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LA PISCINA
(Swimming Pool)

Francia-Gran Bretaña, 2003


Dirigida por François Ozon, con Charlotte Rampling, Ludivine Sagnier, Charles Dance, Jean-Marie Lamour, Marc Fayolle, Mireille Mossé.



Esta película de François Ozon pertenece a la categoría de aquellas cuyo final obliga al espectador a replantearse todo el film. Y su segunda visión resignifica cada escena.

Este ex niño pero siempre autor terrible del último cine de arte francés acostumbra innovar en los diversos géneros en los que incursiona, sin ajustarse a parámetros fijos. Así, en Gotas que caen sobre las rocas calientes inserta el musical en el melodrama, en 8 Mujeres parodia a la vez que homenajea tanto al policial como al musical y en Bajo la arena combina con artificio el melodrama y el film de misterio.

En la línea de este último, en La piscina también sobresale la imagen permanente de la gran Charlotte Rampling, quien en toda la plenitud de su madurez sigue gozando de una presencia impresionante, un profesionalismo maestro y un cuerpo admirable. Ella es Sarah Morton, una famosa escritora inglesa de policiales, exitosa en las ventas pero infeliz en su vida rutinaria y sin sentido junto a un padre anciano, y encuentra refugio en el alcohol y en cierta voracidad apenas reprimida. Sarah tampoco está conforme con la relación que sostiene con su editor (Charles Dance, siempre correcto), ocupado con los nuevos autores jóvenes, con quien ella desearía una relación más que profesional. Para ayudarla a salir de su estado depresivo, este editor le ofrece su casa francesa en un rincón de la Provence, donde podrá gozar del sol y tal vez recuperar la fluidez que ha perdido. En efecto, allí Sarah comienza a escribir una nueva aventura de su habitual detective hasta que su pacífica soledad es interrumpida por la sorpresiva llegada de la fogosa Julia, hija del dueño de casa, con quien no tendrá más opción que compartir mansión, jardín y piscina.

Ludivine Sagnier es la nueva estrella del cine francés y actriz fetiche de Ozon, con quien había actuado en Gotas… y en 8 Mujeres. Con su conocida destreza para transmitir las sensaciones físicas, Ozon la filma en planos exquisitos que van seduciendo tanto al espectador como a la propia Sarah, quien siente brotar una nueva ola de creatividad ante las aventuras de esta muchacha –algo así como su opuesto–, que trae cada noche un nuevo hombre a su cama. Julia le aporta la incomodidad necesaria para la verdadera creación, la abre a nuevos e insospechados placeres, e inspirada por la historia de la joven, pero sobre todo por su fuerte presencia física, va desarrollando todo un proceso que trasciende la sola creatividad artística y habla de su renacimiento y de la toma de conciencia de su propia sensualidad.

Rampling demuestra una vez más ser fetiche del paso del tiempo, y sigue floreciendo en plena madurez. Su rostro va transmutando según la influencia que el ambiente va operando en ella, purificándose igual que el agua de la piscina va cambiando desde la suciedad inicial hasta llegar al estado cristalino final. Y no sólo su expresión se transforma: Ozon se muestra muy cercano a la sensibilidad de sus personajes y, enamorado de ella, filma su cuerpo y la edad de su rostro, magistralmente, hasta llegar al desnudo que la actriz sobrelleva magníficamente.

La historia irá evolucionando hacia el thriller a la Chabrol hasta desembocar en el orden de lo psicológico y hasta lo fantasmagórico. Nada resulta lo que parecía: se produce un cruce ambiguo entre lo real y lo virtual, en una serie de pliegues y desplazamientos. Sobran los indicios: la profusión de imágenes reflejadas en los espejos, en los vidrios de las ventanas, y el leitmotiv de las manos de la escritora tipiando su novela indican que la realidad es polifacética y nunca sabremos de qué lado del espejo estamos. Ozon es un maestro en la creación de atmósferas y climas psicológicos, pero da una doble vuelta de tuerca final que no convence narrativamente y apenas opera como disparador para las posibles interpretaciones de la platea.

Josefina Sartora      

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