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RICORDATI DI ME

Italia-Francia-Inglaterra, 2003


Dirigida por Gabriele Muccino, con Fabrizio Bentivoglio, Laura Morante, Nicoletta Romanoff, Monica Bellucci, Silvio Muccino, Gabriele Lavia, Enrico Silvestrin.



Gabriele Muccino asomó en la cinematografía imprimiéndole a esas historias de juventudes que elegía narrar el pulso necesario que ligaba el vértigo y la velocidad de las mismas con un montaje igualmente vertiginoso y veloz. Algo así como la conjunción de forma y contenido. Ahí está El último beso para dar cuenta de ello. El éxito fue inmediato. Cuando Muccino cruzó el océano y llegó a Hollywood, lo ganaron el melodrama lacrimógeno y la mirada bienpensante y progresista. Ahí esta En busca de la felicidad para demostrarlo.

Ricordati Di Me podría ser la bisagra entre ambos ejemplos y, más aun, entre dos modos de mirar el mundo.

El film cuenta la historia de una familia de clase media europea actual: los Ristuccia. Papá Carlo (Fabrizio Bentivoglio) tiene un trabajo que detesta pero le permite mantener su status mientras en un cajón guarda una novela que es su gran sueño. Mamá Giulia (Laura Morante) abandonó su carrera de actriz por su familia y enseña en un liceo. La hija, Valentina (Nicoletta Romanoff), aspira a la fama a cualquier precio, y está convencida de que llegar a la televisión como bailarina de un programa de entretenimientos puede ser un buen inicio. El otro hijo, Paolo (Silvio Muccino), navega entre sus indecisiones personales, su timidez y un amor que lo acompleja.

Hasta aquí nada que no caracterice a seres de nuestro tiempo cumpliendo mandatos sociales y familiares, atravesados por sentimientos y deseos típicos y tópicos de esta coyuntura: frustración, rutina, consumismo, éxito efímero, soledad, inseguridades, miedos, egoísmos, vulgaridad. Y de hecho el guión, elaborado en colaboración por el director y Heidrun Schleef, aprovecha muchos de los lugares comunes para desarrollar la vida de estos personajes que se mantienen unidos bajo un mismo techo sólo por esos lazos sanguíneos que los emparentan, pero aprovechan esa situación para culparse explícita o implícitamente de lo que han dejado de ser en el camino. Un matrimonio en crisis permanente, unos hijos que o hacen lo que quieren y arremeten contra todo sin limites o no saben qué quieren y entonces se paralizan. En general, entre el arrojo enceguecido y la parálisis atemorizante se balancean los personajes. Hasta que movidos por una fuerza externa todos parecen encarrilar sus acciones y deseos, conjugándolos. Claro que así la célula primigenia, pequeño prototipo de la sociedad, se verá amenazada y a punto del quiebre definitivo: Valentina se enredará en relaciones donde el sexo es moneda de cambio, Paolo buscará que la droga le consiga la admiración de sus pares, Giulia se equivocará de amante (en un jueguito previsible que mezcla el chiste obvio con el consabido deslumbramiento director-actriz) y Carlo reencontrará en una antigua novia (Monica Bellucci) lo que creía irremediablemente perdido. Y a la larga (merced a un deus ex machina innecesario, salvo por la misma incapacidad de un guión que comienza a diluirse) descubrirá que no hay forma de recuperar cosa alguna sin arriesgarse. Cuando hoy por hoy, nadie se arriesga...

Muccino elige para este estudio de las relaciones familiares y humanas de hoy focalizar la historia en estos cuatros “fracasos”, sólo que por momentos va perdiendo el rumbo y abandona a algunos en favor de otros, sin mayor razón expuesta o justificación alguna, lo que desbalancea el resultado. Los más perjudicados son Paolo y ese amor que Carlo y Alessia dicen sentir (ella abandona a su familia: un esposo y dos niños pequeños): aunque uno cree que es sincero y real (porque las actuaciones son un punto a favor en el film), la narración se empeña en licuarlo y olvidarlo como si tal cosa, como si de un tema común o menor se tratara. Los personajes así delineados no superan cierta superficialidad previsible, y se aproximan a esquemas o meras formas funcionales al avance de la trama.

Los aciertos del guión, que se apoyan en cuestiones tales como la imprescindibilidad de la mirada ajena (“¿Cómo me ves?” es una pregunta constante y repetida. ¿Qué imagen reflejamos? Vivimos interrogando e interrogándonos como si en ello se nos fuera lo que somos...) y en la necesidad de que se crea en uno, de que alguien nos diga “vos sos capaz” para lanzarnos a ser y a hacer, acaban manipulados por supuestos sentimientos superiores que, a pesar de no desembocar en un final feliz –la ironía descarnada sobrevuela la imagen final–, tienden a hundir a todos los personajes en la hipocresía, o el cinismo, de renunciar al mundo propio en nombre de una idea previa (la del director) que se sobreimprime como tesis confirmativa y completamente externa.

Un film que sabe apuntar al corazón del público (¿quién en definitiva no tiene sueños postergados?), pero demasiado construido y más que un poquitín artificial. Una película fallida, de un director que diciendo todo lo que dice, acercando apuntes acertados sobre el mundo de hoy, teniendo a su disposición a un elenco formidable y manejando con oficio las herramientas del cine, se deja obnubilar por su inteligencia para abrazarse al error con tanto tesón, blandiendo una verdad muy poco cinematográfica.

Javier Luzi      

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