SECCION
COMPETENCIA INTERNACIONAL
This is not a film (In
film nist. Irán, 2011. Dirigida por Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb).
Ser director de cine en
Irán implica exponerse a diversas puniciones estatales. Jafar Panahi, uno de
los más reconocidos realizadores de ese país, las ha sufrido a casi todas.
Lo tristemente singular es que actualmente purga arresto domiciliario
mientras espera el resultado de su apelación contra una sentencia que nó
sólo lo condena a seis años de prisión, sino también a veinte años... ¡sin
dirigir películas! De allí proviene el obligado nombre de esta que,
traducción literal mediante, denominaremos Esto no es una película.
Pero el nombre del octavo
largometraje de Panahi es más que una ingeniosa idea para eludir la
maquinaria jurídica del régimen. Tiene muchísimas implicancias, y
resonancias. Remite, por ejemplo, a algunas obras pictóricas de René
Magritte ("Esto no es una pipa" debe ser la más famosa de todas ellas) y, en
esa línea, al cúmulo de reflexiones a las que suelen asomarse los artistas
en torno de la naturaleza de su trabajo. La reflexión, en este caso, podría
expresarse en la pregunta: ¿cuáles son los requisitos para que determinado
material audiovisual sea considerado una película?
Todo se desarrolla
en el marco de un solo día, dentro del departamento y en unos pocos espacios comunes
del edificio donde vive Panahi. Lo que allí vemos, casi todo el tiempo, es
al propio Panahi, pero no tanto exponiendo o lamentando su
situación, sino sublevándose contra ella.
Inicialmente se le ocurre describir frente a la cámara un par de escenas de
su por ahora imposible próxima película: lo hace con palabras y
poniéndose en la posición de algunos personajes para ilustrar ciertas ideas
de la puesta en escena. Por supuesto que contar una película no es lo mismo
que exhibirla (si lo fuera, ¿para qué hacerlas?). Pero el hecho de tener
enfrente a un hombre que en cuanto director de cine ha sido condenado a muerte por
las próximas dos décadas resignifica, y justifica muy dramáticamente, toda
la cuestión. (Por lo demás... ¿quién dijo que el cine sólo existe, o se
manifiesta, en "forma de película"? Recuérdese "El travelling de Kapo",
texto-manifiesto de Serge Daney que, valga la coincidencia, se apresta a
cumplir dos décadas: allí Daney mostraba, y demostraba, que
había visto el travelling de Kapo, film de Gillo Pontecorvo, pero no
en la pantalla sino en la crítica –la mirada– que Jacques Rivette había
elaborado sobre el film en cierta revista de la época.)
La
situación da lugar a una serie de chistes entre Panahi y su único
colaborador en la ocasión, un camarógrafo que amaga con hacer la suya
aprovechando la sentencia en ciernes ("Tú no puedes dirigir películas", le
dice). Mucho más dramáticas se ponen las cosas cuando, al caer la tarde, el
camarógrafo anuncia que se retira. Panahi se resiste a dejarlo ir, con la
angustia del artista que presiente que cualquiera de estas tomas puede ser
la última en mucho tiempo, y no quiere que se corte el hilo. Esa suerte de
hambre de continuidad creativa, productiva, logra que el camarógrafo en fuga
deje su cámara en casa del protagonista, quien tomará la posta como operador
en una enésima, inesperada versión de "el espectáculo debe continuar".
Porque aparece el portero del edificio, quien llega
para retirar la basura, y Panahi, en su odisea de hacer cine a como sea,
lo convierte improvisadamente, desesperadamente en personaje. Y se sube
junto a él al ascensor para acompañarlo en su recorrida, mientras atina a
alumbrar con preguntas algo parecido a la posible historia que, se ve,
olfatea. Estos breves minutos nos asoman a la cocina íntima de los modos y
los medios con los que un cineasta se aproxima a un tema para convertirlo en
narración. Modos y medios para el caso extremos, inusuales, obligados por la
represión estatal. Cocina concentrada, doblemente apasionada, por lo tanto.
El final llega enseguida, en la planta baja, cuando la calle se torna visible... distante. Se la vislumbra al fondo, tras las rejas del edificio
que así se revela como lo que es: una cárcel. La calle prohibida,
vedada, inalcanzable opera como un límite para el propio film, que
allí concluye al cabo de sabiamente escuetos 75 minutos.
Guillermo
Ravaschino
Abrir puertas y ventanas (Argentina-Suiza-Holanda, 2011. Dirigida por
Milagros Mumenthaler).
