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GUERRA DE LOS MUNDOS
(War Of The Worlds)

Estados Unidos, 2005



Dirigida por Steven Spielberg, con Tom Cruise, Justin Chatwin, Dakota Fanning, Tim Robbins, Miranda Otto, David Alan Basche, James DuMont.



Desde su mismísima aparición como material literario, allá por 1898, y en cada una de sus posteriores adaptaciones, "La guerra de los mundos", novela del británico Howard George Wells, se vio contextualizada por una realidad fuera de registro: a comienzos del siglo XX fue observada como una negativa visión sobre el triunfo del capitalismo industrializado; en la célebre traslación radial de Orson Welles de 1938, la postdepresión y el estado de guerra inminente jugaron para alimentar la realidad virtual que la transformó en un hito de la historia de la comunicación; y en 1953 el cine absorbió el terror de la sociedad norteamericana al ataque nuclear a manos de los soviéticos en medio de la guerra fría. El estreno entonces de Guerra de los mundos (así, sin el artículo La) en 2005 no podía ser menos: el clima posterior al 11 de septiembre se respira en cada fotograma, pero de una manera distinta a la que uno suponía de antemano.

Un material tan maleable como este, que tuvo la extraña virtud de ser papel, onda radial y celuloide, necesitaba de alguien que lo utilizara de manera noble y rigurosa. Y las manos –pero sobre todo los ojos– de Steven Spielberg fueron los sabios receptores. La historia es bien conocida: extrañas tormentas eléctricas cubren el cielo, antesala de lo que será una invasión extraterrestre a escala mundial. Y a partir de ahí, ¡a correr que se acaba el mundo! Con esta situación como núcleo argumental, se nos presenta a Ray (Tom Cruise), un padre divorciado y bastante desordenado en su vida, que recibe la visita de sus dos hijos, un adolescente (Justin Chatwin) y su hermana menor (Dakota Fanning), quienes quedarán a su cuidado durante el fin de semana (Cruise y Fanning dotan de una humanidad asombrosa a sus personajes). Tratándose de una película de Spielberg, demás está decir que la relación entre padres e hijos dista de ser la ideal. Precisamente la recomposición de los lazos familiares será el punto de interés que sostendrá Spielberg hasta el final de la película, con la invasión como pesadillesco telón de fondo.

La clave para entender Guerra de los mundos es esa: se trata de un drama familiar hecho y derecho, sobre la responsabilidad de ser padre. Algo parecido a lo que hacía Wes Anderson en Vida acuática. No obstante, las lecturas ideológicas que habilita la película son varias, y la complejidad de esas múltiples interpretaciones es un hallazgo sorprendente para una película que aparentaría conformarse con ser sólo un tanque de Hollywood.

Es que el Spielberg post Inteligencia artificial se ha transformado en un ser amargo y oscuro. La falsa alegría que destilaba esa joyita incomprendida que fue Atrápame si puedes (la mejor película norteamericana de lo que va del siglo XXI) y el miedo al Estado omnipresente de La terminal (ese otro padre al que le teme el creador de Encuentros cercanos...) nos pusieron al corriente de la madurez del director. Aunque seguramente, por compartir protagonista, género y aspectos visuales, este film será comparado con Minority Report.

La oscuridad del director se expresa en secuencias terribles, violentas, terroríficas. Y en ideas desesperanzadoras. El cine de marcianos históricamente combatió la amenaza exterior, repelió lo que venía de afuera. Sin embargo en esta oportunidad el mal está adentro, no sólo por el lugar del que salen los alienígenas, sino porque los grandes males radican en el inconsciente colectivo de la sociedad: los humanos de Guerra de los mundos se comportan como bestias dispuestas a matar; como zombies de una de Romero. Aquella solidaridad americana, tan mentada en tiempos del ataque terrorista, brilla por su ausencia; la ley del más fuerte es lo que hay. No es, sencillamente, la historia optimista de recomposición que imaginábamos nos iban a contar.

Y por su parte también las imágenes hablan de un mundo espectral: la aparición de un fantasmal tren en llamas transitando a la deriva es un momento de desquicio visual que genera más pánico del previsto; los cuerpos de miles de víctimas flotan en el río como un ballet alucinatorio; la ropa de los humanos carbonizados por los rayos invasores flota en el aire con horrible belleza; la multitud intentando subir a un barco para poder huir provoca la misma angustia que la visión de aquellos documentales sobre la Segunda Guerra y las imágenes de los refugiados. La invasión en la mirada de Spielberg tiene la misma densidad que un exterminio o un holocausto.

