En un punto, de Un aire de familia podría
decirse lo mismo que de La celebración.
Está estructurada alrededor de una cena familiar en la que se festeja un cumpleaños, en
cuyo trascurso saldrán a la luz los trapos más sucios de la parentela. Y sin embargo son
dos películas completamente diferentes.Esta,
de Cédric Klapisch, no tiene sustancia ni tiempos de thriller sino de comedia dramática.
Está narrada casi en tiempo real y rigurosamente acotada al ámbito de un bar. Su dueño
es Henri, hermano de Betty y Philippe, el cumpleaños de cuya esposa es motivo de la
fiesta. La partida se completa con la madre de aquellos tres, con Denis, mozo
multifunción (único empleado en el bar de Henri) y un perro paralítico cuya triste
presencia reflejará el patetismo de la familia durante varios tramos de la
"fiesta". Es que a Henri, que lo acaba de dejar su mujer, su hermano ejecutivo
le recordará de mil modos que es el inútil de la familia. Philippe, el ejecutivo, tiene
unos modales del demonio. Con su esposa, bastante tonta (y muy graciosa: Catherine Frot
carga cómodamente con el costado cómico del relato), lleva una relación en términos de
jefe-subordinada. Betty, en tanto, acaba de perder su trabajo. No así la vergüenza, que
le impide blanquear ante los demás su amorío... con el mozo del establecimiento. Y mamá
es de aquellas personas que dicen la palabra indicada, en el momento justo, para pudrirlo
todo. Cosa que ocurrirá, of course.
La película, que es la adaptación de una obra de
teatro inmensamente popular en Francia, se hace un poco larga. Pero está bien escrita y
mejor actuada (excepción hecha de Wladimir Yordanoff, que sobreactúa a Philippe). Ofrece
la yapa de volver a disfrutar de un par de intérpretes que venían de lucirse en Conozco la canción. Y consigue
dar ajustada cuenta de un puñado de conflictos lo suficientemente universales como para
seguirle el hilo sin desfallecer.
Guillermo Ravaschino
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