Entre todas las
óperas primas de directoras argentinas, Abrir puertas y ventanas se
destaca por su madurez y su depuración conceptual, al nivel de otros debuts
notables como La ciénaga de Lucrecia Martel o Ana y los otros
de Celina Murga. A Milagros Mumenthaler no le tiembla el pulso cuando
sustrae elementos o retiene información: la idea de fondo es representar el
sonido y la furia de la femineidad y la (post)adolescencia como una leve
melodía apenas audible, interrumpida ocasionalmente por stacattos de
violencia mezzo forte, o por pasajes musicales que parten la película
al medio o la concluyen jamás mejor concluida. Y la directora lo lleva a
cabo poniendo esa idea en escena con un cuidado extremo, como si un paso
en falso pudiese esfumar esa tan esquiva intimidad.
Hay tres
hermanas (cualquier similitud con las de Chejov es pura coincidencia)
viviendo en una vieja casona, herencia de una familia en el más allá de la
vida y de lo representado. La mayor (María Canale) es una amable tirana en
potencia, la única que parece querer ejercer un control sobre las otras dos,
menos por ansias de poder que por intentar organizar o encauzar el
transcurrir de las tres. La del medio (Martina Juncadella) parece no querer
involucrarse, siempre con un pie afuera, siempre queriendo deshacerse del
pasado. La menor (Ailín Salas) hace de la pereza y el deambular sexual una
forma de evadir el mundo; tan sólo una lágrima irrefrenable al compás de
"Back to Stay" de Bridget St. John y una sonrisa contagiosa sobre la espalda
de un macho anónimo delatan su volubilidad interior, un anticipo sutil de su
fuga y posterior contrafuga. Las tres están de duelo tras la muerte de la
abuela que las crio y que dejó un espacio difícil de llenar y que las
dispara a todas en distintas direcciones. Mumenthaler se limita
a filmarlas a ellas, a sus espacios y a los huecos que las separan,
poniendo especial énfasis en fotografiar exteriores desde el interior y
viceversa, creando un diálogo entre el adentro y el afuera que alimenta ese
milagro de intimidad al que Abrir puertas y ventanas se aproxima.
Mucho se ha dicho sobre la enorme interpretación de María Canale, virtuosa
en su economía de gestos, en su asombrosa precisión, el contrapunto ideal
para la puesta en escena contenida de Mumenthaler, que permite extraer de
los cuerpos de las jovencísimas actrices un erotismo plácido y la suficiente
carga emocional como para hacer olvidar la falta de una narración fuerte,
una manera novedosa de hacer cine con y de los cuerpos y los espacios que la
directora ya descubrió en su primer largometraje.
Hernán
Ballotta
¡Vivan las antípodas! (Alemania-Argentina-Holanda-Chile, 2011. Dirigida por
Víctor Kossakovsky).
El documentalista ruso Víctor Kossakovsky creyó encontrar en una idea
ingeniosa el tema para un largometraje: en un mundo que es mayoritariamente
agua, si trazáramos una recta que atraviesa el centro de la Tierra habría
pocas chances de que uniese poblaciones
habitadas. Eligió entonces cuatro pares de ciudades y, cámara mediante, los
recorrió para registrar sus modos, sus diferencias o sus similitudes. El
problema principal es que la premisa se diluye a poco de comenzar, y el
film empieza a echar mano de "anécdotas que pinten" los sitios.
Obvio y
chauvinista (aunque en este caso argentino por adopción), el director se mueve
entre el National Geographic y la comedia costumbrista de Pol-ka para sostener
una postal que también recurre a ciertos personajes a los que
el montaje construye como comic relief, pero se trata de unos entrerrianos típicos y corrientes, que
sólo pueden provocar humor desde su propia identidad (o sea: se nos invita a
reirnos de lo que son).
Cabe apuntar
las muy bellas imágenes de sitios que el documental explora, pero no resulta
justa la comparativa entre personajes y lugares, y a medida que la
cinta avanza el guión parece olvidar de qué iba la cosa para
mostrar los últimos lugares en un pantallazo veloz. A todo eso hay que
sumarle una banda sonora estridente, casi siempre sinfónica o
coral, que ensordece y convoca a una empatía fácil, efectista.
Párrafo aparte merece una corrección gramatical que nadie observó:
"antípodas" es una palabra de género masculino.
Javier Luzi
Tiranosaurio
(Tyrannosaur. Inglaterra, 2011. Dirigida por
Paddy Considine).
Hay una línea
del cine inglés que tiene que ver con la mostración de la marginalia del
centro londinense, donde lo cosmopolita, que es choque simbólico de
culturas, se vuelve choque literal y violento. Joseph (Peter Mullan) es un
hombre cínico y solitario, que no ha podido recuperarse de la muerte de su
esposa y que acompaña en los últimos días a un amigo que está muriendo. Es
un volcán a punto de estallar. La primera escena ya lo muestra asesinando de
una patada a su perro, desbordado por una ira que, uno sabe, crecerá. Este hombre se
topa con una mujer más
joven, Hannah (Olivia Colman), casada y religiosa, que ayuda a los más
necesitados. Ese encuentro los cambiará.
