Londres, 1950.
Inglaterra ha salido de la guerra bastante maltrecha, tiene heridas que no
han cerrado aún, racionamiento, mercado negro, estrecheces; son los últimos
estertores del Imperio. Está muy lejos todavía el resurgimiento de Europa.
Allí circula Vera Drake, un personaje que pertenece al grupo de los
bienaventurados: trabajadora, servicial, generosa y positiva, Vera atraviesa
barrios ricos y pobres esparciendo la sabiduría de sus manos. Empleada de
limpieza en casas de ricos, solícita amiga que lleva una taza de té a los
enfermos, atiende con abnegación a su madre postrada, acoge a vecinos sin
familia, dedica a la propia su extremo cuidado. No acaba aquí la tarea de
Vera: algunos viernes a las 5 de la tarde, después de su tarea como
doméstica practica abortos en secreto a mujeres que, por una u otra razón,
no pueden continuar su embarazo. En movimiento perpetuo, Vera lleva todo a
cabo entonando alguna canción o con una sonrisa en sus labios.
Imelda
Staunton es la notable actriz que da carnadura y verosimilitud a esa mujer
que vive con alegría y desinterés –Vera no cobra dinero por sus
operaciones–, y la secunda un grupo parejo de actores extraordinarios. Phil
Davis, Daniel Mays, Alex Kelly y Eddie Marsan componen el retrato perfecto
de una familia de la clase media baja, con un hijo que se esfuerza para
sobresalir de su clase. Una vez más, Mike Leigh supo sacar lo mejor de sus
actores, gracias a un laborioso período de preparación conjunta,
improvisaciones y ensayos. Una serie de viñetas presenta un fresco de esa
familia y la sociedad londinense en esa época. La escena del pedido de
matrimonio a la hija, entre dos personajes fuera de serie, pasará a la
antología de las declaraciones de amor en el cine. El marido de Vera trabaja
en el taller de su hermano, a quien su esposa impulsa para crecer social y
económicamente. El espíritu puro de Vera no tiene esas ambiciones: ella y su
compañero están muy agradecidos por lo que tienen. Todo ha ido bien durante
20 años hasta que algo sale mal, entonces el destino –en este caso, toda la
fuerza represiva de una sociedad conservadora y patriarcal– cae implacable
sobre Vera. El film queda entonces dividido en dos secciones de muy distinto
tenor; si bien la segunda parte supera en intensidad dramática a la primera,
nunca alcanzará su excelencia.
La
última obra del guionista y director Mike Leigh está entre lo mejor de su
cine de realismo social, a la altura de Secretos y mentiras, La
vida es formidable y A todo o nada. El film está construido en
base a las oposiciones y paralelismos. Leigh carga un poco las tintas al
pintar el contraste entre clases sociales, cayendo en cierto maniqueísmo:
todas las escenas ambientadas en las casas donde Vera hace la limpieza están
muy iluminadas y con colores altos, mientras que la cámara fija fija filma
los cuartos de la familia Drake y de los protegidos de Vera con su típico
empapelado inglés de colores oscuros, en ambientes cerrados, pequeños,
claustrofóbicos. Incluso las mujeres para quienes trabaja Vera resultan algo
caricaturescas de tan excecrables, una característica del cine de Leigh. En
este sentido, frente a personajes unívocos y algo monolíticos, es
interesante observar la evolución de Sid, el hijo de Vera (el talentoso
Daniel Mays, a quien ya vimos en A todo o nada), una vez que conoce
las actividades de su madre. El film se toma su tiempo en mostrar también
las condiciones muy distintas en que se practica el aborto a una mujer con
dinero, quien gracias a una pequeña fortuna goza de ciertos privilegios:
sanatorio privadísimo, asepsia, médicos y enfermeras. La pobre Vera y sus
pacientes sólo cuentan con un cepillo de uñas, jabón, un rallador,
desinfectante, una toalla y una enema de goma (instrumento prohibido en
1861). Deberían transcurrir casi veinte años hasta que Londres se
convirtiera en el centro oficial al que acudían las mujeres del resto de
Europa a practicarse abortos legales y seguros. No es casual la aparición de
este film con una visión tan humanitaria hacia el aborto –pero que no
pretende constituirse en alegato– en momentos en que el fundamentalismo
redobla sus resistencias a la interrupción del embarazo.
Tenemos
el recuerdo cercano del film de Chabrol Un asunto de mujeres, en que
una madre de familia francesa practica abortos durante la ocupación nazi.
Sin embargo, frente al frío tratamiento de Chabrol, se alza la solidaridad
de Vera Drake. Gracias a la formidable actuación de Staunton podemos
creerle a Vera su ingenuidad de sorprenderse porque alguna mujer muera por
un aborto, palabra que siempre se niega a pronunciar: ella "ayuda a jóvenes
con problemas".
Josefina Sartora
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