea más importante que la trama principal. Aprovechando todos los elementos narrativos, las posibilidades escenográficas y los efectos visuales más deslumbrantes, pero sin resignar su estilo y enfoques, Scorsese ha realizado una muy buena película. Despareja, tal vez, pero llena de ideas y secuencias monumentales. No debería menospreciársela.

Ramiro Villani      

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