Uno
de los hechos más interesantes de la Competencia Internacional de este
Bafici resultó la elección de la excelente El cielo gira como mejor
película por parte de los tres jurados que funcionaron de forma paralela, y
que también coincidieron –esto es lo más insólito– con la elección del
público. Detalle que no hace más que confirmar la relevancia que ha
adquirido el documental en los últimos tiempos.
Un detalle a lamentar (a tono
con la contradictoria naturaleza de este evento) fue la invasión de la
publicidad comercial, que ocupaba hojas enteras del diario festivalero y
muchos minutos de cada función.
Hay que destacar,
finalmente, la selección argentina que compitió en esta sección con los
títulos internacionales. Tres películas que se apartan de toda elección
convencional: no tanto el documental Cándido López, los campos de batalla
pero sí, muy claramente, Samoa y Monobloc, cuya inclusión fue
una jugada muy valiente y arriesgada.
A continuación, 13 films de
esta sección tal como los vieron cuatro redactores de CINEISMO (en
algunos casos se incluyen dos miradas sobre el mismo film).
Samoa
(Argentina, 2005. Dirigida por Ernesto Baca). Una película experimental,
formada por una sucesión vertiginosa de imágenes puras, de todo tipo,
en blanco y negro y color: desde la recurrente de una joven durmiendo,
pasando por formas geométricas en pisos y paredes, luces movedizas, hasta
las numerosas y distintas representaciones del agua. Inevitable el recuerdo
de Claudio Caldini, quien fuera notable cultor del cine experimental en
Argentina. Sin embargo, en Caldini siempre fue muy fuerte la idea rectora
del film, que en este caso no resulta muy clara. Baca muestra también el
dispositivo fílmico al principio y al final, y al parecer después de una de
las proyecciones dio toda una explicación que echó luz sobre su film, pero
creo que una obra debe explicarse por sí misma. Su visión es muy agradable,
de efecto algo hipnótico, incentivado por el monocorde sonido de la tabla y
el sítar (si no confundo los nombres de los instrumentos indios). Samoa
presenta algún problema con el ritmo y el tiempo, ya que la sucesión es muy
rápida, a menudo con cámara acelerada, y pocas veces encuentra sus momentos
de reposo, que son muy breves. El film comienza con referencias religiosas
(se trata de "develar el rostro de Dios tras su halo dorado"), y recurre a
imágenes generadoras de una atmósfera mística. Josefina Sartora
Monobloc
(Argentina, 2004. Dirigida por Luis Ortega). Otra propuesta audaz, si bien
no del todo lograda. Presenta un mundo cerrado de tres mujeres –madre, hija
y madrina– en el que cada una depende obsesivamente de otra. Ortega (y su
guionista y actriz, Carolina Fal) crean un film de registro absolutamente
teatral, dejando de lado cualquier naturalismo. Cielos naranjas, decorados
como telones, y una interpretación hierática que genera un distanciamiento
brechtiano de –en este caso– difícil digestión. Como en Caja negra,
cuyo estreno celebramos en su momento, los cuerpos cobran un valor
preponderante, con el agregado de la enfermedad, el dolor y una sexualidad
mecánica. Una obra con muchas limitaciones, de difícil acceso, que se niega
a las explicaciones, y de la cual puede decirse que no llega a constituir un
film. Sí tenemos que saludar el sorprendentemente digno retorno de
Evangelina Salazar. Josefina Sartora
Monobloc
(2). En un mundo que ya no es (¿alguna vez ha sido?) cuatro mujeres hacen
"como si nada o como si todo"; hacen lo que pueden y pueden bastante poco.
Se mienten, se traicionan, se prostituyen, se enojan, se hieren sin medida,
se aman de igual forma, en un espacio vacío y opaco que nada refleja sino
que devuelve como una evidencia innegable (pero que las protagonistas no
ven) la soledad, la nada, el estancamiento.
Nada fluye. Ni las palabras, ni la comunicación, ni las relaciones. Ni el
agua que se enturbia
–o falta,
simplemente– en la
pileta que disfrutan Madrina y Nena, ni la sangre que aún se siente
contaminada en el cuerpo de Perla después de las transfusiones.
Después de Caja negra, Luis Ortega ha vuelto a tomar riesgo. Es
indiscutible la presencia de un autor (y con sólo dos películas) y es tan
fuerte que uno descubre "un mundo" en ese mundo que el cuentito nos regala.
La plasticidad y la textura de las imágenes son de una potencia insoslayable
(una fotografía bellísima) y el trabajo con el sonido también es notorio. El
artificio se evidencia inequívoca e intencionalmente en los colores, en los
decorados que gritan su mentira, en los exteriores que se irrealizan.
El realismo que no obstante trasunta la película está lejos de lo "mágico"
tanto como del costumbrismo televisivo que se viene imponiendo últimamente.