Si bien el guión
es previsible para cualquier espectador
atento, las actuaciones brillantes de sus dos protagonistas
consiguen superar las obviedades.
Paddy Considine parece haber (re)leído un libreto de una obra de teatro
argentina de los '70, donde las puteadas y el realismo sucio están la orden
del día y se supone que el riesgo pasa por tratar de maricones a todos o
por mostrar a un
creyente arrojando un objeto contra una imagen de Cristo. Puras superficialidades...
que se quiebran cuando la violencia irrumpe sin aviso. Y nos toma del cuello
para hacernos repensar lo que parecía seguro. Es de atender que en una película que
se muestra asentada en lo cruel, su mejor momento, el más vívido, sea la
reunión post velorio, musical y esperanzadora.
Javier Luzi
Fausto (Faust.
Rusia, 2011. Dirigida por Alexander Sokurov).
Es curioso que
después de tres películas sobre líderes históricos, Alexander Sokurov haya
decidido cerrar su tetralogía del poder con la trasposición de una ficción
literaria. Claro que esta no es la primera vez que la obra de Goethe es
llevada al cine (Murnau ya lo había hecho, y con bastante éxito, en 1926) ni
tampoco es esta su adaptación más libre, considerando la personalísima y
"arlequiniana" Faust del animador checo Jan Svankmajer. Y sin
embargo, parece apropiado intervenir el "Fausto" para continuar con la
exploración del poder, la corrupción y muy especialmente la caída en
desgracia, jamás tan literal como en el caso de El Sol (tercera y
anterior a ésta en la tetralogía) y su emperador
Hirohito, que debe renunciar a su condición divina y perder la Gracia de los
dioses. En la versión sokuroviana de "Fausto" el poder es representado
por la sabiduría y las ansias del conocimiento de lo trascendental, pecado
mayúsculo con el cual el Diablo de turno, aquí un mero prestamista deforme y
grotesco, tienta al Dr. Fausto a cambio de su alma inmortal. Aunque lo que
realmente quiere Fausto es el amor de Margarete, una joven a la que vemos
por primera vez lavando la ropa con un conjunto de lavanderas en una
secuencia por igual sublime y ridícula. Sokurov toma lo mínimo indispensable
de la obra y la transforma en un eterno deambular entre Fausto y el
prestamista, en el que debaten sobre filosofía, epistemología y otros
temas importantes mientras recorren una aldea alemana del siglo
XVIII. Impresiona la fluidez espacial que le imprime el realizador ruso
a ese deambular: Fausto es el retrato más inmersivo sobre una
aldea post medieval que el cine dio en mucho tiempo. La cámara atraviesa
pasadizos, se estruja para ocupar su lugar entre una multitud o persigue una
jauría de perros que intentan arruinar un funeral. A veces la imagen se
distorsiona resultado del uso muy típico del autor de
la lente anamórfica, y da como resultado los momentos más bellos de una
película preocupada por la plasticidad de la imagen, en
especial cuando se detiene sobre el rostro de la hermosa Margarete y lo
expande hacia los márgenes de la pantalla y hacia la eternidad.
Pero el "Fausto" de Goethe, además de un estudio lírico sobre el lenguaje,
es una reflexión sobre la capacidad de transformación del hombre y de su
entorno. El universo de Fausto de Sokurov es inamovible y los personajes
que lo pueblan son invariablemente mezquinos y horribles, incapaces de
redención. No parece haber capacidad de ejercer el poder en un mundo en el
que (casi) todos se comportan como ratas. Por esta vez, Sokurov parece más
interesado en el Grand Guiñol que en el Gran Arte, plagando a su película de
momentos bizarros, incomprensibles, mientras que el discurso continúa
impasible, como si fuera una ponencia de filosofía ilustrada por el marqués
de Sade y John Waters. Y en su insistencia en los grandes temas y los
sentimientos más bajos, se vuelve incapaz de alcanzar lo que está en el
medio, lo que involucra a lo humano, perdiendo toda posibilidad de
interpelarnos como espectadores. Hernán
Ballotta
El premio (México-Francia-Polonia-Alemania, 2011. Dirigida por Paula
Marcovitch).
