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STARSKY & HUTCH

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Todd Phillips, con Ben Stiller, Owen Wilson, Snoop Dogg, Fred Williamson, Vince Vaughn, Juliette Lewis, Jason Bateman, Amy Smart.



Starsky & Hutch es una película excepcional. Su éxito no puede ser sino una buena señal y reducirla a un conjunto de chistes, tanto fuere para hablar en contra como a favor, es una aberración. Entre tantos impostores que andan dando vueltas por ahí proponiendo a la solemnidad como sinónimo de profundidad y al tedio de importancia, el último film de Todd Phillips (Viaje censurado) también es un mecanismo de defensa frente a los Iñárritu, los Von Trier, los Arcand o los Jenkins. Es más: Starsky & Hutch tiene tanto que decirle al mundo como Perdidos en Tokio, otra comedia brillante, otra historia de amor.

Ambientada en los años setenta y basada en la teleserie homónima, el mayor logro de la película de Phillips reside en rechazar de plano una "buddy-movie" al estilo Arma mortal  (la prueba de esto está en las escenas de acción parodiadas como la golpiza a motoqueros sospechosos totalmente inútil, el disparo que quiere ser certero y sale para cualquier lado o ese auto que tendría que haberse estrellado contra un barco y termina hundiéndose en el agua) y optar por acercarse al género de las comedias románticas del cine americano clásico en la tradición de La adorable revoltosa, Lo que sucedió aquella noche o Las tres noches de Eva.

Como en aquellas películas, los dos protagonistas se presentan con una voz en off apenas comenzada la película. Starsky (Ben semidios Stiller), un policía responsable y metódico hasta lo obsesivo, y Hutch (Owen Wilson, insuperable), un oficial reticente a la autoridad, quejoso de su salario y mucho más entregado a la aventura. A los 15 minutos de empezada la película los dos se conocen; lo que sigue es ver como interactúan entre ellos.

Como sucede en muchas películas de Howard Hawks, los dos tipos permanecen unidos en gran parte debido a su profesionalismo. El amor por la misma actividad es lo que les permite olvidar las diferencias en cuanto a los métodos, dando lugar a la pareja. Y cuando hablo de pareja también estoy hablando de dos personas que si no llegan a ser más que amigos es por la barrera de la heterosexualidad.

Estos tipos, ensimismados en sus peleas y sus histerias, protegiéndose y ofendiéndose (o jugando a ofenderse), tratando de convivir y de cubrirse en sus faltas no son muy diferentes a, por citar otra pareja bien actual, Reuben y Polly de Mi novia Polly, una película inferior a la de Phillips pero simpática, con Stiller en un papel similar.

La gran diferencia estriba, por supuesto, en que en Starsky & Hutch no hay sexo; apenas, sí, una cuota de homoerotismo (otra herencia hawksiana), tal como se desprende de la escena en la que Starsky observa embelesado (y totalmente drogado) a Hutch mientras toca la guitarra… teniendo a pocos metros a dos porristas.

Ambas parejas son genuinas expresiones de la mirada más luminosa que pueda caer sobre una pareja; son los Melvin Udalls diciéndole a sus Carol Connelys en Mejor... imposible: “Tú haces que quiera ser una mejor persona cada día.” ¡Y acá está! La idea de la superación personal motivada por el amor hacia la otra persona es lo que atraviesa a esta película. Noción idealista de la pareja (“realista” dirán los más optimistas); de cualquier clase de pareja.

Quizás el escepticismo se haya filtrado en la puesta en escena, que resulta artificiosa, con su preferencia por los espacios claros y ordenados hasta la exageración, en la tradición de otros directores de comedia, más contemporáneos, como Wes Anderson o Christopher Guest.

Starsky, el metódico, o más bien el temeroso de la sombra de su madre, atreviéndose a romper las reglas, acercándose a una figura como la del informante Huggy Bear (el rapero Snoop Dogg) por influencia de Hutch; Hutch, el irresponsable, siendo el primero –por estar al lado de Starsky– en querer frenar una pelea en una ducha, y llegando a pedirle a su pareja que baje la velocidad del auto.

Es una retroalimentación sublime, una armonía que alcanza el equilibrio perfecto. Poco importa, desde ya, quiénes terminan atrapando al malo, y a eso la película lo deja bien en claro hacia el final. Las persecusiones, las peleas, los casos policiales acá son, como diría Hitchcock, meros “Mac Guffins”.

Estamos ante la versión casi-gay, y setentista, del ideal de Aristófanes de las almas gemelas. Pero más moderna y más actual que nunca, con dos oficiales de la ley enormes, a resguardo de que el cine pueda seguir demostrando que se pueden hacer películas vitales, felices y complejas.

Hernán Schell      

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