Otra cosa, muy otra, es la que ocurre con los diálogos. Se les nota (como en
la mayor parte de la dramaturgia joven argentina) la intención de fabricar
nonsense, de hablar en una especie de clave expulsante de la mayoría
y con sentencias forzadamente ambiguas. Chirría las más de las veces esta
falsedad del discurso, mientras caen por su propio peso las palabras ante
imágenes de cine que buscan diferenciarse. Las actrices se pusieron en las
manos del joven director sin remilgos y olvidando cualquier vedetismo, pero
sus presencias son demasiado importantes como para que el espectador
pueda desestimarlas. Diferente, extraña, difícil. Ni concesiva ni
condescendiente. Javier Luzi
Cándido
López, los campos de batalla
(Argentina-Paraguay, 2005. Dirigida por José Luis García). La opera prima de
José Luis García es un documental, en clave de viaje imposible, sobre
los sitios donde se libró la guerra del Paraguay desde 1865. Viaje porque
pretende acceder a un pasado casi desconocido, como lo son los maravillosos
cuadros de Cándido López que impulsaron el film. Imposible porque a pesar de
que García –primer actor ante las cámaras– no cesa de buscar esos sitios
para recuperarlos o reproducirlos en pantalla, finalmente no los encuentra,
y su objeto se le escapa. A cambio, es un país ignoto lo que encuentra, y un
presente –en vez de un pasado– irrecuperable. Documental reflexivo que
fuerza a plantearse la tarea cinematográfica, idea brillante que se
dispersa y que no quedó plasmada con la solidez que la propia propuesta
reclamaba y prometía. Resultó el film favorito del público.
Josefina Sartora
The Forest For The Trees
(Alemania, 2003.
Dirigida
por Maren Ade). Decepcionante drama teutón acerca de una maestra que se muda
de un pueblito a la gran ciudad para darse cuenta ¡ups! que nada es lo que
parecía y que sus ilusiones eran vanas. Se enamora de una mujer y no es
correspondida; no le da bola a otro maestro que la busca; los alumnos
y los profesores la humillan, y siempre da la sensación de que ella un
poquito se lo merece. Previsible de principio a fin, a pesar de ser breve,
el film ofrece muchas escenas en las que el espectador cuenta los segundos y
pide la hora. Rodrigo Seijas
L'Esquive
(Francia, 2003. Dirigida por Abdellatif Kechiche). Una gran cantidad de
tópicos –la inmigración en Francia, el amor y la amistad entre adolescentes,
el teatro, etc.–, juntos y expuestos con igual convicción, hacen un filme
brillante, que impacta por su honestidad y desfachatez. Actuaciones
excelentes, un guión de marcada autenticidad y un pesimismo que, a la
postre, no deja de ser optimismo. Justo Premio del Jurado. Rodrigo Seijas
Aftermath
(Dinamarca, 2004. Dirigida por Paprika Steen). Una actriz del Dogma 95 es la
directora de éste, otro film danés que se inscribe en la corriente dedicada
a plantear situaciones de quiebre familiar (como Noche y día, que
vimos en Mar del Plata, o Corazones abiertos, La celebración y
Mifune, todas películas en las que actuó Paprika Steen). Una película
sólida, que indaga en las consecuencias de la pérdida de una hija en una
pareja y su entorno, sin golpes bajos ni sensacionalismo, y bucea en el
duelo y la soledad, sentimientos que los escandinavos no llegan a expresar
fluidamente. Pero un film sin sorpresas, tal vez demasiado clásico o
convencional en su realización para competir en este festival. Josefina
Sartora
Mongolian
Ping Pong
(China, 2005. Dirigida por Ning Hao). Aunque Mongolian Ping Pong no
es mejor que Aftermath, sí resulta un film más típico de festivales.
Como La copa o Historia del camello que llora, vistas en
festivales previos –pero menor que ellas–, este film chino de Ning Hao
apuesta al pintoresquismo de zonas tan desconocidas para nosotros como las
estepas de Mongolia, donde las familias viven una vida intemporal en carpas
azotadas por el viento. Todo parece casi un documental, con una historia muy
naïve sobre el shock cultural que viven 3 chicos que encuentran una
pelotita de ping pong sin saber de qué se trata. El averiguarlo constituirá
para ellos una iniciación, detrás de la cual podríamos ver la inserción de
todo un país primitivo en una cultura más globalizada. Josefina Sartora
4
(Rusia, 2004. Dirigida por Ilya Khrzhanovsky).
Podríamos decir "ídem", adjudicando al film el puntaje de su título, y
listo. Pero también cabe mencionar que es una película barroca, recargada,
que apela al feísmo como estética preponderante, y que causó tanta euforia
como rechazo en este festival. Su director afirmó en una conferencia que la
ex Unión Soviética se había convertido en el basurero del capitalismo. Esta
visión se nota en el film que pergeñó.