Una madre
y su hija –una
pequeña con una fuerza de voluntad y una seguridad increíbles para su edad–
pasan sus días en una cabaña bastante deteriorada en la playa (luego
sabremos que están huyendo de las fuerzas militares en plena dictadura,
escondiéndose para salvar sus vidas), en San Clemente del Tuyú, fuera de
temporada, sobreviviendo como pueden al entorno y a su propia relación. El
conflicto principal aparecerá con la decisión de que Ceci vaya a una escuela
cercana. Un discurso fabricado y repetido sobre la profesión de sus padres y
la explicación de la ausencia de su progenitor tendrá sus límites y, mientras
la niña hace amistad, un concurso patrocinado por el Ejército Nacional
pondrá a todos en un grave aprieto.
Paula Markovitch
combina dos registros diferentes para contar la trama. Por un lado la forma
contemplativa del nuevo cine y por otro una narrativa clásica; esa
combinación no siempre se resuelve en beneficio del film. Hay algunos
momentos que reflejan cierto engolosinamiento de la guionista y directora
con escenas que podrían acortarse o que repiten sensaciones ya explicitadas.
Lo que alarga un poco la película resintiendo el resultado final. Por otra
parte es de destacar la mostración de la coyuntura, a través de acciones
comunes y corrientes que hablan de la cotidianidad pero bien pueden
extrapolarse a esos tiempos dictatoriales donde la delación es vista como
virtud y el orden se ejerce sobre los cuerpos sin cuestionamiento alguno. Y
si hay personajes como el de la maestra que rozan la machietta... la
esquivan a tiempo exhibiendo ambigüedades bienvenidas.
La directora hace virtud de la naturalidad (y de la inexperiencia laboral)
de las actrices infantiles, consiguiendo que Paula Galinelli Hertzog y
Sharon Herrera se pongan al hombro el film y se vuelvan personajes
entrañables.
Javier Luzi
Without (Estados
Unidos, 2011. Dirigida por Mark Jackson).
La joven Joslyn
(Joslyn Jensen) viaja a un lugar apartado con el propósito de cuidar a un
anciano postrado en una silla de ruedas e imposibilitado de manejarse por sí
solo, contratada por la familia de éste que se toma unos días de vacaciones.
Ella, tan modosita, tan seria y comprometida con su trabajo, en un momento
hace un quiebre y aflora un pasado reciente que no ha podido superar: una
historia de amor con final trágico. Mientras tanto la casa, el pueblo
cercano, las personas que se cruzó allí y el hombre a su cuidado comienzan a
verse diferentes.
La película maneja dos géneros en disputa que no siempre cuajan. Del clima
de melodrama adolescente de pronto asoma un suspenso propio del
thriller psicológico o terrorífico que encadena raras e inexplicables
situaciones que siembran incertezas y percepciones que no se explican, y el
espectador no puede decidir si es real lo que sucede o es la visión
extrañada de la protagonista. Esos climas están bien logrados pero algunas
escenas tienen resoluciones poco creíbles y llegando al final la
explicitación del malestar que provoca finalmente el derrumbe emocional de
la joven es obvia, y redundante, y acaba por hacernos pensar que es demasiado
film para semejante anécdota.
Javier Luzi
Graba
(Argentina, 2011. Dirigida por Sergio Mazza).
María (Belén
Blanco) es una joven argentina instalada en Francia, laburando en negro,
en busca de un lugar donde vivir (debió dejar el anterior) mientras
empuja los trámites de la visa que necesita para poder trabajar legalmente. Consigue una
habitación en la casa de Jérôme (Antoine Raux), un hombre separado y con un
hijo, fotógrafo de desnudos, y ese encuentro y esa convivencia traerán del
pasado de ella una historia que quizás explique su manera de ser, esos
silencios y su decisión de vivir tan lejos de su patria.
La película está
separada en tres actos que van perdiendo potencia e interés a medida que
avanzan. Lo mejor es que el melodrama cursi se queda sin lugar; Sergio
Mazza (director y guionista) logra esquivarlo con sapiencia. El deambular de
la protagonista es toda una metáfora lograda que habla de ese tránsito
perpetuo en fuga y de esa sensación de extranjería permanente.
El problema es
que el registro y el tono empiezan a hacer ruido a medida que el
film avanza, y cuando la película revela un secreto, que pretende llenar
algunos vacíos, el título que nombra a ese acto suena a declaración de
principios que tiñe toda la visión posterior. Con el avance del film también
la calle y lo público y lo político que se cruza en un principio en
la construcción de los personajes empieza a licuarse dentro del espacio habitacional
que así pierde contacto con el exterior; como si fueran ámbitos irreductibles y paralelos sin
posibilidad de cruce.
Javier Luzi
L'Exercice de l'Etat (El
ejercicio del Estado. Francia, 2011.
Dirigida por Pierre Schoeller).
