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MINORITY REPORT, SENTENCIA PREVIA
(Minority Report)

Estados Unidos, 2002



Dirigida por Steven Spielberg, con Tom Cruise, Colin Farrell, Samantha Morton, Max Von Sydow, Steve Harris, Neal McDonough.



Afortunadamente, Steven Spielberg sigue poniendo toda la carne sobre la parrilla. O haciendo uso de sus numerosas "ventajas comparativas": una imaginación impar, potenciada por el recurso de aprovechar nobles piezas literarias de ciencia ficción como base argumental; un sentido del ritmo (un timing) arrollador; un conocimiento profundo de las mejores tradiciones del cine, que le permite explotarlas y homenajearlas sin caer en la cita obvia, ni sacrificar su personalidad. Y por cierto, el enorme presupuesto necesario para volcarlo todo, muy cómodamente, sobre la pantalla.

Otra cosa que vuelve a hacer Spielberg es tensar con fuerza diferentes cuerdas: la sentimental, básicamente apoyada en la angustia de un padre que perdió a su hijo; la del thriller, que se impone mucho más poderosamente que nunca; y la de las especulaciones cientoficticias. Minority Report presenta flancos débiles –en especial durante su último tramo, en que se torna previsible y esquemática– pero resulta más compacta y contundente que Inteligencia artificial (el film más parecido a éste en toda la carrera del realizador, quien llegó a utilizar decorados idénticos, o casi idénticos, en las dos películas). Y Minority Report atrapa: dura casi dos horas y media que se pasan volando.

Estamos en Estados Unidos, corre el año 2054 y otras dos cualidades de Spielberg, su intuición y su cultura, logran instalarnos velozmente en situación. Esto incluye la droga del momento, a la que llaman claridad (también se inhala), y un sistema de tránsito alucinante, que integra autopistas y automóviles inteligentes, armonizados por un control central (este sistema está tan bien pensado que parece una profecía de los que debería proveer el mundo real). Nuestro protagonista, interpretado por Tom Cruise en plan de héroe-que-se-la-pasa-corriendo, es el policía John Anderton, jefe de operaciones de Precrime (Precrimen), un comando que es el rasgo más palpable y gravitante del futuro que propone Minority Report.

La clave de Precrime son los precogs (precognitivos), tres jóvenes rarísimos, superdotados, capaces de visualizar los crímenes antes que se produzcan. O más precisamente: a partir del momento en que una cadena irreversible de sucesos ha desatado la cuenta regresiva. Un complejo mecanismo de computadoras permite a los policías extraer esa información (que tiene forma de alucinaciones horrorosas) y, en cuestión de horas –o minutos–, impedir que se perpetren los asesinatos. Dichas computadoras obligan a sus usuarios, los policías, a entregarse a una agotadora actividad psicofísica, signada por movimientos de los brazos y las manos tendientes a seleccionar y reencuadrar planos (desechando otros) sobre un gigantesco monitor virtual. No cuesta ver aquí un reflejo de la actividad de los cineastas, y hasta del propio cine en cuanto reencuadramiento, sutilmente reverenciada por Steven Spielberg.

En apenas seis años Precrime logró reducir a cero las muertes violentas en DC (distrito de Columbia, adonde se ubica Washington). Tamaña eficacia determina que los asesinos frustrados sean castigados cual si hubieran dado muerte a sus víctimas (y que Precrime –gestiones políticas mediante– esté a punto de convertirse en un organismo nacional). El primer interrogante, que se resolverá al final, ya queda picando: ¿cabe dar por consumado un crimen cuando aún no se produjo? O tomando la versión local del título: ¿cabe dar sentencia previa a su autor potencial?

Hay que decir que los dones de los precogs no están firmemente asentados; que su naturaleza se hunde bajo el peso de una breve reflexión. Pero también es cierto que se los propone a modo de punto de partida, como si se nos dijera: "créanse esto, no lo pongan en duda, que el verdadero juego empieza después". El desarrollo vertiginoso (y aquí sí, generalmente bien fundado) del relato habilita la vista gorda que tapará este y otros agujeritos del largometraje. Buena parte de aquel vértigo tiene que ver con un esquema clásico del thriller: el protagonista obligado a escapar tras haber sido injustamente acusado y, a su vez, forzado a descubrir al verdadero destinatario de la acusación. Por este lado, Minority Report no tiene nada que envidiarle a El fugitivo (tanto al serial televisivo como a su notable adaptación fílmica de 1993) ni a otras gemas del rubro.

Como cabía esperar, el film ofrece abundante material para cinéfilos, cazadores de influencias y especies afines. Todo un desfile de elementos (la retina como prueba de identidad, los trips de realidad virtual, las "mochilas voladoras", etc.) que remite a muchos títulos del cine yanqui más o menos reciente. Lo asombroso es que todos esos elementos han sido reelaborados por Spielberg de tal modo que casi siempre superan, en inteligencia o interés, a sus versiones originales (hago excepción de Días extraños –inspiró más de un costado de Minority Report–, porque allí estaba todo tan redondo que ya no se lo puede mejorar). Más allá de lo objetual, la sola presencia del veteranísimo Max Von Sydow (encarna al superior de Anderton) sugiere un homenaje al cine de quien más lo dirigió, Ingmar Bergman, cuyas exploraciones existenciales entroncan con las del propio Spielberg en esta nueva –por qué no– etapa de su carrera. Por supuesto que, además, Von Sydow está fenómeno.

Hay otra lectura, tangencial pero no por ello menos pertinente, y es la que puede hacerse de Minority Report desde el ángulo sociopolítico. La visión del futuro que nos acerca Spielberg, al igual que en su anterior opus, no es precisamente optimista. Como si en última instancia el "progreso", en lugar de contribuir a incrementar los niveles generales de satisfacción humana, derivase en yerros garrafales cuyo precio es el dolor (y eventualmente, la sangre). ¿Se trata de una visión reaccionaria? Yo creo que no. Y el auténtico ejército de publicidades que se metió por la ventana (Pepsi, Lexus, Gap son algunas de las firmas reales del presente que promocionan sus productos desde el futuro ficcional del film) da una buena pauta del asunto, sobre todo si se tiene en cuenta que la publicidad del 2054 es grosera, inéditamente invasora de la intimidad (sepan que Cruise/Anderton es literalmente bombardeado por slogans personalizados que procuran enchufarle toda clase de mercaderías). Este futuro no es otra cosa que el presente proyectado hacia adelante. Así estaremos –podría leerse– si esta gente sigue dominando al mundo. No me van a decir que no es una forma elegante de cofinanciar un film.

Pero hay más, aunque deberían ver la película para comprobarlo. En momentos en que ni siquiera un baluarte de la "personalidad" como George Lucas quiso esquivar el mandato post 11 de setiembre (me refiero a las concesiones de Episodio 2), Spielberg se atreve a postular que a los garantes más insospechados de la Ley los puede motivar la codicia, el cinismo y el ansia ciega de prestigio personal. Y que eso puede conducir al crimen.

Guillermo Ravaschino      

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