Rodrigo
Seijas
The
Irrational Remains
(Alemania, 2005. Dirigida por Thorsten Trimpop). Tres personajes, tres
testimonios. Luego de dieciséis años, Mathias y Susanne se reencuentran en
el bosque en el que se habían visto por última vez. En aquella oportunidad
bajo las armas de los guardias de frontera de Alemania Oriental. La película
posibilita esta reunión, proporcionando el marco –hasta entonces
inexistente– para el reencuentro tras años de cárcel y distancia. Y lo
documenta minuciosamente. Al dúo desertor se suma la pareja de Mathias y
mejor amiga de Susanne, Suse, quien también agrega su voz a la
reconstrucción de aquel pasado: ella, embarazada entonces, decidió quedarse.
Y los 95 minutos la proyección son eso: confesiones, reclamos, catarsis;
cine psicoanalítico.
Se nos expone el triángulo emocional en toda su densidad, pero sin afán de
síntesis o condensación: la película respeta hasta el extremo las
circunstancias que decide retratar y nos ofrece narración y entrevista, una
tras otra. Quizás esta intimidad logre una empatía a lo largo de los
minutos, quizás emocione por momentos; por muchos otros me aburrió por
redundante. No deja de ser interesante, sin embargo, como la documentación
del hecho sirve como excusa para que sus protagonistas accedan al
reencuentro: el cine que documenta produce parcialmente lo que va a
documentar. En este caso confía demasiado –y solamente– en la verdad de sus
relatos. Tomás Binder
Halfprice
(Francia, 2004. Dirigida por Isild Le Besco).
Despareja
película que sigue a tres hermanos que viven solos y se las arreglan como
pueden (y como quieren) en el mundo. Utilizando una voz en off que por
momentos toma distancia y por otros se interna por completo, logra
sus mejores momentos al establecer una posición de la cámara a la altura de
los chicos que retrata, y del mundo que los rodea.
Rodrigo Seijas
Spying Cam
(Corea del Sur, 2004.
Dirigida por Whang Cheol-Mean).
Film de
difícil visión: durante más de una hora, dos personajes permanecen
encerrados con una cámara filmadora en una habitación de hotel casi vacía,
sin mayores explicaciones. Tratan de olvidarse del calor mientras intentan
pasar el tiempo leyendo conjuntamente "Crimen y castigo" y practicando
ejercicios de cámara en una puesta en abismo de la representación. Sólo
cuando uno de ellos sale del encierro, se devela una trama policial con
implicaciones de corrupción política. Un film semi-experimental que parece
proponer ideas sobre el hecho fílmico que no terminan de resultan claras. Y
esa primera hora con su claustrofobia y violencia latente fue difícil, muy
difícil de sobrellevar. Josefina Sartora
El cielo
gira
(España, 2004. Dirigida por Mercedes Alvarez). Declarada ganadora absoluta,
El cielo gira es un documental de Mercedes Alvarez en el que la
realizadora vuelve a su pueblo natal para hablar de muchos temas: de los
cambios sociales, de la vida y la muerte, del paso del tiempo. Documental en
primera persona, es un acierto que Alvarez esté presente sólo con su voz en
off, indicando las razones de su regreso a un pueblo que todos los jóvenes
han abandonado, habitado por sólo catorce viejos con quienes el pueblo ha de
morir. Filmado con exquisita sensibilidad, imágenes despojadas y elocuentes,
el documental muestra un mundo rural que se acaba. Paralelamente, la
directora invita al pintor Arqueta a plasmar esa comunidad en un cuadro. Lo
paradójico es que el hombre está perdiendo la vista, de manera que su
pintura resultará una particular concepción del lugar de absoluta síntesis y
abstracción impresionantes. Todo el fascinante proceso de la pintura del
cuadro resume de manera emotiva, sin golpes bajos y con una fuerza
contundente, el tema de la vida y la muerte. En esas secuencias se evidencia
la formación de Alvarez con Víctor Erice, y constituyen una suerte de
homenaje a El sol del membrillo. El cielo gira presenta
puntos de contacto con el programa dedicado a Raymond Depardon. El corto
Quoi De Neuf Au Garet? (2004) y el largo Profils Paysans: Le
Quotidien (2005) también se ocupan de documentar las alteraciones
que está sufriendo la vida rural en Francia, indagando en distintos
granjeros que practican actitudes y técnicas de explotación antiguas, de una
época no globalizada, que ya no podrán sostenerse por mucho tiempo. Como el
de Alvarez, éstos son films de cámara fija, en los cuales es imposible
separar forma de contenido. Sin embargo, los discursos son diferentes: el de
Depardon, en un estilo más distante y monocorde, nunca llega a involucrarse
en las historias campesinas, ni siquiera cuando entrevista a un pariente con
su mismo apellido que ha vendido la granja familiar. Mis preferencias
estuvieron con El cielo gira, una de mis favoritas. Josefina Sartora
Temporada de patos
(México, 2004. Dirigida por Fernando Eimbcke).
