Las dos primeras
entregas de la saga de Harry Potter, dirigidas por Chris Columbus (Mi
pobre angelito) habían sido bastante decepcionantes. No es que fuesen
malos films; ambos ofrecían tramos interesantes, en especial el segundo,
Harry Potter y la cámara secreta, donde el humor, ciertos ajustes
en las actuaciones, el uso de los efectos especiales y la planificación de
las secuencias de acción marcaban la diferencia sobre Harry Potter y la
piedra filosofal. Pero a pesar de todo esto, las adaptaciones a la
pantalla grande de las aventuras del niño mago no dejaban de ser
traslaciones literales de los acontecimientos relatados en los libros.
Faltaba un director con ideas propias, conocimiento del mundo de los niños e
imaginación visual.
El
mexicano Alfonzo Cuarón, director de La princesita, Grandes
esperanzas e Y tu mamá también, constituía una adecuada, y
al mismo tiempo arriesgada, elección para dirigir Harry Potter y el
prisionero de Azkaban. Adecuada porque a lo largo de su filmografía
había demostrado una excelente conexión con el universo infantil, valentía
para asumir contingencias a la hora de adaptar obras literarias y talento
para filmar diálogos y conversaciones jugosas. Arriesgada porque nunca había
estado a cargo de un proyecto de tamaña envergadura.
Sin
embargo, Cuarón dio por tierra con todas las dudas planteadas, a pura
inteligencia, simpatía y frescura. El mexicano tomó nota de que Potter y sus
amigos ya crecieron, están más rebeldes y la vida se les irá haciendo cada
vez más dura y difícil.
Este film
vuelve a encontrar a Harry en casa de sus tíos, sin poder soportarlos hasta
que finalmente termina usando magia sin autorización y escapa de un hogar
que odia para volver al mundo que realmente ama. Pero el supuesto castigo
por practicar magia en condiciones indebidas no llega, y él no tardará en
darse cuenta de que hay gato encerrado. Efectivamente, Sirius Black (Gary
Oldman), antiguo secuaz de Lord Voldemort, el mayor enemigo de Harry, ha
escapado de la prisión de Azkaban y todo hace suponer que va tras el
protagonista. Es por eso que los Dementores, los guardias de Azkaban, unas
criaturas impresionantes y no precisamente amistosas, se encargarán de
custodiar Hogwarts, el colegio de magia que dirige Dumbledore. Harry volverá
a verse allí con Ron y Hermione, sus mejores amigos; Draco, su peor
compañero; los profesores, y un enigma que conecta a sus padres muertos,
Sirius Black, su nuevo profesor Remus Lupin y a él mismo en un círculo
marcado por la traición.
Básicamente, la historia de Harry Potter es un cuento de amistad y andanzas
de jóvenes que rápidamente se dan cuenta de que tienen que madurar rápido.
Cuarón actuó en consecuencia, prestando especial atención a los chicos,
mostrando sus conversaciones, ritos y rivalidades, sus preocupaciones
superficiales, sus enfrentamientos con los profesores y lo que es
verdaderamente importante: sus ligeros pero permanentes coqueteos. El
prisionero de Azkaban transcurre en una edad de despertar sexual, en la
que empieza a manifestarse cada vez mayor interés por las personas del sexo
opuesto.
Es por
eso que el director, a pesar de contar con el “dream team de la actuación
inglesa”, utiliza a los personajes adultos como simple apuntalamiento de los
chicos, que son los que importan. No hay ningún actor de prestigio que haya
ocupado el centro de la escena sólo para lucirse, lo que paradójicamente
logra actuaciones muy buenas de Michael Gambon, Gary Oldman, David Thewlis,
Alan Rickman, Emma Thompson, Maggie Smith y Julie Walters. Además, se han
potenciado las performances del trío protagónico compuesto por Daniel
Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson.
Mediante
una aparente reescritura del guión (a pesar de que lo firma oficialmente
Steve Kloves), Cuarón aporta diálogos pícaros y con un excelente timing.
También ofrece un plus en la dirección y confección de los efectos
especiales, el vestuario y el maquillaje, alcanzando una gran fluidez
narrativa y una puesta en escena más actual, superior a las de La piedra
filosofal y La cámara secreta.
Pero por
sobre todo, Cuarón no le teme a la novela y se tira a la pileta. Elimina
algunas subtramas, reformula otras, cambia acontecimientos de lugar y brinda
su propia visión de la historia. De esta manera, se aproxima al
impresionante trabajo de Peter Jackson con El señor de los anillos y
logra por momentos una obra independiente del libro escrito por J.K.
Rowling. Porque para eso está el cine, para aportar su particular mirada –en
su propio espectro– sobre el mundo.
Rodrigo Seijas
|