The Blair Witch Project es muchas cosas a la vez.
En este orden:
Una marca registrada odiosa,
apabullante, con miles de sucursales en la red, que antes de permitir la visualización de
una mísera foto de la película u ofrecer una pieza de información relevante
despliegan docenas de ridículas ofertas (no por eso menos entradoras: estuve a punto de
adquirir un colgante por U$S 6.99).
Un fenómeno de masas. Objeto de
fetichismo, culto y admiración de millones de jóvenes, especialmente norteamericanos.
Un tema de conversación. En la última
semana, por lo menos cuatro personas a las que el cine les interesa poco y nada me
recordaron a "esos pibes que se llenaron de guita con una película de dos
mangos".
Un film ingenioso. Que se inscribe
dentro de una tendencia que viene causando furor en el circuito offbeat
estadounidense: la de los mockumentaries, o falsos documentales, que aprovechan
los borrosos límites entre la realidad y la ficción. Claro que no se trata de una
novedad (ya la practicó Orson Welles en el formato radiofónico, cuando montó la farsa
de una invasión marciana allá por octubre del '38) ni de una moda estrictamente
norteamericana: muchas películas de Abbas Kiarostami, el iraní más consagrado, juegan
con esta misma idea, que también está en la base de El espejo, de su discípulo
Jafar Panahi. Lo que hicieron Daniel Myrick y Eduardo Sánchez es combinarla con un añejo
género que todavía goza de la mejor salud: el terror-suspenso.
La película arranca con una frase
pegadora que resume buena parte de su periplo: "En octubre de 1994, tres estudiantes
de cine desaparecieron en un bosque de Maryland mientras rodaban un documental. Un año
después, se encontró lo que filmaron". Como punto de partida es impecable. Se
sugiere que murieron, incluso en circunstancias trágicas, sin necesidad de anticipar
ningún dato clave. Se prepara al espectador para la farsa. Es decir, para las imágenes
de ese supuesto documental que, en condición de tales, no deberían ser prolijas ni
profesionales. Para las imágenes de The Blair Witch Project. Que por un lado
honra aquella premisa: lo que se ve, en efecto, podría haber sido filmado por tres y nada
más que tres personas (el efecto de realidad es tan impresionante que aunque se sabe que
es un film de ficción, se lo ve como un documental). Y por el otro obtiene de ella el
pasaporte para su permanente desprolijidad. Una desprolijidad que es absolutamente funcional
mucho más que la de Los idiotas de Von Trier, por caso ya que
converge y se potencia con la trama.
El film dentro del film es uno de esos
más o menos típicos intentos por dar cuenta de una leyenda popular. En este caso, la de
una bruja que asesinaba niños en el bosque de marras. Tras unos pocos reportajes, el
trío se interna en la espesura para tomar imágenes in situ. Por cierto que ya
no saldrán de allí. Llevan una cámara de 16 milímetros, con rollo blanco y negro, para
la película, y otra de video para los entretelones de la filmación. La combinación de
ambas redunda en un collage de tonos y texturas sugestivo e inquietante. Ahora bien: lo
que se ve está profusamente editado. ¿Cómo o quién, a falta de ellos tres, administró
los cortes y la mezcla de sonido? Esta es una de las preguntas que The Blair Witch
Project deja sin respuesta. Pero el interrogante no entorpece el curso de la
historia. Surge después.
Troncos esmirriados, pálidos, hojas
secas que parecen tapizar el suelo desde el comienzo de los tiempos. Una luz blanquecina y
fantasmal filtrándose entre las ramas. El bosque es un personaje decisivo, acaso el
principal. La pieza clave de un terror en off es decir: no explícito
como no se veía desde Stalker, la obra maestra de Andrei Tarkovski a la que The
Blair Witch Project le debe mucho más de lo que parece. Un eximio trabajo de
sonorización se encarga de doblar al bosque, duplicando las angustias visuales
en un abanico de susurros cada vez más lúgubres, que oportunamente se convertirán en
gritos. Toda música incidental hubiera estado de más.
La película es bastante monocorde. En
parte para bien, ya que los jóvenes pierden el rumbo, empiezan a desesperar y la
reiteración ese círculo asfixiante de ramaje y hojas es parte esencial de la
angustia de los extraviados. Pero a The Blair Witch Project le sobran
unos cuantos minutos. Algo parecido ocurre con los aullidos, ya no del bosque sino de los
protagonistas, que a veces se pasan de rosca. Con lo que algunos picos de terror
corren el serio riesgo de disolverse en risitas involuntarias.
Guillermo Ravaschino
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