Cuando comienza
la película de Pierre Schoeller unos personajes de negro y con capucha arman
el escenario donde ocurrirán los hechos. Como utileros-maquinistas de una
obra de teatro, disponen los muebles y los accesorios de los despachos
ministeriales que recorrerán los actores. A la vista de nosotros,
espectadores, se revela el artificio y sin embargo no
lo recordaremos durante el transcurso del film.
Producida por
los hermanos Dardenne, su impronta se puede percibir en los apuntes sociales y
políticos que recorren toda la película, pero a la vez la quietud, la
parquedad de la cámara de los directores belgas se cambia por la velocidad,
el ritmo, la agilidad del relato, el uso de la música, el humor y la acción
(propia del cine de género: el accidente de auto es el epítome) que denotan
una apropiación y una marca de estilo propia del director.
El guión
construye personajes bien delineados y que no quiebran su verosimilitud, a
medida que avanza la trama y las complicaciones, sino que refuerzan sus
posiciones aún ante las situaciones claves que podrían permitir el esperado
cambio redentor.
Un elenco sobresaliente (donde descuellan Gourmet, Blanc y Breitman) y una
puesta en escena claramente pensada aportan a esta inteligente, profunda y
moderna reflexión sobre un sistema político que vive de las prebendas, las
traiciones y la volatilidad de las promesas y donde a la ética y a la
conciencia personal hay que dejarlas durmiendo el sueño de los justos si uno
quiere llegar al poder. Un poder que sólo busca sostenerse a cualquier
precio olvidando su función primigenia. ¿O será que su función es esa,
cambiar para que nada cambie?
Javier
Luzi
L'Apollonide
- Souvenirs de la Maison Close
(Recuerdos del burdel. Francia, 2011. Dirigida por Bertrand Bonello).
Estamos en París
a fines del siglo XIX. La película se centra en una casa de citas, un
burdel. Y está todo dicho. Esto no es prostitución sórdida y marginal. Es
intercambio sexual de clase y glamoroso. La madama es una viuda con dos
hijos que dependen de su trabajo y de sus buenos contactos. Las chicas son
extranjeras y las tratan como si fueran familia (aunque dejen entrever
la explotación económica que las vuelve dependientes hasta que el cuerpo
y la belleza y la juventud aguanten). Eligen permanecer. Cuando comience el
nuevo siglo los cambios de la sociedad traerán aparejados la irrupción de
problemas que sólo aportan malestar y muerte (violencia, enfermedades, etc.)
y el cierre definitivo de un ciclo que ya parece agotado.
La puesta en
escena de Bonello es de un lujo exuberante y exhibicionista y ahí está el
punto a cuestionar. Mientras uno se pregunta cuál es la época que añora la película,
las muchachas muestran sus bellezas acompañadas por una banda sonora que
apuesta al anacronismo (al mejor estilo Sofía Coppola en María Antonieta)
y la cámara se regodea en la estetización de la prostitución (desfiles de
ropa interior, remedos de cuadros famosos) cuando no acude a la mostración
directa de la violencia.
Los estereotipos de las chicas están a la orden del día para retener
fácilmente sus historias y empatizar mucho más fácilmente con ellas. Lo que
hace que uno vea sólo superficies de placer, con algún toque inevitable de
aggiornamiento para no sonar retrógrado (cuando asoma un comentario
biologicista avalado por un best seller epocal, las lágrimas de la chica,
que lee su profesión asociada a la de asesinos y maleantes como poseedores
de una inteligencia corta, quieren ser mirada políticamente correcta).
Pero no alcanza. Lo burdo, lo explícito, lo obvio tiñen toda la película y
la continuidad con el hoy es menos una denuncia que una falta de respeto a
la inteligencia.
Javier Luzi
Tatsumi
(Singapur, 2011. Dirigida por Eric Khoo).
La película de animación de Eric Khoo está basada en "A Drifting Life"
–el
libro autobiográfico de Yoshihiro Tatsumi–, y cuenta la vida de este famoso
dibujante de manga japonés, cruzando la vida real con las ficciones creadas
e ilustradas por su protagonista. La forma elige entonces dibujos, con
trazos y técnicas cercanos al manga, en unas tonalidades monocromáticas para
las ficciones y de color para la realidad.
Se apuesta a que un espectador virgen ante la narración
visual estipulada logre entretenerse por momentos y conocer lo desconocido,
pero también a que procure hallar algo más de lo que hay, descreyendo de que
sea sólo eso lo que se está contando, que hay algo de la orientalidad
que funciona como resto no interpretable para nuestra occidentalidad y
nuestro desconocimiento. Más temprano que tarde uno comprende que los
fanáticos estarán de parabienes pero que los apuntes sociales (post segunda
guerra mundial, cambios de pensamiento, gustos culturales y costumbres) son
apenas un esbozo superficial.
