Las películas
de robos tienen un atractivo especial. El espectador se siente generalmente
implicado e identificado con los ladrones y busca que estos se salgan con la
suya y logren burlar la ley. En El gran golpe, los atracadores
resultan ser las víctimas, por lo que la identificación se produce casi al
instante.
Estamos en la
década del ’70. Terry (Jason Statham) es un hombre de familia con algunos
problemas financieros y un pasado delictivo de bajo perfil, de barrio
podríamos decir. Una mujer, con la que alguna vez tuvo un affaire, lo busca
para proponerle el robo a un banco; fácil, sin complicaciones, ya que por
unos días no va a tener sus alarmas conectadas. Terry muerde el anzuelo, sin
saber que esta chica es la enviada de un prestigioso político inglés que no
quiere que unas fotos comprometedoras, guardadas en una de las cajas de
seguridad del banco, salgan a la luz. El buenazo de Terry junta a su vieja
banda y a un par más para realizar el robo. Ninguno tiene experiencia en el
tema, pero el botín es demasiado sabroso como para dejarlo escapar.
La película
plantea rápidamente las reglas del juego y el espectador conoce a cada uno
de los jugadores de entrada. Hay un señor que maneja un cabaret al que
concurre gran parte de la plana mayor del stablishment inglés y que
soborna a la policía para que no lo molesten. Hay un líder negro, Michael X,
que es el dueño de esas fotos y que las utiliza a modo de chantaje para que
no lo encarcelen por sus actividades ilegales. Y a medida que la trama se
desarrolla irán apareciendo nuevos personajes que buscarán que nada salga a
la luz.
El australiano
Roger Donaldson no se caracteriza por ser un director de primera plana.
Realizador de películas tan dispares como Sin salida, Cocktail,
Especies, Trece Días, El discípulo y Sueños de
gloria, logra en El gran golpe imprimirle ritmo, acción y
suspenso a una historia que, más allá de sus convencionalismos, logra
mantener nuestra atención por casi dos horas. La película utiliza el
contexto de un caso real –éste lo ha sido– pero deja de lado la denuncia
política para centrarse en sus (anti)héroes, ladrones de medio pelo que, sin
saberlo, pusieron en jaque al gobierno y a algunos de los miembros de la
realeza británica.
Sergio Zadunaisky
|