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LA PUTA Y LA BALLENA

Argentina-España, 2003


Dirigida por Luis Puenzo, con Leonardo Sbaraglia, Aitana Sánchez-Gijón, Miguel Angel Solá, Mercé Llorens, Belén Blanco, Vando Villamil.



Vera (Aitana Sánchez-Gijón) es una escritora española intrigada por el trabajo de un fotógrafo argentino (Leonardo Sbaraglia) muerto en la guerra civil española. Y decide viajar a la Argentina con el propósito de hacer una investigación para redactar los epígrafes de unas fotos que él tomó en un prostíbulo de la Patagonia, al que fue para realizar las tapas de los discos de un bandoneonista de la zona (Miguel Angel Solá) en la década del ‘30. Así, entre el pasado y el presente se va construyendo la historia de La puta y la ballena, que supone el retorno de Luis Puenzo a la dirección de largometrajes tras un paréntesis de 12 años.

Este film no sólo tiene poco que ver con las corrientes más mentadas del cine argentino actual (temática juvenil, historias filmadas cámara en mano, bajo presupuesto), sino que está en sus antípodas. La puta y la ballena es una especie de cine argentino de superproducción, hasta "de qualité", y esto incluye todos esos bellos paisajes del sur, el reparto de prestigio, la estructura pomposamente novelesca y  algunos costosos efectos especiales por computadora.

A nivel narrativo, el film se vale del paralelismo entre los dos tiempos para instalar la idea de que los hechos vuelven, se repiten… pero ambas historias nunca terminan de articularse como corresponde. La promesa de un relato cargado de erotismo y romanticismo en el pasado se diluye en un lánguido melodrama sobre una mujer que no sabe lo que quiere en el presente. Ejemplo claro es la secuencia en que la ballena queda varada por primera vez en la playa, que se ve interrumpida por las últimas palabras de una anciana que había trabajado en el prostíbulo (y ahora ocupa la cama de un hospital).

Algunos planteos sobre la diferencia, el amor y las idas y vueltas entre el pasado y el presente hacen recordar a Posesión (2002), un film de Neil LaBute que también se apoyaba sobre historias paralelas. La vampirización de las emociones entre la protagonista y un personaje del pasado remite un poco a El peso del agua (2000), ignorada película de Kathryn Bigelow que, de todos modos, tenía una base policial y un montaje más creativo.

Si bien Sánchez-Gijón sostiene con su oficio buena parte del peso de la película, da la impresión de que tanto los personajes como las interpretaciones de Sbaraglia y Solá están desaprovechados, debido principalmente a los saltos temporales que desdibujan sus historias. Por el lado técnico, lo mejor es la dirección de fotografía de José Luis Alcaine, colaborador habitual de Vicente Aranda, que le aporta al film un look brillante y refinado que lo eleva –cuanto menos en un rubro– sobre la media.

Juan Alsinet      

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