Una música primaveral, aunque muy nostalgiosa (como de
primaveras viejas), envuelve al comienzo de El verano de Kikujiro, el film más
cercano a la comedia de todos los de Takeshi Kitano que pudieron verse por aquí. Y no es
que sea demasiado cómico. La nostalgia, sin ir más lejos, es mucho más que un dato de
la música, y planea permanentemente sobre las imágenes. Pero el film está surcado de
gags, o sketches, y el policial, ese otro género con el que se identifica desde siempre a
este japonés, es como un guiño que se cuela cada tanto en la comedia. Al revés de lo
que ocurre en sus otras películas.
Kikujiro tal su título
original también es una road-movie, en la que un chico que se va haciendo grande se
lanza a la ruta con un grande que parece un chico (ambos en la foto). El primero es Masao
(Yusuke Sekiguchi), un niño de nueve años cuyo padre ha muerto, y que no se resigna a
ser un huérfano completo. Sabe que su madre vive, aunque muy lejos, y nada lo entusiasma
más que partir en su búsqueda. El segundo es Kikujiro, una variante del famoso personaje
que Takeshi, Beat para los amigos, viene paseando por sus películas. Una
variante extrema, se diría, ya que la comedia dramática le permite desatar del todo a
esa especie de payaso tragicómico que le conocíamos, y al que el thriller obligaba a
mantener una cuota mínima de compostura. No es el caso. Kikujiro camina como un oso
borrachín, anda siempre ensimismado, se relaciona con el mundo sobre la base de un humor
agresivo. Y no hace excepciones con los niños. Si acompaña a Masao es porque su esposa
se lo solicitó. O tal vez, claro, porque en algún costado de su corazón palpitan el
cariño y el afecto que sus caras y sus gestos incluyendo sus ya proverbiales
tics niegan.
El resultado es desparejo.
Los chistes se apoyan mayormente en el
menoscabo de los personajes que se cruzan en el camino de nuestra dupla. Los hay pelados,
gordos, viejos, tontos, y Kikujiro los agarra por ahí, adjetivando, mofándose,
insultando. "Pelado, tu cabeza me encandila", le dice a uno a poco de iniciado
el relato, en un estadio de carreras de bicicletas que es lo más parecido a los
hipódromos de nuestras pampas. Y hace reír. ¿Pero cuánto puede durar la complicidad
con esta clase de burlas? Cierto es que una fresca rebeldía las acompaña: amén de
mofarse del prójimo, Kikujiro transgrede todas y cada una de las normas que se le
presentan. Pisa el césped, hurta en tiendas, deja cuentas sin pagar, se roba un taxi al
que apenas consigue hacer avanzar unos metros. Como si fuese un niño... pero no lo es
(Beat cuenta ya 52 abriles). De aquí surge aquella nostalgia que de tanto en tanto se
apodera de la narración, siempre acunada por los acordes melancólicos. Volviendo a los
chistes, algunos se desgastan por lo reiterados y otros, por lo indiscriminados. Es
gracioso que Takeshi se ponga a pescar pececitos de colores en el estanque de un hotel
cinco estrellas; que le robe el sandwich a un obrero, no tanto.
La presencia de Kitano en Kikujiro
no es menos esencial que en cualquiera de sus otros films, aunque por momentos resulta
opresiva, casi excluyente. Obturando a la del chico (Yusuke Sekiguchi no está nada mal) y
al resto de los personajes, entre los cuales destaca un par de motoqueros muy
simpáticos (que si no fueran orientales parecerían transplantados de alguna película de
Alex de la Iglesia). Lástima que unos y otros deban agacharse tanto, y tantas veces, para
potenciar las ocurrencias del protagonista.
Guillermo Ravaschino
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