Javier Luzi
SECCION
COMPETENCIA ARGENTINA
Diablo
(Argentina, 2011. Dirigida por Nicanor Loreti).
Comienza el día en el que, al
llegar la noche, un ex boxeador llamado Marcos (Juan Palomino) se
reencontrará con una antigua novia en plan de reconciliación. Uno de esos
días en los que todo debería transcurrir apaciblemente...
Los
problemas llegan con Huguito, primo sacado, bardero, al que Marcos
quiere como a un hijo descarriado y le aguanta todo, aunque lo haga renegar. Huguito
cae, se le instala, y enseguida empiezan a acudir a casa los
personajes que irán perfilando la peripecia: matones a sueldo con la misión
de asesinar, un dealer pasado de revoluciones, un policía que –cuando
la sangre ya inunda el hogar– sospecha de todo, aunque tal vez no descubra
nada...
Película
de géneros si las hay, Diablo se empeña en adscribir a varios de
ellos: el policial sangriento, la comedia con toques de costumbrismo
grotesco, el gore... y aunque está bien producida, en ninguna de esas
vetas brilla. Al policial se lo ve sangriento en las ingentes cantidades de
pintura roja, o símil, desparramadas por doquier. La comedia ofrece un par
de chistes buenos que aparecen al promediar el metraje. No es un problema de
elenco: el par de chistes alcanza para demostrar el histrionismo de Luis
Aranosky; mientras que el Huguito de Sergio Boris, cuando los diálogos se lo
permiten (–¡Puto! –¡Putito! –¡Putín! –¡Putilín!
–...),
llega a ser entrañable. Palomino hace lo que puede, que es mucho, para que el
boxeador fluya, y por momentos lo consigue.
Es un
problema de ideas: son escasas, vistas, oídas, más televisivas que
cinematográficas. Y cuesta tomárselas en serio: parecen copias superficiales
de otras que quizá calaron hondo. Guillermo Ravaschino
La inocencia de la araña
(Argentina, 2011. Dirigida por Sebastián Caulier).
Cuando hay un
convencimiento de la importancia y la autonomía del mundo de la
infancia y la primera adolescencia, se producen obras de la calidad y la
contundencia de, por ejemplo, Yuki & Nina. Cuando se recurre a
ese mundo para transformarlo en
un mero conductor de lugares comunes y de situaciones para la risa fácil, se
está explotando el universo infantil de forma desleal y anulando la
invención y la fantasía, elementos centrales de la experiencia vital de los
chicos. Eso es precisamente lo que sucede en La inocencia de la araña,
título que poco tiene que ver con Bertolucci y menos aun con Borges, en el
que dos niñas formoseñas que se juntan en la habitación de una de ellas (parece estar decorada por un diseñador de interiores
chic de Palermo Soho)
para complotar contra las "chetas" de la escuela se enamoran perdida y
obsesivamente del nuevo profesor de biología recién llegado de Buenos Aires.
A la falta de variedad en las elecciones formales (casi todos los diálogos
están resueltos en plano y contraplano con los personajes inmóviles) que
achata la puesta en escena se agrega un registro de
actuación perezoso, como si al elenco infantil de "Chiquititas" lo hicieran
trabajar a la hora de la siesta. Lo incomprensible llega al final,
en un volantazo de guión de una crueldad insólita, una cretinada que intenta
hacer pasar esta menos que discreta comedia para toda la familia por una
comedia negra "osada".
Hernán
Ballotta
Planetario (Argentina, 2011. Dirigida por Baltazar Tokman).
Una buena
cantidad de películas actuales se hacen sin que los realizadores filmen una
sola toma. Se suele agrupar a ese cine bajo el rótulo de found footage
o 'metraje encontrado'. El trabajo de los realizadores suele concentrarse en
la selección y ordenamiento del material conseguido, en la adición del
sonido, en la expresividad del montaje. Si uno ha visto mucho cine, la
relativa virginidad de esas imágenes descansa la mirada. En muchos de estos
casos uno tiene la coartada de pensar que detrás de la película no hay un
autor, no hay un discurso sobre el mundo que descifrar, no hay puesta en
escena. Es posible encontrarse con grandes planos secuencia, primeros planos
y travellings, pero involuntarios, inocentes. Además, gozamos espiando la
intimidad, porque la mayoría de estas imágenes suelen provenir de películas
caseras. Son una especie de álbum familiar o de diario íntimo. Los
realizadores de Planetario seleccionaron a cinco familias de distintas
partes del mundo (India, Argentina, Estados Unidos., Rusia, Egipto) que habían subido
videos de sus hijos a Youtube, y se contactaron con ellos para conseguir el
permiso de usar sus imágenes e interpelarlos sobre ellas. Las imágenes
incorporadas a la película, ninguna de ellas filmadas por los realizadores,
corresponden a los videos familiares originales, y a unos actuales en los
que los padres reflexionan sobre la crianza. El eje temático son los hijos.
