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DEUDA DE
SANGRE
(Blood Work)
Estados
Unidos,
2002 |
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Dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, con Jeff Daniels, Wanda De Jesus, Anjelica Huston, Tina Lifford, Paul Rodríguez, Dylan Walsh.
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Este opus de Clint Eastwood está más cerca de la saga Harry el sucio
que de esas otras películas, esencialmente personales, que este
nativo de California supo redondear. El argumento y –casi en la misma
medida– el guión de Deuda de sangre no despegan del montón, de
ese montón de films que colman los estantes bajo el rubro
"Acción" (o "Thriller") en los videoclubes. La
realización ya despega un poco. Eastwood siempre tuvo "garra"
para la narración visual (puesta en escena, ritmo), y eso no sólo
beneficia en general al film, sino que atenúa la modorra o la irritación
que están llamados a suscitar sus costados más rutinarios. La película
también nos depara al propio Clint, una vez más, como protagonista. Y
eso no es poco.Entre lo rutinario está lo previsible, y Deuda de sangre
arranca con un asesinato misterioso, anche sangriento, que incluye
un mensaje en código del criminal (escrito en sangre contra una pared de
aquellas) para el federal a cargo de la pesquisa. Ese federal es Terry
McCaleb (Clint), y lo previsible es que ese asesino será el
asesino; y que regresará más tarde, mucho más tarde incluso, para
complicar la vida de Terry y plantearle un último y muy complejo desafío
que, si todo marcha bien, será honrado positivamente limpiando el camino
para el happy ending. Por supuesto que el asesino sale indemne de
esa primera carnicería. Más aun: se queda merodeando en torno del
lugar del crimen hasta que logra hacerse ver por McCaleb, desencadenando una persecución a pie que termina con este último (tengan en cuenta que Clint ya ha soplado 72 velitas)
infartado sobre la vía pública. Después viene el cartelito "Dos
años después" (no sé por qué –sinceramente– me recordó al de
Sexto sentido) y la noticia de que el protagonista se ha jubilado.
Algo más tarde llega el trasplante de corazón que
garantizará la sobrevida de nuestro conspicuo ex miembro del FBI.
Casi siempre (especialmente, por
ejemplo, en Bird), aunque no siempre, Eastwood hace aflorar en
sus films una suerte de moral culposa; la del que busca –sin lograrlo–
redimirse de algo. Acá aflora en la incomodidad de Terry, conflictuado
porque consiguió su corazón antes que un joven colega "de
espera", pese a que su cardióloga le ha jurado y perjurado que ese
órgano era para él, le correspondía a él, y ni siquiera podía
servirle al otro. Claro que este rasgo –si es que me permiten–
psíquico de la filmografía de Eastwood en la ocasión se constituye en engranaje
clave de la evolución del drama, ya que
Terry descubre que la dueña previa de ese corazón, hacia la que también
se siente en deuda, es una inmigrante mexicana que murió asesinada. El esclarecimiento del
crimen y la captura del asesino serían, pues, el pago de esa deuda. De
ahí el título que a la versión local –más coherentes imposible,
reconózcamoslo– le han puesto los muchachos de la Warner. Si continuamos con
la analogía contable, diremos que la encargada de cobrar la deuda será otra
joven mexicana, la hermana de la occisa (Wanda De Jesus, en un trabajo
bastante insoportable), que es la que
le viene con el cuento a Terry. Y además de con el cuento, con ese
sobrinito entrañable que es el hijo de la difunta. El sentimiento de paternidad
que uno le va intuyendo desde el vamos a Terry respecto de este chico
nutre cierta otra previsibilidad de Deuda de sangre: la
sentimental. Por otro lado, también sugiere (hoy que estamos
psicologistas) cierta posible deuda impaga, o asignatura pendiente, del propio
Clint.
Más allá de todo esto (incluida la identidad del asesino, que se
adivina antes de lo deseable), Deuda de sangre es la enésima
película de un cineasta importante y multifacético. No tanto por las
diversas ramas que fatigó y en las que se especializó (dirección,
producción e interpretación, principalmente) como por su doble
condición de autor de obras maestras del cine contemporáneo
(allí estará, por siempre y para siempre, Los imperdonables) y
animador de muchas de las más célebres macho movies –¡que así las
llaman cuanto menos en un sitio yanqui!– de la historia del cinematógrafo. En
este sentido, dos descubrimientos desprendió Duelo de sangre para
mí: que el autor de 72 años sigue en estupenda, admirable forma física y en
aparente pleno dominio de sus facultades intelectuales; esto indica que es
posible que vuelva a deleitarnos con una obra maestra. Y que el ex macho
man no se resigna a dejar de serlo: se muestra por delante y
por detrás, en cueros, conquistando, disparando y mandando a sus colegas a la
mierda como siempre. El primer
descubrimiento ha sido de lo más reconfortante. El segundo tiene que ver
con eso que llaman "autocomplacencia", y podríamos dejársela
pasar. ¿O no?
Guillermo Ravaschino |
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