| |
Primer
Plano en Punta del Este 2001 |
PUNTA
DEL ESTE.- La cuarta edición de "Europa,
un cine de Punta" ya está promediando. Dio su puntapié inicial el
jueves 18, en la remozada sala del Cantegril, zona paqueta si las
hay, sobre Roosevelt y Parada 16. En la apertura hablaron el intendente
local (mal actuado, se diría, ya que pretendió estar improvisando cuando
en verdad leía de ojito su demasiado pomposo discurso de
bienvenida), el secretario de Turismo, funcionarios del cine europeo y,
por supuesto, el argentino Carlos Morelli, director general y programador
de la muestra, quien volvió a hacer gala de su verborragia y elocuencia.
La exhibición de la primera película demoró más de lo esperado, debido
a la proyección, virtualmente interminable, de los spots del Deutsche
Bank, main sponsor del evento. Entre los films en danza, muchos de
los cuales serán estrenados en la Argentina antes de diciembre de 2001,
el elegido para inaugurar el evento fue Sexo por compasión, ópera
prima de la actriz catalana Laura Mañá, promocionada como "la mayor
revelación del cine español del 2000". Todo concluirá dentro de un
par de días, cuando La comunidad, esperado film de otro español,
Alex de la Iglesia, gane la pantalla. Vayamos a lo nuestro: las
películas.
Sexo por compasión
(España-México, 2000. Dirigida por Laura Mañá). Una por lo menos
atractiva fotografía en blanco y negro envuelve a los primeros tramos de
esta comedia dramática, ambientada en uno de esos pueblitos de la España
profunda que parecen anclados en el tiempo. Con bastante morosidad, y con
mucho de aquello que ha dado en llamarse "realismo mágico"
(pintoresquismo de pueblo chico, personajes y situaciones excéntricas,
cierto exotismo paradójico, por lo transitado), el film esboza a sus
personajes: una anciana centenaria que no puede dejar de sacarse fotos,
una niña (la única en el caserío, ya que las parejas han dejado de
tener hijos) que no pronuncia palabra, una mujer que -al revés- no para de hablar (aunque nadie le
contesta), un señor ya mayorcito que por aburrimiento, o vaya a saber por
qué, mata el tiempo haciéndose el ciego. El personaje central no es
ninguno de ellos sino Dolores, una cincuentona regordeta y simpática, muy
devota y excepcionalmente bonachona. Tanto que el cura del pueblo, cada
vez que intenta confesarse sin haber cometido pecado alguno, la saca
carpiendo. Hasta que, claro, le llega la hora de pecar.
Todo empieza (muy demoradamente, hay que decirlo)
cuando Dolores, para paliar la angustia de un hombre que fue abandonado,
lo lleva al cuartito de atrás de la fonda del pueblo y se acuesta con
él. No lo hace por sexo, sino por amor cristiano. O más
propiamente, por la compasión a la que alude el título. Es el
primero de una larga, increíblemente larga lista de varones (lindos,
feos, jóvenes, viejos, todos ellos conflictuados) que Dolores se lleva a
la cama. Los encuentros carnales con Dolores, que casi nunca se ven,
operan en estos hombres una cura milagrosa: salen espiritualmente
recuperados, empiezan a ser los mejores esposos de sus mujeres (quienes
ignoran el secreto de la "terapia"), seres plenos y productivos
que ayudan a elevar el nivel de felicidad de la comunidad. ¿Y Dolores? No
cuesta deducir que su figura la aproxima a una intersección ya famosa: la
de santa y puta. Ella misma se lo cuestiona primero, y algo más tarde sus
vecinos, hombres y mujeres que -film español,
al cabo- se dan vuelta como tortillas
una y otra vez antes de que concluya el relato. Demasiadas veces,
demasiadas vueltas. Una primera conclusión sugiere que la idea no daba
para tanto; treinta o cuarenta minutos hubieran bastado para
desarrollarla, y esto dura 105. Una segunda conclusión dice que esta
clase de fábulas sigue corriendo serios riesgos. No es que a Sexo por
compasión le falte "magia". Pero le sobran altas dosis de
ridículo.
Brillo de luna
(Alemania, Austria, Rusia, Suiza, Francia, Tadjikistán, 1999. Dirigida
por Bakhtiar Khudojnazarov). Este no es un film tan inusual como parece,
aunque rarezas tiene. Fue coproducido nada menos que por seis países, y
está ambientado en los confines de lo que alguna vez fue la Unión
Soviética. Al mismo tiempo, ostenta una exquisitez visual en la que cada
encuadre se parece a una foto premiada, un montaje muy prolijo -no menos vistoso- y un diseño de sonido que no
tiene nada que envidiarles a las superproducciones yanquis. Lo menos raro
es la historia. Una briosa muchacha de 17 años, Mamlakat, queda
deslumbrada, e ipso facto embarazada, por un extranjero que dice ser amigo
de Tom Cruise. Poco después el joven huye, y el padre y el hermano de la
ninfa se empeñan en alcanzarlo y desenmascararlo. La historia está
contada "desde el vientre de su madre" por la criatura que
madura en Mamlakat. Rebosante de rasgos fantásticos que se superponen
como en un collage, rápida (lo que no equivale a intensa), algo caótica,
así es Brillo de luna. Los fanáticos de Emir Kusturica, con cuya
imaginería desbocada este film mantiene múltiples puntos de contacto,
seguramente le darán la bienvenida. Los demás tal vez hagan mejor en
abstenerse.