De las cinco familias seleccionadas, cuatro practican una religión o tienen
algún tipo de creencia. El padre de la restante es ateo, de modo que el
funcionamiento familiar se relaciona activamente con el funcionamiento
religioso institucional. La edición es fluida, de modo que materiales tan
heterogéneos no chocan entre sí y la película no aburre jamás, aunque tuve
la sensación de que el final se anuncia antes de concretarse.
Pueden verse algunas de las imágenes más poderosas de la vida familiar jamás
filmadas: las distintas reacciones de las madres ante el nacimiento, los
roles más o menos activos de los padres en la crianza de los hijos, el niño
como actor de unipersonales guionados por los padres, el proceso de
separación que se da entre el bebé y la madre, la forma en que la vida en
pareja se ve afectada por el nacimiento... Marcos Vieytes
Ferroviarios (Argentina, 2011. Dirigida por Verónica Rocha).
Verónica
Rocha, la directora, vive en un vagón de tren abandonado y luego reciclado como
hogar. Un día le piden una foto de su infancia en Cruz del Eje con los
trenes, y ahí descubre que no tiene ninguna y que sus recuerdos están más bien bastante
olvidados. Entonces decide regresar al lugar natal para reconstruir una
historia personal que se volverá una historia colectiva, primero del pueblo
y luego del país.
A través de la
recuperación de las líneas férreas se recuperan las líneas históricas,
políticas y económicas de la Argentina. El comienzo, el desarrollo, la
independencia, la disputa camión-tren, los vaivenes políticos por las
posturas de los sindicatos fuertes, la dictadura y los desaparecidos, los
cierres durante el menemato y los primeros atisbos de un hoy que parece
diferente.
Los habitantes del pueblo (la familia ferroviaria y la que sin tener
relación directa vivió a su alrededor) es entrevistada y son sus testimonios
los que tejen el ir y venir de la narración clásica y lineal. Discursos que
varían claramente entre los afectos y las evidenciadas posturas políticas.
Lo novedoso del documental tiene que ver con los apuntes de ficción (con una
reconstrucción de época justísima, buenas actuaciones y un guión que recurre
al humor) que van entretejiéndose con las entrevistas y consiguen cruzarse
efectiva y productivamente.
Javier
Luzi
TV Utopía (Argentina, 2011.
Dirigida por Sebastián Deus).
Documental sobre el canal de televisión comunitaria que sobrevivió durante
los '90 los intentos de desalojo por parte de la Justicia y la presión de
los grandes multimedios, TV Utopía tiene la gran virtud de contar con
el material de archivo de los programas de la señal, conducidos por locos
entusiastas sin ningún tipo de entrenamiento en el mundo del entretenimiento
y que daban lugar a momentos antológicos que parecen sacados directamente de
"Cha-cha-cha". Entre y más allá de esas imágenes hay un documental un poco
rutinario y otro poco oportunista en el que el director, antiguo colaborador
de la señal, va en busca de aquellos que participaron del emprendimiento.
Pero además identifica al canal como un anticipo de la Ley de Medios que
impulsó el actual gobierno, una señal independiente que construía un
discurso alternativo al hegemónico de los medios masivos. Lamentablemente no
hay una verdadera profundización sobre la historia del canal ni del proceso
de aprobación de la ley, y uno se queda con la sensación de que en realidad
no descubrió nada nuevo tras ver TV Utopía. Sin embargo, su mayor
pecado es no dedicarle el suficiente tiempo a revelarnos con mayor
detenimiento y afecto a Fabián Moyano, el fundador del canal y su principal
fuerza impulsora, un personaje que se adivina fascinante pero que el
documental mantiene casi escondido, mientras prefiere distraerse con
personajes laterales de color y, hay que decirlo, con algunos gestos de
demagogia.
Hernán Ballotta
Elsa y su ballet (Argentina, 2011. Dirigida por
Darío Doria).
Elsa es una
bailarina que a los 87 años dirige un ballet denominado 40/90 (entre esas
edades rondan las 60 mujeres integrantes del mismo, muchas de las
cuales nunca han estudiado danza). El documental recupera ensayos en un
salón de baile, alguna clase particular en la casa de la directora, el
ensayo general y el estreno del último espectáculo montado para una
temporada comercial en el Teatro Empire.
