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JUEGOS PROHIBIDOS
(Alpha Dog)

Estados Unidos, 2006


Dirigida por Nich Cassavetes, con Bruce Willis, Ben Foster, Justin Timberlake, Sharon Stone, Emile Hirsch, Shawn Hatosy.



No debe ser nada fácil ser hijo de John Cassavetes, dedicarse a lo mismo y que ante cada estreno te digan: “no, no sos como tu viejo”. Hay algo claro: Nick no lo intenta. Aunque, por cierto, eso no lo exime de nada. Más allá de todo esto, y si bien no hay intención, sí aparecen en Juegos peligrosos indicios de querer decir algo sobre la relación padre-hijo y de cómo una institución como la familia está desintegrándose en los Estados Unidos (que es hacia donde la película mira). “En realidad se trata de los padres, se trata de cuidar a los hijos”, dice a cámara Sonny Truelove (Bruce Willis) y explicita cuál será el asunto en la película.

Acto seguido pasamos a tener como eje del relato a Johnny Truelove (Emile Hirsch), un adolescente con ínfulas de gran narcotraficante, que vive organizando fiestas para la corte de aduladores que lo venera –el muchacho, inspirado en un personaje de la vida real, tiene el encantador récord de ser el criminal más joven buscado por el FBI–. Estamos hablando de encuentros musicalizados al ritmo del hip-hop, con drogas, violencia física y sexual, y chicas ligeras. Lo que se ve es una juventud desconectada, metida en su propio mundo.

La estética MTV –que aquí campea– no es para nada inocente, y permite cierta relectura a partir de la presencia en el reparto de Justin Timberlake, ex integrante de la Boys Band N’sync y figura repetida en esa pantalla musical, aún actualmente cuando su carrera solista ha tomado caminos rítmicamente más cercanos al gospel y al funk. Es una ironía muy fina que la película ponga en su boca un diálogo en donde se burla de otro personaje porque “se quiere hacer el negro”.

Pero también el subtexto apunta a mostrar una sociedad de apariencias, que vive del engaño; de jóvenes que se creen Tony Montana cuando ni siquiera saben atarse los zapatos. Y dentro del mundo criminal, como en el cine de Kitano, asistimos a una generación en descomposición que ha perdido los códigos. El poder está descontrolado, corrompido.

Dentro de este grupo de aprendices de maleantes habrá un problema interno, alguien quedará en deuda con Johnny y, para que pague, no tienen mejor idea que secuestrarle a su hermano menor. El secuestro, obviamente, se les irá de las manos y la situación escalará hasta un clímax intenso, para comerse las uñas. Y si se llega hasta allí es porque a Cassavetes, antes que lo policial, le interesa pulir las relaciones entre los personajes, particularmente la que entabla uno de los secuestradores (Timberlake, gracioso y enérgico) y el secuestrado (acertado Anton Yelchin en su aspecto virginal). Por eso, nos preocupamos y sufrimos por ellos. Un logro absoluto en el contexto de una película que apuesta al hedonismo y la frivolidad.

El director maneja los hilos del relato con total fluidez y ligereza, y aunque puede criticársele que a veces no se sabe si celebra o cuestiona ese universo que refleja –en todo caso la ambigüedad es bienvenida–, nunca pierde de vista las tensiones y la virulencia que se respira en el aire.

Los problemas de Juegos peligrosos llegan sobre la resolución. Un hecho trágico (aunque no fortuito) cambiará las cosas y la atmósfera se pondrá pesada. Y en vez de mantenerse en el verosímil que la propia película proponía (un registro con aires de Scorsese y Tarantino), el director se empecina en convocar a la más pura realidad y allí surgen los discursos y sermones acerca de los males que se llevan a nuestros hijos.

Queda demostrado entonces cuánto más interesante es el cine cuando cuestiona y critica desde la pura representación y los códigos propios de un género, y cuán tedioso se pone cuando lo hace desde el discurso y la bajada de línea. Si primero parecía que Cassavetes ponía la cámara para que el espectador decidiera a partir de su propia conciencia, finalmente se descubre que todo estaba planteado en función de una idea preconcebida. Lo que era un interesante recorte de cierta sociedad yanqui se terminó convirtiendo en el titular de uno de esos programas sensacionalistas de la tele.

Mauricio Faliero      

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