Plenilunio
(España, 2000. Dirigida por Imanol Uribe). Todo ocurre en una pequeña
ciudad en la que Manuel, un veterano inspector de policía
llegado de Bilbao, tiene que resolver un crimen: el espantoso asesinato de
una niña a la que le destrozaron el himen y asfixiaron con su propia
bombacha. Este inspector no es otro que el argentino Miguel Angel Solá,
quien puso muy a punto el tono y el acento castizos (juraría que le
faltó limar un poco cierta cara de perro que no es tanto del
personaje como suya propia). A poco de avanzar ya vemos al asesino: otro
argentino, el largamente radicado en España Juan Diego Botto, al que le
cuesta dar con su perfil en varios tramos del relato.
Este quiere ser un policial al "estilo
clásico". Sin explosiones ni efectos especiales, filmado sobriamente
(y hasta con recato: por momentos tiene la factura de un drama íntimo),
sazonado con una historia de amor animada por Solá y Adriana Ozores (una
española que cumple con una excelente labor) y por la transformación
interna del policía -hombre solitario
destinado a abrirse-
a medida que avanza
en su investigación. El resultado es aceptable, aunque irregular.
Demasiado conversado a veces, algo acartonado otras, al policial le cuesta
levantar vuelo, mientras que algunos temas (la ETA, que planea como un
fantasma demasiado aludido) y personajes (como el sacerdote
"rojo" de Fernando Fernán Gómez) sobran. Pero la cosa va de
peor a mejor. Y el romance, aparentemente en un segundo plano, alcanza un
par de picos de inesperado interés.
Con ánimo de amar
(Japón, 2000. Dirigida por Wong Kar-Wai). Guionada, producida y dirigida
por Wong Kar-Wai (el de Happy Together y la estupenda Chungking
Express) llega esta inusual historia de amor no consumado ambientada
en Hong Kong. Corre 1962 cuando un hombre y una mujer, el mismo día, se
mudan a departamentos vecinos. No se dicen mucho más que hola y chau (y
Chow y Chan, que son sus respectivos nombres) durante largo rato. Sin
embargo, Con ánimo de amar se mueve, y esto tiene que ver con el
talento y la sensibilidad de Wong Kar-Wai. O mejor: con su excepcional
instinto fílmico. Los encuadres, muy ceñidos (mucho teleobjetivo sobre
ambientes chicos) y a la vez cambiantes; los planos-detalle que exprimen
como nunca la sensualidad de los cuellos y los torsos femeninos; la
música, que es poca pero aparece y reaparece donde debe estar, operando
como leit-motiv; y hasta esas recurrentes cámaras lentas que, sí,
son la base de fragmentitos clipeados... pero bien clipeados, no de
aquellos que disipan la emoción. Todo se integra bajo la batuta de Wong.
La peripecia está dada por el hecho de que ella
y él no sólo comparten medianera sino la condición de haber sido
abandonados por sus cónyuges sin previo aviso. Una de las preguntas que
quedarán flotando es: ¿volverá alguno de esos cónyuges? La otra es,
por supuesto, si los vecinos se convertirán en amantes. Que sí que no,
que no que sí. Con sutileza y exquisitas formas Kar-Wai se las arregla
para demorar las respuestas sin pagar el precio de exasperar al público
(aunque, seamos francos, a veces le pega en el palo), confirmando, antes
que nada, que es uno de los pocos directores orientales del presente con
auténtica (¡no inflada!) personalidad. Eso sí: los últimos
quince minutos están completamente de más. (Todo debió concluir con ese
plano entero de él, de espaldas, plantado en el pasillo bajo el techo de
ambos.)
Otros cantares.
A vuelo de pájaro les hacemos saber que el film que más unánimemente
convenció a la crítica que se aloja en el hotel Iberia es You Are The
One, una historia de entonces (España, 2000), un intrincado y
nostalgioso melodrama que marca el retorno del director José Luis Garci (Volver
a empezar) y que ha sido nominado al Oscar por España. Otro es el
caso de El celo (España-Estados Unidos, 2000), nueva adaptación
de la novela "Otra vuelta de tuerca" de Henry James, suerte de
batalla contra muertos y fantasmas ambientada a mediados del siglo XIX y
protagonizada por Sadie Frost, Lauren Bacall y Harvey Keitel. La mayor
parte de los colegas opinó que es de terror... pero en el peor sentido.
Matizadas, en cambio, fueron las reacciones ante El dulce rumor de la
vida, de Giuseppe Bertolucci (hermano de Bernardo), en la que una
joven de 20 años se enamora de su maestro de actuación, de 35, y el
asunto se complica cuando se entera de que el tipo es gay. Buenas
noches y hasta la próxima entrega, que será dentro de pocos días.
Guillermo Ravaschino
|
|