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Por qué CINEISMO no cubre el XXII Festival de Mar del Plata


Así, ¡NO!


Por primera vez en muchos años, y en virtud de una decisión de la que me hago enteramente responsable en mi condición de director de CINEISMO, esta publicación no cubre periodísticamente los contenidos cinematográficos del XXII Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

No ha sido una decisión fácil: rompe con la tradición de coberturas festivaleras exhaustivas que caracteriza y distingue a este medio; priva a ustedes, queridos lectores, de un relevamiento anual al que nosotros mismos los habíamos acostumbrado desde casi siempre; nos priva a nosotros del placer que año tras año acompaña la escritura de esas notas; también nos priva de abordar en el contexto de un festival en el que ha sido doblemente premiada una película que para nosotros significa algo más (el documental M, de Nicolás Prividera, quien ha firmado varias notas como crítico en las páginas de CINEISMO). Ya podrán imaginar, tal vez, la gravedad de los sucesos que derivaron en una determinación así. Pero no es cuestión de imaginar no en este caso sino de poner blanco sobre negro esos sucesos, de ventilarlos, de hacerlos públicos. Sobre todo cuando se torna evidente que los otros medios los omiten, los silencian o los niegan descaradamente. Esto es lo que ofrece CINEISMO ahora, en lugar de la cobertura tradicional del festival marplatense. Y aunque sé que puedo estar equivocado, juraría que no es poco.

Deben saber ustedes, para comenzar, que este año el Festival ha guadañado brutalmente el cupo histórico de acreditaciones de prensa, dejando afuera a las dos terceras partes de los periodistas que habían sido acreditados hasta el año pasado. Estamos hablando de unas 400 (sí, cuatrocientas) personas. Lo que también deben saber es que el Festival no anunció, ni mucho menos justificó, o explicitó, dicho recorte. Tampoco cumplió con las fechas que había establecido para confirmar o desestimar las acreditaciones. Resultado: con todos los plazos caídos, y a pocos días del inicio del evento, el Festival fue sorprendiendo a cientos de colegas (a cada uno por su lado, aislándolo todavía más) con e-mails de un par de líneas en los que comunicaba: "lamentablemente no podremos acreditarlo para esta edición del festival".

¿Hace falta subrayar que este no es un festival privado sino público, y que como tal está obligado a dar estado público a sus políticas y a sus criterios, sobre todo cuando los modifica tan bruscamente respecto de la edición inmediatamente anterior? ¿Es necesario recordar que cuando hablamos de acreditaciones no estamos hablando de graciosas dádivas sino del derecho a presenciar las proyecciones cinematográficas para darles curso periodístico (lo cual presupone darle, al mismo tiempo, estado público al Festival)?

Como más allá de todo esto hubo muchas acreditaciones que fueron concedidas, no sólo cabe preguntarse por qué el Festival dejó a tantos afuera, sino cuáles fueron sus criterios para dejar adentro a unos y afuera a los demás. Yo se lo pregunté por escrito a su jefe de prensa, Francisco Cerdán. El respondió mi escrito, pero no mis preguntas. Dos cosas dijo, sin embargo, y son las siguientes: que el Festival recortó el número de acreditaciones para poder atender más adecuadamente los requerimientos de los periodistas; y que se decidió conceder una sola acreditación para cada sitio de Internet (incluido CINEISMO, al que habían concedido una y denegado tres de las acreditaciones solicitadas).

El año pasado, efectivamente, los muchos periodistas acreditados fueron pobremente atendidos por un Festival que, en rigor de verdad, los acreditó entre comillas, extendiéndoles credenciales que no servían para que pudieran ingresar a casi ninguna sala, a ver casi ninguna película (en ese momento expusimos detalladamente este escenario, amén de publicar más de 50 notas sobre el cine que proyectó el evento). Ahora bien: no hace falta ser jefe, ni de prensa, para colegir que semejante situación se arregla buscando el modo de satisfacer más y mejor los mencionados requerimientos (tenían un año y las arcas más gordas del Estado en mucho tiempo para buscarle la vuelta)... ¡y no amputando salvajemente la cantidad de periodistas acreditados! El criterio de adjudicar una sola credencial a cada sitio de Internet no es menos ridículo. ¡Cómo si todos ellos fueran la misma cosa! (Mientras que a los programas de televisión y radio, así como a los medios gráficos, independientemente de su especificidad y compromiso con el cine, el Festival no les impuso restricción "universal" alguna.)

Volvamos a Internet. El "criterio" de adjudicar una acreditación por sitio es justamente eso: un criterio entre comillas. Un no criterio; algo tan trucho como las acreditaciones del 2006. Un criterio que se precie, en cambio, hubiese tomado en cuenta una combinación de factores objetivos y subjetivos como los siguientes: cantidad de lectores, cantidad de páginas, frecuencia de actualización, especificidad temática, extensión y/o perfil de coberturas de ediciones previas de este mismo festival, trayectoria de los miembros de la publicación, repercusión en otros medios de lo que en sus páginas se ha escrito o escribe. En función de cualquiera de esos parámetros aislado, como así de todos ellos juntos, CINEISMO habría calificado holgadamente para obtener todas las acreditaciones que necesitaba y solicitó en tiempo y forma para cubrir el festival como Dios manda.

