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EL SILENCIO DE LORNA
(Le silence de Lorna)

Bélgica-Francia-Italia-Alemania, 2008



Dirigida por Jean-Pierre y Luc Dardenne, con Arta Dobroshi, Jerémie Renier, Fabricio Rongione, Alban Ukaj.



En gran medida, la importancia del cine de los hermanos Dardenne reside en su interés por mostrar el lado oscuro de esos países del Norte cohesionados y fortalecidos por el Euro (pocos directores actuales del continente se animan a lo mismo: Michael Haneke, Fatih Akin, Bruno Dumont...). Esa Europa centro-occidental que parece día a día extender y fortificar un poco más sus fronteras burocrático-aduaneras frente al resto del continente –y del mundo– que mira con recelo el estilo de vida primermundista que allí llevan. De ahí que la filmografía de estos belgas esté atravesada por personajes marginales, desesperados, en lucha constante por ser parte de un sistema que hace de la exclusión una de las bases de su status.

En esta nueva película conjunta, los Dardenne deciden seguir cámara al hombro a Lorna, una albanesa que se instala en Bélgica gracias al casamiento arreglado con un drogadicto a cambio de dinero. Pronto, Lorna (quién físicamente parece una Rosetta –protagonista del film homónimo de estos mismos hermanos– ya hecha mujer) es incitada por una mafia montada en torno de la inmigración clandestina para que deje morir a su esposo y así, una vez viuda, contraiga matrimonio nuevamente, ahora con un ruso, a cambio de más dinero. Claro que acá, como en todos los trabajos previos de los Dardenne, el verdadero conflicto que en el fondo moviliza a los personajes no es material ni mucho menos de género, sino moral. Una vez que Lorna deja morir a su marido, pasa de ser cómplice de una muerte a convertirse en otra pobre víctima de una sociedad perversa.

Movida principalmente por sentimientos de culpa y un fuerte deseo de redención, esta mujer comienza una carrera desesperada por mantener la memoria y el legado de su "esposo", drogadicto y por ende desechable para una sociedad en donde quién no produce no sirve. Por eso mismo, los primeros síntomas del embarazo psicológico que desencadena la crisis que sufre esta protagonista se dan en una escalera –símbolo de ascenso social– del local que alquila con la plata conseguida mediante su silencio y su no-accionar. Lo que permite atisbar la gran pregunta que proponen los hermanos esta vez: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para ingresar a un mejor nivel de vida?

Las virtudes con las que encaran esta problemática son comunes a sus películas anteriores La promesa, Rosetta, El hijo y El niño (salvo Rosetta, todas cubiertas por CINEISMO; ver links al pie) . A destacar, la distancia siempre prudente con que se acercan a sus personajes (en está ocasión, tratándose de una inmigrante venida de la otra Europa, deciden colocar la cámara unos metros más lejos, comunicando la incomprensión que les produce una persona de estas características), nunca juzgándolos ni sometiéndolos a caprichos; y, por otro lado, la fe depositada en la humanidad de los mismos y su capacidad para convertirse en héroes mediante acciones pequeñas pero de gran valor.

Una nueva película de un autor, para conformar una gran obra, debería mantener las constantes que lo definen y a la vez introducir variantes que produzcan crecimiento y progresión en una filmografía, en un todo. Pues bien, en El silencio de Lorna, los Dardenne se mantienen fieles a su cosmovisión a la vez que apuestan a cambios temáticos: indagan sobre las cuestiones inmigratorias, trabajan con una mujer adulta, madura y consciente de sus decisiones como protagonista (encarnada por Arta Dobroshi, una actriz que contagia fortaleza a la vez que vulnerabilidad); y también formales: un trabajo de cámara más estable, reflexivo y a la vez menos nervioso y urgente, sexo carnal e intenso, algunas notitas de música incidental sobre los títulos. Recursos, todos, que se adaptan perfectamente a la historia que deciden narrar. Así, vuelven a demostrar una vez más que en el mundo liberal, cínico y cruel en el que vivimos, el corazón todavía puede pesar más que un puñado de euros.

Juan Schmidt      

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