Mencionábamos Minority Report, y allí Spielberg redondeaba la ambigua idea de que en un mundo hipercontrolado, que entraba por los ojos, lo mejor era ser ciego. Aquí sucede más o menos lo mismo en la insistencia de Ray en no permitir que su hija observe el horror circundante. Esa capacidad de diálogo que mantiene esta película con las otras obras del director es uno de los mayores aciertos, demostrando el control que el creador de ET tiene sobre su cine. En Guerra de los mundos su obra entera parece refractarse al infinito: familias disfuncionales, niños enfrentados al destino de la aventura, hombres que no traspasaron la barrera de la adultez, niños-hombres, hombres-niños, elementos fantásticos y asombrosos como catalizadores de experiencias humanas, la pérdida de la inocencia. Todas marcas identificables y persistentes que determinan la presencia de un autor.

Pero más allá de las marcas autorales, lo que hace de Guerra de los mundos una gran película es su clima de pesadilla constante y de ensueño terrorífico nunca antes presente en la filmografía "spielbergiana". Y poco habitual en el cine mainstream. Las incertezas sobre el porqué de la invasión –algo que muchos espectadores no perdonarán– y la sensación de deriva total, de desamparo hasta de dioses (no en vano el primer gran edificio en ser destruido es una iglesia; otra vez Spielberg y sus conflictos religiosos), tensionan aun más una narración crispada. El film es efectivo porque traslada a la platea de manera cabal ese terreno de arenas movedizas sobre el que se conducen los protagonistas.

Y en un territorio marcado por las incertidumbres, Spielberg se anima a rediseñar el héroe clásico. No nos encontramos aquí con un hombre que va al frente matando alienígenas con su escopeta, sino con un muchacho como Ray, padre ineficiente, dubitativo, traumatizado, que sólo atinará a escapar hacia adelante, a no retroceder para no enfrentarse al terror y no hacer peligrar la vida de los suyos. Claro que la película le reservará cierta acción heroica, pero se trata de un último recurso, de un acto desesperado.

Tampoco hay lugar aquí para grandes maniobras militares. En eso Guerra de los mundos se diferencia del reciente cine catástrofe como Día de la independencia o El día después de mañana, en donde la función del Estado era primordial en la historia, por acción o por omisión. Por el contrario, en cada situación en la que aparecen las tropas, su función es la de la inutilidad total (prestar atención sino a la escena donde padre e hijo discuten, mientras una larga hilera de vehículos del Ejército les pasa por al lado; o cuando Ray le tiene que indicar el blanco a un soldado). Spielberg deja bien en claro su postura ante el contexto en el que se estrena el film y por eso cuando la hija de Ray pregunte si el ataque se debe a "los terroristas", entenderemos esa situación como un momento irónico, y no como una vulgar alegoría política.

La acostumbrada destreza narrativa de este cineasta lo confirma nuevamente como el mejor contador de historias que tiene el cine norteamericano en la actualidad. La sabia utilización de las posibilidades técnicas lo coloca un paso más allá del resto, alcanzando inusitados niveles de excelencia. Cada plano suyo, cada travelling, es un deleite visual inigualable; uno los podría analizar en parrafadas interminables, pero llegaría a la misma conclusión: el tipo es un genio. Ese movimiento de cámara alrededor de la furgoneta en la que huyen los protagonistas, que refuerza el nervio del diálogo sin transformarse en un mero virtuosismo, es un chupetín para los ojos.

Y a pesar de todo, Guerra de los mundos tiene sus defectos por el lado narrativo. Toda la tensión del espacio abierto y su desamparo, con algunas reminiscencias visuales a "El eternauta" (otra gran obra sobre invasiones alienígenas), se ve trastabillar por una larga secuencia sobre la media hora final que retiene a Ray y a su hija en un sótano junto a un loco fanático de las armas (Tim Robbins). Si bien allí se genera el quiebre del personaje de Cruise (vivido esto como una pérdida de valores), y el suspenso está bien dosificado (reflejando tal vez algunos momentos de Jurassic Park), lo interesante de la película hasta ahí era el terror asociado con la intranquilidad constante, el desamparo del campo abierto y el clima de peligro continuo, atomizado aquí por la mínima tranquilidad, pero tranquilidad al fin, que produce estar a salvo en un lugar cerrado y con control del espacio. En este sentido, Shyamalan utilizaba mucho mejor el sitio reducido para los proverbiales sustos que pegaba Señales.

Precisamente ese film sirve para proyectar los valores de la película del creador de Indiana Jones. Mientras que Shyamalan utilizaba la excusa de la invasión para dejarnos un mensaje aleccionador sobre la recuperación de la fe, en este caso Spielberg nos pinta un mundo sin dioses ni héroes, en el que estamos a la deriva, y en el que ciertas catástrofes hacen aflorar lo peor de la conducta humana. El director construye su film con el material con el que están hechas las pesadillas, entendiendo a la perfección ese doble juego de arte y gran espectáculo, no defeccionando en ninguno de los dos terrenos. Simple en su desarrollo y compleja en sus efectos colaterales, Guerra de los mundos es un cultivo de ideas aterradoras sobre un lugar no muy deseable para vivir, en el que para que los lazos familiares se recompongan es necesaria una impresionante y sanguinaria invasión extraterrestre.

Mauricio Faliero      

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