Afortunadamente, Steven Spielberg sigue poniendo toda la carne sobre la
parrilla. O haciendo uso de sus numerosas "ventajas
comparativas": una imaginación impar, potenciada por el recurso de
aprovechar nobles piezas literarias de ciencia ficción como base
argumental; un sentido del ritmo (un timing) arrollador; un
conocimiento profundo de las mejores tradiciones del cine, que le permite
explotarlas y homenajearlas sin caer en la cita obvia, ni sacrificar su
personalidad. Y por cierto, el enorme presupuesto necesario para volcarlo
todo, muy cómodamente, sobre la pantalla.Otra cosa que vuelve a hacer Spielberg es tensar con fuerza diferentes
cuerdas: la sentimental, básicamente apoyada en la angustia de un padre
que perdió a su hijo; la del thriller, que se impone mucho más
poderosamente que nunca; y la de las especulaciones cientoficticias. Minority
Report presenta flancos débiles –en especial durante su último
tramo, en que se torna previsible y esquemática– pero resulta más
compacta y
contundente que Inteligencia artificial (el film más parecido a
éste en toda la carrera del realizador, quien llegó a utilizar
decorados idénticos, o casi idénticos, en las dos películas). Y Minority
Report atrapa: dura casi dos horas y media que se pasan volando.
Estamos en Estados Unidos, corre el año 2054 y otras dos cualidades de
Spielberg, su intuición y su cultura, logran instalarnos velozmente en
situación. Esto incluye la droga del momento, a la que llaman claridad
(también se inhala), y un sistema de tránsito alucinante, que integra
autopistas y automóviles inteligentes, armonizados por un control central
(este sistema está tan bien pensado que parece una profecía de los que
debería proveer el mundo real). Nuestro protagonista, interpretado por
Tom Cruise en plan de héroe-que-se-la-pasa-corriendo, es el policía John
Anderton, jefe de operaciones de Precrime (Precrimen), un comando que es
el rasgo más palpable y gravitante del futuro que propone Minority
Report.
La clave de Precrime son los precogs (precognitivos), tres
jóvenes rarísimos, superdotados, capaces de visualizar los crímenes
antes que se produzcan. O más precisamente: a partir del momento en que
una cadena irreversible de sucesos ha desatado la cuenta regresiva. Un
complejo mecanismo de computadoras permite a los policías extraer esa
información (que tiene forma de alucinaciones horrorosas) y, en cuestión
de horas –o minutos–, impedir que se perpetren los asesinatos. Dichas
computadoras obligan a sus usuarios, los policías, a entregarse a
una agotadora actividad psicofísica, signada por movimientos de los
brazos y las manos tendientes a seleccionar y reencuadrar planos
(desechando otros) sobre un gigantesco monitor virtual. No cuesta ver
aquí un reflejo de la actividad de los cineastas, y hasta del propio cine
en cuanto reencuadramiento, sutilmente reverenciada por Steven
Spielberg.
En apenas seis años Precrime logró reducir a cero las muertes
violentas en DC (distrito de Columbia, adonde se ubica Washington).
Tamaña eficacia determina que los asesinos frustrados sean castigados
cual si hubieran dado muerte a sus víctimas (y que Precrime –gestiones
políticas mediante– esté a punto de convertirse en un organismo
nacional). El primer interrogante, que se resolverá al final, ya queda
picando: ¿cabe dar por consumado un crimen cuando aún no se produjo? O
tomando la versión local del título: ¿cabe dar sentencia previa
a su autor potencial?
Hay que decir que los dones de los precogs no están
firmemente asentados; que su naturaleza se hunde bajo el peso de una breve
reflexión. Pero también es cierto que se los propone a modo de punto de
partida, como si se nos dijera: "créanse esto, no lo pongan
en duda, que el verdadero juego empieza después". El desarrollo
vertiginoso (y aquí sí, generalmente bien fundado) del relato habilita
la vista gorda que tapará este y otros agujeritos del
largometraje. Buena parte de aquel vértigo tiene que ver con un esquema
clásico del thriller: el protagonista obligado a escapar tras haber sido
injustamente acusado y, a su vez, forzado a descubrir al verdadero
destinatario de la acusación. Por este lado, Minority Report no
tiene nada que envidiarle a El fugitivo (tanto al serial televisivo
como a su notable adaptación fílmica de 1993) ni a otras gemas del
rubro.
Como cabía esperar, el film ofrece abundante material para cinéfilos,
cazadores de influencias y especies afines. Todo un desfile de elementos
(la retina como prueba de identidad, los trips de realidad virtual,
las "mochilas voladoras", etc.) que remite a muchos títulos del
cine yanqui más o menos reciente. Lo asombroso es que todos esos
elementos han sido reelaborados por Spielberg de tal modo que casi siempre
superan, en inteligencia o interés, a sus versiones originales (hago
excepción de Días extraños –inspiró más de un costado de Minority
Report–, porque allí estaba todo tan redondo que ya no se lo puede
mejorar). Más allá de lo objetual, la sola presencia del
veteranísimo Max Von Sydow (encarna al superior de Anderton) sugiere un
homenaje al cine de quien más lo dirigió, Ingmar Bergman, cuyas
exploraciones existenciales entroncan con las del propio Spielberg en esta
nueva –por qué no– etapa de su carrera. Por supuesto que, además,
Von Sydow está fenómeno.
Hay otra lectura, tangencial pero no por ello menos pertinente, y es la
que puede hacerse de Minority Report desde el ángulo
sociopolítico. La visión del futuro que nos acerca Spielberg, al igual
que en su anterior opus, no es precisamente optimista. Como si en última
instancia el "progreso", en lugar de contribuir a incrementar
los niveles generales de satisfacción humana, derivase en yerros
garrafales cuyo precio es el dolor (y eventualmente, la sangre). ¿Se
trata de una visión reaccionaria? Yo creo que no. Y el auténtico
ejército de publicidades que se metió por la ventana (Pepsi, Lexus, Gap
son algunas de las firmas reales del presente que promocionan sus
productos desde el futuro ficcional del film) da una buena pauta del
asunto, sobre todo si se tiene en cuenta que la publicidad del 2054 es
grosera, inéditamente invasora de la intimidad (sepan que Cruise/Anderton
es literalmente bombardeado por slogans personalizados que procuran
enchufarle toda
clase de mercaderías). Este futuro no es otra cosa que el presente
proyectado hacia adelante. Así estaremos –podría leerse– si esta
gente sigue dominando al mundo. No me van a decir que no es una forma
elegante de cofinanciar un film.
Pero hay más, aunque deberían ver la película para comprobarlo. En
momentos en que ni siquiera un baluarte de la "personalidad"
como George Lucas quiso esquivar el mandato post 11 de setiembre
(me refiero a las concesiones de Episodio 2), Spielberg se atreve a
postular que a los garantes más insospechados de la Ley los puede motivar
la codicia, el cinismo y el ansia ciega de prestigio personal. Y que eso
puede conducir al crimen.
Guillermo Ravaschino