Para algunos críticos a veces es tentador reducir la obra de ciertos autores
a una línea. A favor o en contra, se intenta condensar todo en una frase. En
el caso de Steven Spielberg: "Un cine que parte de la niñez", o en el de
Rohmer: "Excepcional madurez para tratar las relaciones humanas". Conocemos
estos comentarios simplones, de afiche, pero lo que quería destacar son los
estadios de la vida que, se supone, son más artísticos: la niñez y la
madurez, entendiendo ésta como la plenitud intelectual de alguien que
presumiblemente ya es viejo. Digamos que son etapas de la vida que no
parecen agotar su poesía, o al menos resultan insondables en su misterio.
Ahora, nadie –ni en una línea– elogia una obra como adolescente. Será que la
adolescencia es una edad dolorosa, indefinida y obvia, por lo que es
imposible que no se convierta en un término peyorativo. Algo adolescente es
algo a medias, sin verdadera personalidad, a pesar de las depresiones,
pataleos y angustias que sufren esos pobres tarambanas que todos fuimos
alguna vez.
En mi opinión, emulando a los críticos de una línea, eso es el cine de
Todd Solondz: adolescente. Una visión exacerbada del patetismo
norteamericano de clase media o media alta, que él detesta, pero que no
puede superar ni analizar. Solondz no es cínico, busca específicamente
serlo. Desea lo peor para sus personajes y fuerza la trama hasta
conseguirlo. Es un mal cine de guión, ya que el armado de las escenas y los
diálogos expresan de una manera muy directa lo que el director quiere decir;
su universo nunca se plasma del todo en el celuloide, lo adivinamos ya
escrito, demasiado intencional.
De todas formas, Solondz es un realizador muy actual. El cinismo como
estética está de moda, es aplaudido como algo serio, quizás porque continúa
siendo una prolongación del mismo sistema que estos "ácidos creadores"
intentan criticar. No molestan en la medida de que no ofrezcan otras
lecturas, que es lo que –digamoslo aunque suene pomposo– el sistema más
teme. Solondz, lo ratifica con Storytelling, detesta de manera
intelectual los formalismos sociales norteamericanos y hace de eso su sello,
pero creo que la crítica mordaz que no ofrece un ataque ideológico termina
siendo sólo un acto de ingenio o de exhibicionismo. Los ingleses lo saben
mejor que nadie, y por eso inventaron esas comedias supuestamente irónicas
respecto a su sociedad, así uno se ríe de lo que es sin dejar de serlo. No
digo que el arte cambie al mundo, eso es otra visión infantil y anticuada,
pero sí que haga pensar y replantearse cosas si es que esa es la intención
explícita del director. En un mundo desideologizado y genocida pretender ser
un subversivo por el mero hecho de ser violento es una chiquilinada,
precisamente porque esa es la violencia que se nos ordena asumir como valor,
la violencia al voleo, porque sí, de origen propagandístico más que
filosófico.
El cine mundial refleja un poco de esta lastimosa falta de agallas
creativa. Pudimos ver en el Festival del año pasado films como La Isla,
del coreano Kim Ki duk, que intentó hacernos creer que detrás de esa
violencia gratuita y pretenciosa había un "audaz juego de seducción", o
tuvimos a Haneke, un tipo empeñado en sacudir al espectador con un sadismo
antiséptico y pacato que, lejos de convertirlo en Buñuel, lo convierte en un
realizador de films superficiales y efectistas. No por nada Haneke viene de
la televisión, esa moral prepotente y puritana tiene que ver más con la tele
que con el cine.
Ejemplos de este vanguardismo de juguete hay miles, incluso hoy nos
"shockean" con películas con escenas de sexo explícito. ¿Para qué? Falta de
ideas, será, porque la intención de ser más verídicos o más crudos
únicamente por poner sexo es una estupidez, si es que no es simplemente una
estrategia marketinera. Cito a Romance, o Baise Moi
(proyectada en el Festival 2001). Hace años que se inventó el sexo explícito
y se puede alquilar candorosamente en cualquier videoclub, sin tantas
pretensiones.