La forma no
aporta nada novedoso pero el director, Darío Doria, evita, afortunadamente,
las entrevistas de cabezas parlantes. Las bailarinas y Elsa (solas y en
relación alumno-docente) son fuente de un humor que se ríe con ellas y no de
ellas. Además de lo divertido de los cruces, es evidente la construcción
ejemplar como modelo de vida, pero sin bajadas de línea sino simplemente por
acción directa, por lo que hacen. Puede haber un exceso de recurrencia a
los primeros planos al filmar la técnica danza-teatro que practican estas
mujeres, favoreciendo más al segundo término que al primero, pero hay tomas
de baile que se rescatan sobre todo sabiendo lo difícil que es transmitir
movimiento sin recurrir a los cortes y el montaje.
Cuando la película nos muestra los cuadros coreográficos ya montados con
vestuario, peinado y maquillaje, uno pasa de la sana diversión a la sana
envidia porque comprende que cuando se hace lo que se quiere no hay
obstáculos que nos puedan vencer.
Javier
Luzi
El Polonio (Argentina, 2011. Dirigida por Daiana Rosenfeld y Aníbal
Garisto).
Cabo Polonio es
un lugar en la costa uruguaya que tiene su mística y sus cultores. Agreste y
casi al borde de la civilización, sin agua, ni gas, ni energía eléctrica,
todavía conserva cierto antiguo espíritu bohemio. Pero todo posible pintoresquismo veraniego se volverá pura desolación fuera
de temporada.
Los directores Daiana Rosenfeld y Aníbal Garisto construyen el documental
a partir de un personaje central: Natalia. Una mujer que compara al Polonio
con una clínica psiquiátrica y a sus habitantes con pacientes con algunos
traumas, dolores profundos, dramas personales que los marcaron y aún
trasladan a donde vayan. Esta tesis es el nódulo central que parece tomar la
narración. Alrededor de Nati, que trabaja en un hostel, que vive con su
pareja en una cabaña, rodeada de perros, y que recibe la visita de su padre
se desarrolla esta película que pretende contar una vida y a través de ella
un lugar. Lo consigue en unos pocos momentos que desbordan
naturalidad y humor (la disputa sobre el análisis y su necesidad, por
ejemplo), y con esa especie de
sinécdoque hablando del personaje para dar cuenta del lugar. El resto del
tiempo, no.
Javier Luzi
Dulce de leche (Argentina, 2011.
Dirigida por Mariano Galperín).
¿Puede el amor
presentarse en una edad temprana y permanecer? ¿Hay edad para el amor?
Mariano Galperin construye una comedia romántica sobre el amor adolescente y
el contenido impone su impronta sobre la forma. Anita y Luis se cruzan y
velozmente vencen los "débiles" obstáculos que se les imponen (en forma de
amigo interesado en la chica) para gritarse a los cuatro vientos que son tal
para cual. Entonces todo es un cuento rosa, naif, edulcorado. La puesta en
escena acompaña y refuerza la mirada que se pasa de inocente (campos de
flores amarillas, música y demás estereotipos). Pero como los personajes
transitan esa etapa de la vida hay juegos de humor propios de la edad que
consiguen arrancar sonrisas.
Cuando el
guión requiere algún conflicto, resucita a
roles secundarios que había abandonado en el comienzo, se
vuelca sobre bromas pesadas de los jóvenes hacia la autoridad escolar,
proyecta a la autoridad paterna como medida respetada de
prohibición. Todo se tiñe del rigor de una estudiantina y los últimos 15
minutos directamente escapan de registro aportando un melodrama superficial,
telenovelesco, excedido, y que acerca una resolución complaciente para un
tema que requiere profundidad. Un dulce de leche que termina cayendo muy
empalagoso.
Para rescatar, la frescura del cuarteto juvenil (Salas, Cuello Vitale, Awada
y Rauch,) y el profesionalismo de los mayores. Javier Luzi
SECCION
COMPETENCIA LATINOAMERICANA
Porfirio (Colombia-España-Uruguay-Argentina-Francia,
2011. Dirigida por Alejandro Landes).
El director
Alejandro Landes cuenta la increíble historia de Porfirio Ramírez Aldana
echando mano a los recursos de la ficción pero utilizando como actores a las
personas reales. Extraña docuficción, entonces, que se apoya en lo verdadero
pero pretende crear climas de género (policial, thriller, suspenso, historia
de vida, etc.) y no siempre lo consigue. Con un lenguaje cinematográfico
seco y parco, la cámara se coloca siempre a la altura de su protagonista
(literal y simbólicamente), pero todo lo que en un comienzo atrapa e interesa
en la segunda mitad se torna reiterativo y estira el momento del
clímax, que además queda fuera de cuadro suplantado por una canción. Muchas escenas (baño, sexo) remedan el
estilo Carlos Reygadas, que tanto revuelo causó en el cine accionando en la
pacatería, y que tanta tontería superficial hizo pasar por riesgo y mirada
profunda.
Javier Luzi
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