La nueva película de
Michel Gondry... sin guión de Charlie Kaufman. No será la única crítica
sobre Soñando despierto que formule esta aclaración. Es que el nombre
del guionista ha cobrado con pocas películas tanta o mayor relevancia que
los directores que llevaron sus ideas a la pantalla. Todos sus films
tienen similitudes estilísticas y temáticas. Por eso cada director que ha
filmado un guión suyo debe tomar una decisión fundamental antes de dar su
próximo paso: admitir el talento de Kaufman y mezclarse con él (Spike Jonze
con El ladrón de orquídeas), o alejarse
sistemáticamente de sus marcas autorales (George Clooney con su excelente
Buenas noches y buena suerte). Pero nunca, jamás, imitarlo. Michel Gondry, sin embargo,
parece querer ignorar la ausencia de Kaufman con una película que presenta
notorias similitudes temáticas y formales con la obra de este último. Uno no
puede más que recordar los viajes a través de la memoria de Jim Carrey en
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (de Gondry/Kaufman)
mientras Gael García Bernal confunde sueños y realidad en Soñando
despierto.
El argumento gira en
torno de Stéphane, un joven mexicano que viaja a Francia en busca de un
trabajo que le ha conseguido su madre, en el que espera poder lucir su
creatividad como dibujante e inventor. Pero el trabajo consiste en poner
títulos a almanaques pornográficos, y su madre sólo quiere aprovechar para
tenerlo cerca luego del fallecimiento del padre (que se lo había llevado
consigo años atrás, durante la separación). Eso es todo lo que Gondry
desarrollará de aquella línea narrativa. La relación madre/hijo es dejada
torpemente de lado cuando Stéphane conoce a... Stéphanie, su nueva vecina
del departamento de enfrente y, tras varias idas y vueltas, se da cuenta de
que se ha enamorado.
Todo lo que el protagonista siente, sus miedos y frustraciones, sus anhelos,
su amour fou, todo es retratado a través de sus sueños, tomando
elementos de la realidad para transformarlos en fantasías de cartón y
plastilina. Sí, Stéphane sueña animaciones...
¿En que se diferencian las pesadillas surrealistas de Eterno
resplandor... de las de Soñando despierto? En que unas son una
representación desesperada del miedo a la muerte (la muerte del amor, de la
memoria, de la identidad), mientras que las otras son paródicas alegorías
infantiles provenientes de un ego insatisfecho, que sueña con sexo, poder y
venganza. O al menos esto ocurre durante gran parte del relato, hasta que
llega la hora de representar el amor puro y ecológico con caballitos
de peluche y barquitos de telgopor que transportan bosques atravesando el
mar (!). El problema no es que los sueños de Stéphane sean cursis o
infantiles, el problema es que carecen, lisa y llanamente, de imaginación.
¿Hay un objeto más obvio para representar la inocencia de la niñez que un
barquito de telgopor sobre un mar de celofán? ¿Hay algo más burdo y
convencional que tener sexo sobre la fotocopiadora con una compañera de
trabajo para metaforizar las frustraciones de los oficinistas?
Para crear las fantasías sin vuelo del protagonista Gondry apela al cine de
género, a la psicodelia animada estilo Baby Snakes (ese gran
documental de Zappa recientemente exhibido en Bafici) –esta vez con música
de The White Stripes– y, dicen (no he visto lo suficiente para afirmarlo), a
buena parte del legado de la animación de Europa oriental.
Cada sueño equivale a un bache narrativo, ya que nada de lo que se muestra
despierta algún resquicio de misterio o fascinación. Todo lo que nos atrae y
nos asusta de los sueños, su inestabilidad, su irracionalidad, su
impredecible desenlace, brilla por su ausencia en Soñando despierto.
Es una verdadera pena porque, gracias la química que se produce entre García
Bernal y Charlotte Gainsbourg, la historia de amor entre estos dos vecinos
logra contagiar eludiendo casi todos los obstáculos que la apocada
creatividad del director les pone en el camino. Gondry, como un mago en
desgracia, saca conejos de la galera cada cinco minutos, sin asombrar a
nadie. Como ese aparato que avanza o retrocede el tiempo durante un segundo,
que luego usará para fastidiarnos narrativamente, como una especie de
involuntaria metáfora sobre la estética posmoderna.
Ramiro Villani
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