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LA DALIA NEGRA
(The Black Dahlia)

Estados Unidos-Alemania, 2006



Dirigida por Brian De Palma, con Josh Hartnett, Scarlett Johansson, Aaron Eckhart, Hilary Swank, Mia Kirshner, Fiona Shaw, James Otis, Mike Starr.



El demorado estreno de La Dalia Negra, penúltimo opus de Brian De Palma (quien ya presentó en varios festivales su nuevo film sobre la guerra de Irak) es una agradable sorpresa para los que añoramos una forma de hacer cine que parece estar en vías de extinción.

Basada en la novela de James Ellroy sobre un asesinato real que conmocionó a Los Angeles en los años cuarenta, este film noir gira en torno de la investigación del crimen a cargo de dos policías, unidos –y ascendidos– al ofrecer una pelea de boxeo para promocionar el accionar policial. El Sr. Fuego y el Sr. Hielo, como los nombra la prensa sensacionalista de la época, son la pareja perfecta, la unión de los opuestos que Ellroy ya había explotado en "Los Angeles confidencial" (que luego se transformaría en la obra maestra de Curtis Hanson). Lee Blanchard (Aaron Eckhart) es un tipo duro que se deja llevar por sus emociones; el héroe que ha rescatado a Kay (Scarlett Johansson) de las calles y la esclavitud, apresando a su proxeneta. Bucky Bleichert (Josh Hartnett) es el cerebral, capaz de contener su atracción hacia Kay para preservar la amistad de su compañero, de apostar por su rival en la pelea y dejarse romper los dientes con tal de salir de un mal momento económico y poder ubicar a su padre en un asilo donde esté bien atendido.

De Palma abre el film con una notable media hora en la que nos relata la relación de estos dos hombres y su vínculo con esa misteriosa y hermosa mujer. Cuando las cartas estén echadas, llegará la hora del crimen –que aquí se da por partida doble, en una misma manzana– y se abrirá el juego nuevamente hacia dos polos opuestos que pueden llegar a tocarse. Una balacera sorpresiva en una calle y un cuerpo mutilado a la vuelta de la esquina. El director de Doble de cuerpo y Los intocables se encuentra en su salsa: plano secuencia de lujo, cámara lenta en el momento justo, pájaros hitchcockeanos y un montaje perfecto. Todo está listo para que el Sr. Fuego y el Sr. Hielo desplieguen sus temperamentos y temperaturas cubriendo la enrevesada trama que nos espera, y que implica a una millonaria y excéntrica familia de Hollywood que cimento su fortuna en la construcción de decorados para el pionero Mack Sennett, en los inicios de la Meca del cine.

Alumno convertido en maestro, De Palma despliega sus habituales relecturas de Alfred Hitchcock y sus referencias al cine negro del período clásico de manera ejemplar, al punto que nunca llaman la atención y se imbrican en la trama con total naturalidad. Gran ejemplo del noble uso de la cinefilia es el momento en que el trío protagónico va al cine a ver El hombre que ríe: Kay se aferra a sus hombres cuando la sonrisa en pantalla la llena de temor, y el director nos sugiere el crimen, el sexo de la víctima y el modus operandi del asesino. Sus hombres, a su vez, vivirán paralelas obsesiones con la muchacha muerta (sorprendente Mia Kirshner, con una mirada tan triste y desesperanzada que parece que anticipara su propio destino). Fijaciones muy similares a las que Scottie (James Stewart) padecía en Vértigo, de Hitchcock, pero cada uno de acuerdo a lo que dicta su personalidad. El Sr. Fuego de manera directa, violenta y extrema; el Sr. Hielo transfiriendo indirectamente su obsesión al cuerpo de la otra femme fatale, la morocha Madeleine (Hilary Swank, asumiendo el nombre que portó Kim Novak en Vértigo), un ejemplo de oscuridad y perversión.

De Palma narra el devenir de estos personajes y el desarrollo de la investigación con la destreza de siempre, dejando pistas aquí y allá, trazando paralelos en imágenes para que podamos reflexionar al margen de las complicaciones del relato policial. Hay otra secuencia genial más cerca del final, en la que el maestro vuelve a lucirse entre las luces y sombras de una escalinata que gira en ralenti, como avanza siempre todo lo importante en el cine de De Palma, retrasando el tiempo real todo lo posible para generar mayor suspenso. La sangre volverá a salpicar la estatua de Scarface y la culpa y el remordimiento volverán a pasar de manos.

Los tiempos han cambiado y el director ha debido hacer algunas concesiones para no claudicar su mirada estética. Lo que más se extraña es la habitual "imagen clase B" de sus mejores films, hoy reemplazada por una fotografía que no alcanza a disimular con la oscuridad su pulcritud de producto seriado. Y hay que decir que la segunda mitad el relato se resiente un poco en su intento de abarcar con claridad cada una de las subtramas de la historia. Pero La Dalia Negra es un De Palma hecho y derecho, que aunque no llegue a soltarse tanto como en Mujer fatal –donde la complejidad de un guión imposible quedaba en segundo plano ante la supremacía de su estilo visual– da muestras de buena salud y nos recuerda el poder de las imágenes entre tanto cine con buenas intenciones y pocas ideas estéticas.

Ramiro Villani      

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