En fin, todo esto es un tema sociológico y no cinematográfico. En mi
opinión ese es uno de los grandes problemas del cine actual, al hablar de
cine uno termina hablando de cualquier cosa menos de cine. Parecería que se
reflejara el mundo a través de la televisión, falsa representadora de la
realidad, y no a través de la estética y de la moral que surge de un arte
como el cine. Igual en los últimos años tuvimos algunos ejemplos de ese cine
en serio: Garage Olimpo (gran film que continúa pasando inadvertido),
Recursos Humanos, Criaturas Celestiales... pero son
excepciones y no han dejado mucha huella, aunque toquen temas como la
locura, el genocidio, el desempleo y la tiranía empresarial.
Tolondz, fiel a la moda, no plasma ironía en sus personajes sino que los
manipula para que sean irónicos. Siempre lo hace de una manera acartonada,
ingenua. En su film anterior, Felicidad, buscaba más escandalizar al
norteamericano medio que retratar sus miserias. Fue una devolución de basura
tragada, no una lectura implacable. En Storytelling vuelve a lo
mismo. Entendemos que Solondz rechaza esa forma de vida pero también que no
puede procesarla ni criticarla de verdad. No se separa de ella, la exacerba
por medio del asco. Con esto me refiero a lo anterior, al cinismo fashion.
Está bien visto siempre y cuando no se vuelva subversivo y nombre a ese
poder que en teoría ataca.
Films como El Club de la Pelea siguen esta línea, donde el
protagonista puede fajarse con todos y volar edificios siempre y cuando no
sea un terrorista lúcido y contestatario sino un esquizofrénico que no sabe
lo que hace; en Belleza Americana Kevin Spacey puede dejar de
trabajar, no darle bola a su mujer y desear a la amiga de su hija siempre y
cuando sea asesinado al final; es decir, podemos armar mil quilombos pero
sin decir abiertamente que tanta mierda puede ser destruida por medio de la
rebelión y del goce. Eso no está permitido, ni siquiera se enuncia.
Así, Solondz en Storytelling otra vez hace sufrir a sus personajes hasta
causar risa o desprecio sin darles un vuelco trágico, lo que, en definitiva,
puede ser uno de los motivos del arte. ¿Acaso no hizo eso Buñuel en Los
Olvidados? Mostró la miseria y la pobreza desde un marco poético y
desesperado pero también ideológico, donde su visión pesimista sobre esos
chicos condenados se volvió una acusación. En la citada Garage Olimpo,
el director, Marco Bechis, se sumergió en el horror absoluto –un centro de
detención de la última dictadura militar argentina–, y sin embargo consiguió escenas de terrible
contundencia estética, llegando a la tragedia desde la misma puesta en
escena. Esta unión de estética y muerte como tema central es quizás hasta
profana, pero absolutamente honesta al cumplir su cometido de arte y
denuncia de una manera tan directa y –recordando el final de Garage
Olimpo– sublime.
La convención hoy es burlarse y denigrar a los personajes y a sus
historias. Esta falta de convicción en lo que se dice es el gran vicio de la
frigidez posmoderna. Los hermanos Coen llevan ventaja en esto, se saben
incapaces de mostrar más de lo que ya se vio, por lo que retuercen y opacan a
sus personajes con disparates argumentales y burlas infantiles tratando de
hacerlos interesantes. El cine dio muchísimos directores violentos,
existenciales que no pueden evitar los extremos (Herzog, Scorsese, Buñuel,
Favio, Eustache, etc.) y uno les cree; la fuerza de sus imágenes nunca
sugiere parodia o burla en sí mismas, brotan de la misma historia, que igual
puede ser paródica o irónica. Solondz apela de manera sistemática al shock.
No cree en sus personajes sino en el resultado de sus personajes. La
necesidad de ser sarcástico, viejo anhelo de los creativos, parece ser que
otorga una especie de prestigio o al menos legitima la canchereada frente al
mundo. Felicidad fue eso, pero en Storytelling Solondz por
momentos se olvida de su fórmula y casi se deja llevar por caminos más
interesantes. El asunto es que tampoco cobran vida esos personajes ni sus
historias. Todos caricaturescos, exagerados, demasiado feos, terminan
parodiando la parodia que son en realidad, y no pueden sacar toda esa
angustia que late por momentos en el film. El narcisismo del director los
aplasta con maliciosas jugarretas de guión y, sin llegar a la mera crítica,
se queda en la burla.
Julián Monterroso