HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















TRAFFIC

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Steven Soderbergh, con Michael Douglas, Tomas Millian, Benicio Del Toro, Luis Guzmán, Dennis Quaid, Catherine Zeta-Jones.



Traffic es una película larga, ardua, muy despareja, que empieza muy bien y termina –hablo en criollo, sepan disculpar– yéndose a la mierda.

El título ya da una pista de la trama, que gira en torno de la droga aunque no se limita, ni mucho menos, al tráfico de estupefacientes. Antes bien, Traffic es el resultado de una operación de lo más ambiciosa, que procura agarrar al asunto por todas las puntas. Ahí está la problemática derivada del uso y abuso de sustancias, especialmente entre los adolescentes de la clase medio-alta, que nutre su costado de drama psicológico. Ahí están las políticas de Estado yanquis, de la mano del "jefe oficial de la lucha antidroga" más bienintencionado e ingenuo, es decir inverosímil, del universo. Ahí está la conexión latina, que en este caso no es colombiana sino mexicana, ya que la productora Laura Bickford –visionaria ella– olfateó que los carteles de Juárez y Tijuana, ambos mexicanos, estaban empezando a desplazar a los de Cali y Medellín en los titulares de los diarios. La cuestión es que esta veta, animada por vigilantes, militares y funcionarios corruptos del Tercer Mundo, lleva aguas hacia un costado decididamente policial (de género policial) de Traffic. Por si fuera poco, otros segmentos del film aparecen rozados por aires de thriller jurídico (que pasan sin pena ni gloria) a partir de un elegante matrimonio californiano envuelto en la importación y distribución.

El costado policial es el mejor de todos. Y Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video), que fue contratado para dirigir precisamente por ser uno de los hombres más habituados a mechar géneros y tonos dramáticos, le saca brillo durante un buen rato. Recurriendo muy pocas veces a la música (que es puntualmente enigmática), recostándose en los colores, los contrastes y las texturas, planta en escena un narcothriller creciente, nervioso, pujante, que oscila entre un México que es puro calor, aridez y atraso socio-económico, y las impolutas alfombras del Gran País. A estas las pisa Robert Wakefield (Michael Douglas, a quien hace rato no se veía tan solemne), el juez de la Suprema Corte que está por convertirse en el principal funcionario antidrogas de la República. Con el transcurso de la proyección, este personaje se convertirá en la piedra de toque de la sutil avalancha (no por sutil menos avalancha) de hipocresías que remata la propuesta. De momento, en cambio, él y su familia (hija adolescente que es la mejor de su clase, aunque empieza probando un porrito...) contrapesan adecuadamente la sordidez de la estepa mexicana. Adonde el thriller levanta vuelo es allí, y esto tiene que ver con la presencia de un actor único, fundamental, al que el cine –toco madera– debería darle más oportunidades de lucirse: Benicio Del Toro. Sonríe como un cretino, oculta mucho más de lo que dice (pero dice que oculta con la mirada), tiene una fuerza extraña, como si la contradicción y el conflicto lo consumieran, y es dueño de las ojeras más expresivas que se hayan visto. (Si no lo conocen, alquilen El funeral, de Abel Ferrara.)

Del Toro es un policía de civil, corrupto pero de poca monta, que hace de las suyas con su compañero de ruta. En términos puramente dramáticos, o de estructura si se quiere, estos dos tienen su perfecto contrapunto en dos policías yanquis de similar escalafón. Claro que estos últimos son tan pulcros e inocentes que harían la envidia de Starsky & Hutch y de cualquier otra dupla televisiva. Hay otros contrapuntos. El general mexicano Salazar, por ejemplo, no sólo es pérfido, corrupto e irreversiblemente criminal (hasta ahí, vaya y pase), sino una bestia bruta de esas que sólo se encuentran en películas como esta. Vean si no. En cierto punto, el cruzado antidrogas yanqui llega en visita oficial, y se sientan a platicar. Wakefield pregunta si los mexicanos tienen alguna política de prevención. Salazar responde: "los adictos se tratan solos; todos los días se muere alguno por sobredosis". ¡Por Dios!

Párrafo aparte merecen los agentes de la DEA, que acá cumplen una función parecida a la que las superproducciones reservan para los hombres del FBI: parecen tontos, o más bien toscos, pero a todas luces de buen corazón. Pero nosotros sabemos lo que es la DEA, ¿no? Hay muchas otras "enseñanzas" que Traffic, poco después de promediar, empieza a impartir con descaro creciente. No sólo relativas a la corrupción latinoamericana, que –y esto es lo más peor– aparece como un cáncer natural, innato, desligado de las relaciones que las clases dominantes de esos países mantienen con los yanquis (¡vaya manera de negar la globalización!), sino a cuestiones de moral más de entrecasa. En este sentido, recuerda a los cortos de Fleco y Male.

Guillermo Ravaschino     


Enviá tu crítica al Foro  |  Leé otras opiniones en el Foro