El demorado
estreno de La Dalia Negra, penúltimo opus de Brian De Palma (quien ya
presentó en varios festivales su nuevo film sobre la guerra de Irak) es una
agradable sorpresa para los que añoramos una forma de hacer cine que parece
estar en vías de extinción.
Basada en la
novela de James Ellroy sobre un asesinato real que conmocionó a Los Angeles
en los años cuarenta, este film noir gira en torno de la
investigación del crimen a cargo de dos policías, unidos –y ascendidos– al
ofrecer una pelea de boxeo para promocionar el accionar policial. El Sr.
Fuego y el Sr. Hielo, como los nombra la prensa sensacionalista de la época,
son la pareja perfecta, la unión de los opuestos que Ellroy ya había
explotado en "Los Angeles confidencial" (que luego se transformaría en la
obra maestra de Curtis Hanson). Lee Blanchard (Aaron Eckhart) es un tipo
duro que se deja llevar por sus emociones; el héroe que ha rescatado a Kay
(Scarlett Johansson) de las calles y la esclavitud, apresando a su
proxeneta. Bucky Bleichert (Josh Hartnett) es el cerebral, capaz de contener
su atracción hacia Kay para preservar la amistad de su compañero, de apostar
por su rival en la pelea y dejarse romper los dientes con tal de salir de un
mal momento económico y poder ubicar a su padre en un asilo donde esté bien
atendido.
De Palma abre el
film con una notable media hora en la que nos relata la relación de estos
dos hombres y su vínculo con esa misteriosa y hermosa mujer. Cuando las
cartas estén echadas, llegará la hora del crimen –que aquí se da por partida
doble, en una misma manzana– y se abrirá el juego nuevamente hacia dos polos
opuestos que pueden llegar a tocarse. Una balacera sorpresiva en una calle y
un cuerpo mutilado a la vuelta de la esquina. El director de Doble de
cuerpo y Los intocables se encuentra en su salsa: plano secuencia
de lujo, cámara lenta en el momento justo, pájaros hitchcockeanos y un
montaje perfecto. Todo está listo para que el Sr. Fuego y el Sr. Hielo
desplieguen sus temperamentos y temperaturas cubriendo la enrevesada trama
que nos espera, y que implica a una millonaria y excéntrica familia de
Hollywood que cimento su fortuna en la construcción de decorados para el
pionero Mack Sennett, en los inicios de la Meca del cine.
Alumno
convertido en maestro, De Palma despliega sus habituales relecturas de
Alfred Hitchcock y sus referencias al cine negro del período clásico de
manera ejemplar, al punto que nunca llaman la atención y se imbrican en la
trama con total naturalidad. Gran ejemplo del noble uso de la cinefilia es
el momento en que el trío protagónico va al cine a ver El hombre que ríe:
Kay se aferra a sus hombres cuando la sonrisa en pantalla la llena de temor,
y el director nos sugiere el crimen, el sexo de la víctima y el modus
operandi del asesino. Sus hombres, a su vez, vivirán paralelas obsesiones
con la muchacha muerta (sorprendente Mia Kirshner, con una mirada tan triste
y desesperanzada que parece que anticipara su propio destino). Fijaciones
muy similares a las que Scottie (James Stewart) padecía en Vértigo,
de Hitchcock, pero cada uno de acuerdo a lo que dicta su personalidad. El
Sr. Fuego de manera directa, violenta y extrema; el Sr. Hielo transfiriendo
indirectamente su obsesión al cuerpo de la otra femme fatale, la
morocha Madeleine (Hilary Swank, asumiendo el nombre que portó Kim Novak en
Vértigo), un ejemplo de oscuridad y perversión.
De Palma narra
el devenir de estos personajes y el desarrollo de la investigación con la
destreza de siempre, dejando pistas aquí y allá, trazando paralelos en
imágenes para que podamos reflexionar al margen de las complicaciones del
relato policial. Hay otra secuencia genial más cerca del final, en la que el
maestro vuelve a lucirse entre las luces y sombras de una escalinata que
gira en ralenti, como avanza siempre todo lo importante en el cine de
De Palma, retrasando el tiempo real todo lo posible para generar mayor
suspenso. La sangre volverá a salpicar la estatua de Scarface y la culpa y
el remordimiento volverán a pasar de manos.
Los tiempos han cambiado y el director ha debido hacer algunas concesiones
para no claudicar su mirada estética. Lo que más se extraña es la habitual
"imagen clase B" de sus mejores films, hoy reemplazada por una fotografía
que no alcanza a disimular con la oscuridad su pulcritud de producto
seriado. Y hay que decir que la segunda mitad el relato se resiente un poco
en su intento de abarcar con claridad cada una de las subtramas de la
historia. Pero La Dalia Negra es un De Palma hecho y derecho, que
aunque no llegue a soltarse tanto como en Mujer fatal –donde la
complejidad de un guión imposible quedaba en segundo plano ante la
supremacía de su estilo visual– da muestras de buena salud y nos recuerda el
poder de las imágenes entre tanto cine con buenas intenciones y pocas ideas
estéticas.
Ramiro Villani
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