Surprise: el director
de un bodrio chato y maniqueo (En el dormitorio, 2001) ha vuelto al ruedo con una historia sólida,
potente, bien estructurada, atrapante durante la mayor parte de su
desarrollo. Secretos íntimos es el segundo largo de Todd Field: un film coral a la manera de los de
Robert Altman, pero al mismo tiempo un cuento íntimo con ribetes sórdidos,
como los que tantas obras indies nos contaron con diversa suerte, y
también un drama soberbiamente actuado y con crecientes ecos trágicos, como
lo fuera Magnolia de Paul Thomas Anderson, pero más conciso y menos
recargado que aquel.
Está
ambientado en uno de esos típicos barrios suburbanos yanquis que parecen
encarnar la versión anglosajona del lema “pueblo chico, infierno grande”:
casas bajas, calles limpias, gentes con vidas aparentemente rutinarias,
ordenadas y armónicas. Field parte de esa
base para ahondar, sin prisa ni pausa, hasta alcanzar el núcleo conflictivo,
desquiciado, de esas vidas que en primera instancia –a la distancia–
parecían otra cosa.
Al coro lo
componen, entre otros, un par de
matrimonios jóvenes desavenidos, ambos con sus respectivos hijos. Los
problemas de una de esas parejas saltan a la vista ya antes que ella (Kate
Winslet, otra vez fantásticamente metida en un rol) sorprenda a su
marido masturbándose con una diva internetiana que lo obsesiona desde
el monitor de su PC. Los del otro matrimonio son menos palpables: ella es
tan perfecta como puede serlo Jennifer Connelly a primera vista, y
parece que la pasa bien; él es un tipo apuesto, afable (el ascendente
Patrick Wilson, que tiene algo de Paul Newman y de Kevin Costner), pero que
por alguna misteriosa razón nunca termina de recibirse de
abogado, y no parece pasarla del todo bien. Será por eso que primero empieza a conversar,
y luego a intimar, con esa madre joven (la mentada Winslet) con la que se
encuentra casi todas las tardes en la pileta pública de la localidad.
Y ya
que estamos en la pileta, digamos que también la frecuenta un cuarentón
petiso y de rasgos ominosos (Jackie Earle Haley), quien enfrenta un proceso
judicial por seducción de menores. Este sujeto, estigmatizado por todos los
adultos de la comunidad, es patético por donde se lo mire y, en más de un
sentido, repugnante. Pero aquí también el guión ahonda: nos introduce en la
morada de este hombre para que podamos observar de cerca el vínculo que
sostiene con su madre (no hay padre a la vista), esa anciana que lo sigue
tratando como si fuera un niño. La mirada es tan sensible que, sin llegar a
ser piadosa, lo parece: logrará que terminemos comprendiendo, aun queriendo,
a ese pobre sátiro. Y ese pobre sátiro, más temprano que tarde,
acabará expresando, y condensando, a todas las demás criaturas que pueblan el
relato.
Guillermo Ravaschino
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