Una comedia de esas que dejan un regusto amargo a la larga. Risas y después
lágrimas (o tristeza o melancolía). Y qué peor que un domingo por la tarde
para padecer esos sentimientos. Pocos momentos tan factibles de acabar en
suicidio. Unos adolescentes se verán dueños de un departamento a raíz de la
salida de la madre de uno de ellos. Una tarde que se presenta libre
de mandatos, llena de videojuegos y de la práctica de la nada sin reclamos
se verá modificada por dos presencias: una vecina que pretende cocinar una
torta para festejar su propio cumpleaños, y el muchacho del reparto de pizza
que pretende cobrar –ante la negativa de los chicos– aduciendo que ha
llegado a tiempo con el pedido. Como una obra de teatro que respeta tiempo y
espacio, todo sucederá en esas horas y en ese ámbito cerrado. Una película
del Nuevo Cine Argentino... pero mexicana. Drogas, besos, juegos sexuales,
toma de decisiones. Humor absurdo pero que fluye naturalmente. Un cuadro
filmado en blanco y negro que habla de migraciones, cambios y solidaridades.
Y divide aguas: o te cae simpática (como a mí) o la odiás sin remedio. Quizá
le falten algunos ajustes pero resulta fresca, amena y, en su liviandad,
meritoriamente, se despega de vanas pretensiones sin volverse light.
Javier Luzi
Temporada de patos
(2).
Vi Temporada de patos en el cine América, a pullman lleno y rebosante
de estudiantes de cine que rieron a-más-no-poder durante la hora y media de
proyección. La cuestión (creo yo, también estudiante de cine) es simple: en
la película mexicana se apunta minuciosamente a un público y se da en el
blanco con una efectividad que asusta. No, no se trata de la película de
Bandana, que manipula explícitamente a sus espectadores ya desde la
publicidad del producto; tampoco es Spiderman, que invade y se impone
por la maquinaria obscena de los estudios y los dólares. O hablando
musicalmente: esto no es Christina Aguilera ni Diego Torres, cuyos públicos
en gran medida reconocen (más o menos explícitamente) la pertenencia a un
target masivo y cautivo y hasta disfrutan de ello; esto es más La ley
o (lo que hicieron de) Bersuit Vergarabat: públicos cuidadosamente
estudiados, productos que los miran de lejos y les dan justo-lo-que-quieren,
pero con la sutileza (aunque no siempre) de no hacerlo tan notorio. Ellos
pueden mantener la idea de esto-es-lo-que-me-gusta-espontáneamente... y
agotar las entradas para Temporada de patos 2.
Pero bueno, más allá de las broncas infundamentadas que poco hacen a la
crítica de cine, he aquí porque Temporada de patos es un producto que
–quizá desde una rabiosa sinceridad– termina estandarizando el cine que
gusta hoy y se hace mañana entre los potenciales cineastas. Y como buen
producto, es completo: 1) Abundan los planos ingeniosos: los hay desde la
mirilla de la puerta, desde dentro de la heladera (varios), una "subjetiva"
de un cuadro a-la-maletín-de-Pulp Fiction. Estas pequeñas ideas se
acumulan en una película cuya única propuesta visual es la del guiño. 2) Hay
humor demagógico para el hartazgo; y el epítome está en la escena porrera:
los chicos fuman marihuana y escuchan cosas-re-locas. Los realizadores
parecen haber cronometrado las futuras risas de la audiencia. 3) Tiene
propuestas diversas que buscan llenar el álbum de figuritas ocurrentes con
una efímera aparición, pero sin nunca tomar suficiente forma como para ganar
el peso estructural necesario (por eso 25 Watts es una gran película
mientras que esta no pasa de un borrón): la gota molesta que persiste
cayendo de la canilla en un gag sonoro desaparece porque sí; el plano
"onírico-metafórico" del pizzero y los patitos es el bonus marihuanero
que, él solo, intenta dotar a la película de una inventiva que no le
pertenece; la "subtrama" del pizzero y el homoerotismo final parecen ser
ideas de guión aisladas que sólo buscan el efecto y agrandar el combo.
Ideas solitarias que se restan entre sí y nunca suman más que lo tristemente
previsible (sí me resultaron valiosas les escenas de besos entre el niño y
la niña, pero sólo eso).
Como Ciudad de Dios hace unos años, he aquí el cine especulador que
se viste de otra cosa. Cine automático. Pero automatismo independiente: en
ningún sentido mejor que la de los grandes tanques estadounidenses, ésta
fórmula es bastante más hipócrita.
Tomás Binder |