Pero mientras se desacreditaba a unos se sobreacreditaba a otros, y esto de varias maneras. La más escandalosa es tan escandalosa que no es fácil de creer: ¡la venta de acreditaciones! Sí: el Festival que negó acreditaciones a la prensa independiente por un lado, por el otro en una página de su sitio oficial las puso en venta a 100 pesos cada una para cualquier consumidor argentino, y a 50 dólares cada una para los extranjeros. Vean ustedes el prólogo de tan inconcebible oferta (citado textualmente de esa página que, por lo demás, hasta hace un rato, por lo menos, continuaba online): "Frente al cotidiano y masivo pedido de acreditaciones el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata comunica que las acreditaciones para la 22º edición estarán a la venta, de este modo aquellas personas que requieran de una credencial personal para el festival, podrán obtenerla." Demás está decir que "aquellas personas" no tenían que ser críticos de cine, ni periodistas, ni nada. Les anticipé que era difícil de creer.

Volviendo a la prensa: todo indica que el salvaje recorte de acreditaciones ha sido apenas una cara de la política de prensa de la XXII edición del Festival. La otra cara es la asombrosa integración de periodistas y críticos de cine al evento. Esta movida se insinuaba en ediciones anteriores, en las que algunos críticos hacían las veces de "presentadores" de películas. Y acá quiero ser muy cuidadoso: no voy a objetar a un crítico que, a título individual y en su debido marco, acepte presentar una película. En un contexto como el que nos ocupa, empero, se lo objeto al Festival. Porque la invitación ya predispone al crítico a hablar en favor del film... o resignar el convite (si el Festival invitase a dos críticos, uno en favor y el otro en contra, sería distinto, además de mucho más divertido... pero no lo ha hecho jamás). Esto ya se perfilaba como una sutil presión, y la sufrí en carne propia el año pasado, desde la butaca que ocupaba como espectador, cuando subió al estrado un joven crítico para presentar una película argentina como si fuera de Federico Fellini; después la proyectaron y parecía... ¡de Enrique Carreras! Pues ahora el Festival dispuso una sección completa la denominada "El Club del Espectador" para que media docena de críticos llevasen la voz cantante presentando films, coordinando entrevistas y debates. Es una sección paga ($50 por barba) y sarmientina ("los espectadores deben asistir obligatoriamente a todas las actividades pautadas por el club durante los 9 días", rezaba curiosamente la convocatoria, aunque no decía de qué modo los obligarían). ¿Constituye esta sección otro sutil intento de regimentar a los colegas? A juzgar por las palabras que uno de los críticos de "El Club del Espectador" volcó en "Página/12", se diría que ha sido un intento exitoso. Arranca la nota de Horacio Bernades: "Si la vigesimosegunda edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata resultó, en líneas generales, irreprochable...", y más adelante: "Con una programación más que digna, organización impecable (...) esta vigesimosegunda edición del FMDP confirma la consolidación de un evento que durante demasiado tiempo navegó a la deriva. No es raro que haya sido éste el año elegido por Miguel Pereira para anunciar su retiro de la dirección del Festival, tras un quinquenio en el que supo ordenar y darle sentido a un evento que nadie sabía muy bien ni para qué estaba, ni cómo tenía que funcionar." ("Página/12", domingo 18 de marzo de 2007.)

Ya que estamos con Miguel Pereira aprovecho para dejar establecido lo siguiente: cada vez que atribuyo acciones y actitudes a "el Festival" no aludo a una entidad abstracta, sino a sus autoridades. Ahí está Pereira, pero no está solo ni mucho menos. Quien lidera el staff, antes bien (siempre según el organigrama del evento, publicado en la página denominada "Staff Edición 22" del sitio oficial del Festival), es nada menos que el presidente de la Argentina. Que asome allí, en la cumbre de la página, a la cabeza del staff, es mucho más que una mera formalidad burocrática: el doble discurso, la cooptación y la regimentación son herramientas esenciales de las políticas de Estado de Néstor Kirchner. Debajo suyo –volviendo al staff aparece el vice Daniel Scioli, ex secretario de Turismo de ya saben quién y uno de los mayores tránsfugas de nuestra devaluada "clase política". Algo más abajo figura Daniel Katz, el intendente que no trepidó en usar al Festival como tribuna de su demagogia barata (prometió destinar "todos los fondos" del evento a los evacuados por una tormenta... sin percatarse acaso de que se estaba refiriendo a tan sólo 40 personas). Unos centímetros más abajo todavía hay espacio para Jorge Alvarez y María Lenz, presidente y vice del Instituto Nacional de Cinematografía y protagonistas –también respectivamente– del retiro intermitente (que sí, que no) de financiación al Festival de Cine Independiente de Buenos Aires y de la discriminación contra el colega Eduardo Antín, al que impidieron entregar un premio en Mar del Plata... ¡por haber criticado al Instituto en la columna de un diario! (Ultimo momento: la propia Lenz asume su responsabilidad, pero jura que no actuó en represalia contra la columna del diario sino... cediendo a las presiones de "la gente de la industria", que detesta a dicho crítico. ¡Peor aun!)

Pero además... ¿por qué no habría de intentar cooptarnos un staff que ya engulló gobernadores, intendentes, legisladores, dirigentes piqueteros y militantes de los derechos humanos? La pregunta no es si quieren cooptarnos; la pregunta es qué hacemos nosotros al respecto.

Por lo pronto, lo que CINEISMO hace es no cubrir el Festival. Protestar contra un evento y al mismo tiempo cubrirlo puede ser una buena opción en ciertas circunstancias (lo ha sido el año anterior; quizá lo sea el próximo). En vista de la gravedad del caso, y tras un debate interno por demás intenso, opté por no cubrir y compartir en cambio con ustedes, queridos lectores, la indignación que todas estas porquerías me suscitan.

Lo que también hace esta publicación es exhortar a todos los medios, colegas y ciudadanos que se reclaman independientes a tomar cartas, denunciando estas arbitrariedades, repudiando estas provocaciones; esquivando las maniobras que, tarde o temprano, nos perjudican a todos.

Guillermo Ravaschino      

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