El quinto largometraje del español Gerardo Herrero tiene por telón de fondo al conflicto
de los Balcanes. Territorio comanche transcurre entre los edificios en ruinas de
Sarajevo, sobre las calles agrietadas por los morteros serbios y atestadas de
francotiradores a los que casi nunca se ve y para los cuales cualquier ser humano, militar
o civil, constituye un apetecible blanco móvil. El guión fue adaptado de la novela
autobiográfica de Arturo Pérez Reverte, corresponsal de guerra de la Televisión
Española por más de tres décadas, y narra su propia historia (en la piel de Mikel,
interpretado por Imanol Arias) y la del equipo que lo acompaña. Mikel lleva demasiados
años entre las balas. Deformación profesional mediante, casi no puede dormir si no está
acunado por el tableteo de las ametralladoras. Su fiel ladero es José, un reportero
gráfico magníficamente interpretado por Carmelo Gómez. Laura (Cecilia Dopazo) es
aquella típica conductora en ascenso: bella, torpe, niña mimada del productor del
noticiero de la noche, ha sido enviada a Sarajevo para ayudar a sus compañeros, aunque al
principio no hace más que estorbarlos.
El acierto de Territorio comanche tiene que ver
con la rigurosa sujeción a los escenarios naturales. La película fue íntegramente
rodada en Sarajevo y Zagreb, cuya devastación impecablemente encuadrada por Alfredo
Mayo confiere una inquietante cualidad de calvario al fondo del drama de los
periodistas. Estos se alojan en un ruinoso Hollyday Inn junto a los corresponsales del
resto del mundo, con lo que el crisol idiomático que suele contaminar a las
coproducciones (esta es hispano-argentino-germano-francesa) encontró plena justificación
dramática por una vez. No ocurre lo mismo con Laura. El tono castizo del personaje de
Dopazo es demasiado pobre como para tomarse en serio su condición de figura central del
noticiero madrileño y sus "'tú", "vale", "tío" evocan las
forzadas impostaciones de las telenovelas argentinas for export. El conflicto de
Laura fatiga las generales de un esquema muy gastado: el fragor de la batalla templando el
carácter de la novata, que hará su propio viaje interior hasta conquistar el respeto de
sus colegas. En esta veta se inscribe también Manuel, el fotógrafo argentino despelotado
que anima Gastón Pauls con recursos semejantes a los que puso de manifiesto en
"Montaña rusa", una teleserie por y para adolescentes. Y ya está un poco
grandecito.
Imanol Arias y Carmelo Gómez, empero, se las arreglan
para hacer de Territorio comanche un interesante retrato del oficio de los
reporteros de guerra. El marco trágico de Ia ex Yugoslavia y la locura de una guerra poco
menos que imposible de entender para los foráneos los ponen en su salsa: sus propias
vidas les importan poco y parecen haber comprendido que la dignidad, en su profesión,
pasa por mostrar la barbarie bélica al desnudo, en vez de usarla para editorializar
moralejas mediocres (la criatura de Dopazo, por contraste, encuentra por este lado un
resquicio funcional). Mikel y José no terminan de zanjar ciertos problemas de conciencia,
como los que surgen cuando registran un reportaje en vivo con un pistolero serbio, masacre
de transeúntes incluida, y distan de tomar a su oficio como un sacerdocio. La mayor
ambición de José consiste en filmar un puente en plena voladura, tarea en la que
arriesga una y otra vez su pellejo y que concretará poco antes del final, en dramáticas
circunstancias.