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KILL BILL VOL. 1

Estados Unidos, 2003


Dirigida por Quentin Tarantino, con Uma Thurman, David Carradine, Lucy Liu, Daryl Hannah, Vivica Fox, Michael Madsen, Sonny Chiba, Chiaki Kuriyama, Jun Kunimura.



Debo estar medio viejo, o muy, porque Kill Bill Vol. 1 no me movió demasiados pelos. Y no me refiero a mi calvicie sino a mi clásica, tradicional o, si lo prefieren, pasada de moda predilección por el cine balanceado. Aquel que combina una buena historia con un buen guión, una buena puesta en escena, un buen montaje y, finalmente (aunque no necesariamente en este orden), una buena realización.

Y aunque Kill Bill Vol. 1 no carece de historia, ni de guión, ambos han sido reducidos a su expresión más mínima. No por casualidad sino, justamente, para privilegiar la puesta en escena, el montaje y la realización. Estos, a su vez, están absolutamente dominados por la vocación –virtualmente compulsiva– de homenajear, reciclar y regulgitar diferentes géneros (y hasta títulos muy puntuales) de las décadas del '60 y '70, empezando por el cine de artes marciales y de samurais, pero incluyendo también el animé, un formato que la industria cinematográfica oriental –y ciertos canales muy populares de la televisión por cable– lograron diseminar por los cuatro costados del planeta.

Todas esas reminiscencias están presentes, son patentes en el film, especialmente para los cinéfilos y videófilos, aunque mucho menos para el resto de los mortales. Será por eso que cierto diario argentino ha llegado a publicar una suerte de "diccionario Kill Bill", con el detalle abundante (y aun así incompleto) de las tendencias, películas y apellidos a los que remite una y otra secuencia del promocionado cuarto largometraje de Quentin Tarantino. Pero, ¿qué es lo que pasa con todas estas citas? ¿Qué es lo que queda, si las hacemos a un lado, de Kill Bill Vol. 1?

Lo que queda es la historia de La Novia, el personaje sin nombre (bien a la altura de otra cita, la del vaquero sin nombre que hacía Eastwood en cierto famoso spaghetti western) que interpreta Uma Thurman. Quien fuera integrante de una superbanda de asesinos, y a la que su ex jefe, Bill, mandó a liquidar el mismo día de su boda, cuando ella estaba embarazada de pocos meses (y del propio Bill). Y que luego de sobrevivir milagrosamente –y de suyo, increíblemente– a la masacre, pasó varios años en coma. Hasta que finalmente despertó y se levantó para hacer honor al título, es decir matar a Bill, no sin antes cobrarse la vida de todos y cada uno de sus lugartenientes. Esta historia, que surge en los primeros minutos del metraje y ya casi no se modifica en adelante, dista de ser nueva, personal y original. No es interesante ni potente. Pero de nuevo: ¿qué pasa con las citas? Porque todo lo que Kill Bill Vol. 1 tiene de original es esa catarata de citas cinéfilas, y el modo en que estas discurren.

Miren: no sólo no tengo nada en contra de las citas y los homenajes sino que amo algunos en particular. Amo cientos de citas de Hitchcock por De Palma, porque contribuyen a una narración excelsa (ya de secuencias, como la de la entrega del rescate y la del encuentro en la iglesia, en Obsesión; ya de films completos, como Doble de cuerpo y Vestida para matar). En el terreno literario (¿por qué no?), amo los homenajes a Chandler de Auster, y a Dostoievski de Arlt. Estas citas y homenajes están insertos en relatos de los que toman, y a los que infunden, fuerza. Por el contrario, las citas de Kill Bill Vol. 1 sólo pueden ser digeridas restrictivamente; al margen, incluso a contrapelo, de la película. Vamos, que se trata de una historia que no puede ser tomada en serio (que ni siquiera lo pretenda no cambia las cosas). Ya sobre el comienzo da una pista, cuando la heroína y la primera de su lista –aquella negra cuchillera eximia– interrumpen su confrontación sangrienta ante la llegada de la hijita de la segunda. ¿Nobleza oriental? Entre una negra y una rubia yanquis, de ninguna manera. Apenas una cita de la nobleza oriental. Ya después, una y mil veces, la supervivencia de la protagonista a toda clase de golpes claramente mortíferos y su superioridad sobre los ejércitos de killers confirman la premisa: no se trata de creer, ni se espera que creamos. Otra vez, y ya es la última: más allá de las citas, ¿cuál es el juego que nos propone Kill Bill Vol. 1? Mucho me temo que ninguno. O a lo sumo, dos: paladear unas coreografías alla hermanos Wachowski (por el mismísimo Yuen Woo-Ping, que las probó en The Matrix) y sumergirse en un fragmento muy bien dibujado –y dirigido– de animé (el que rastrea vida y obra de O-Ren Ishii). Parece poco para un film de casi dos horas y 55 millones de dólares de presupuesto.

Y sobre todo, para el cuarto film de un hombre como Tarantino, que además de un excelente director supo ser un gran guionista, y hasta un célebre "mejorador" (script doctor) de muchos guiones escritos por otros. (En este sentido: vuelvan por un minuto a la primera secuencia –el primer diálogo– con Hattori Hanzo. No esa que transcurre arriba, con el ritual de las espadas de por medio, sino abajo, en la rotisería. Ahí está el otro Tarantino, esa es la mejor secuencia de la película.) En fin, de ese hombre que hace diez años, con mucho menos dinero y muchas más ideas (de las buenas, digo), concretó un largometraje extraordinario que se llamó Tiempos violentos. Y que sigue siendo, por encima de esos ríos de tinta que cuanto menos hay para decir más se derraman, su mayor aporte al cine de estos tiempos.

Guillermo Ravaschino      

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