Esta
sexta edición del Festival Internacional de Cine de Buenos Aires trajo
innumerables sorpresas y unas cuantas novedades. Por suerte, si hay algo
predecible alrededor de este festival es que siempre ofrece algo nuevo para
ver. Pero a pesar de ser golpeados año a año con este shock de
novedad hay algo que permanece invariable en este evento cultural. Se trata
de la construcción del festival como lugar de resistencia. Resistencia
contra el circuito comercial de exhibición de films (distribución),
resistencia contra la homogeneidad cultural (ciertas estéticas propias del
cine comercial) y resistencia contra hábitos espectatoriales
fuertemente arraigados. No se trata solamente de consumir otro tipo
de cine (frase que recuerda un poco el institucional de este año: “es cine,
es otro cine”) sino de consumirlo de distinta manera. Una película en un
festival ya no es meramente una película sino que es una película a la cual
se le ha provocado un diálogo con otras, ya fueren de su misma sección o de
otras, pero en general se trata de un diálogo que responde a cierto criterio
de selección de los programadores. Es una película a la que se le suma algo
más, que podemos llamar un plus de sentido.
Y por otro lado, se trata de
películas que vienen acompañadas de sus realizadores (en un gran número de
casos), lo cual también genera una forma diferente de encontrarse con ellas.
Por tanto, lo que hay siempre en un festival es diálogo.
Ahora sí
nos toca pasar revista a algunas de las innovaciones que trajo aparejadas
este evento.
Cambios a la hora de programar
A las tres secciones
"premiables" tradicionales (Competencia de Largometrajes, Competencia de
Cortometrajes y Lo Nuevo de lo Nuevo), se suma este año una sección
especial: Derechos Humanos. La misma, armada exclusivamente sobre la base de
material ya existente en otras secciones, se programó en forma conjunta con
la Subsecretaría de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires y Human Rights Watch. Esta última es una organización internacional
con 25 años de existencia, dedicada a la protección y defensa de los
derechos humanos. Se trata de un proyecto que tiene como objetivo sobrepasar
la investigación sobre la violación de derechos humanos para acceder a un
campo más vasto. En otros términos, se trata de llegar al espectador a
través de la exhibición de films vinculados con el tema. Pero dado que esta
temática es demasiado amplia, el leit motiv de la programación fue,
por un lado, los conflictos con el Estado, y por otro, posicionar este
material como un medio de difusión que funciona a contracorriente de los
clásicos medios de comunicación. El premio fue para el film francés S21:
The Khmer Rouge Killing Machine de Rithy Panh y la mención especial para
Route 181, Fragments Of A Journey In Palestine-Israel, de Eyal Sivan
y Mitchel Khleifi, una coproducción entre Francia, Bélgica, Alemania y el
Reino Unido.
Por su
lado, Lo Nuevo de lo Nuevo presentó un giro respecto de otros años.
Tradicionalmente se trataba de una sección que aglutinaba, sin demasiado
criterio prestablecido, buena parte de la producción local más reciente.
Este año, en cambio, la programación se centró en la búsqueda de material
que versara sobre modelos alternativos tanto estéticos como de producción y
difusión. Aunque la favorita –según rumores de pasillo–
fue Los muertos, segundo largometraje de Lisandro Alonso, el premio
fue para Una de dos de Alejo Hernán Taube, y se otorgó una mención
especial a La quimera de los héroes de Daniel Rosenfeld, un film que,
sin salirse del género documental, sabe hacer uso de una gran cantidad de
elementos de ficción presentando a un contradictorio personaje "real".
Hay una
novedad más respecto de otros años que llama la atención. La tradicional
sección Panorama fue sustituida por la de Mundos, la cual se divide en tres,
Espacios, Prácticas y Sujetos, cada una de las cuales, a su vez, se
subdivide en unas cuantas más (que no transcribiremos acá para no abrumar a
quien lee estas líneas). Así transcripto, el esquema podría dar la falsa
impresión de que peca de un exceso de orden que atenta contra la orientación
del espectador. Tal vez sea cierto, pero el cambio de nombre –Panorama por
Mundos–
responde a un giro conceptual interesante. Ya no se trata de traer films que
exhiben un cierto panorama de las cinematografías del mundo sino de mostrar
los mundos que el cine representa. La intención es radicalmente opuesta. Se
pasa de mostrar que es lo que el mundo está produciendo... a mostrar cómo el
cine representa (reproduce) al mundo.
Competencia de Largometrajes: un trabajo sobre la
construcción de la trama
Intentar trazar un
eje de lectura que permita agrupar los dieciséis films inscriptos en esta
sección parece, a simple vista, imposible. Pero como señalamos más arriba,
los films dialogan y en ese cruce van surgiendo algunas conclusiones, aunque
sólo sean hipotéticas. Así notamos, en gran parte del material, una
preocupación por la construcción de la narración cinematográfica que se
manifiesta gracias a cierto interés por las omisiones, lagunas, o
simplemente se infiere por las elecciones estéticas tomadas.
Los casos
más paradigmáticos en este sentido son Parapalos (tercer largometraje
de Ana Poliak, que obtuvo el premio a Mejor Película, y del cual hablaremos
más adelante) e Invisible Light, el film surcoreano de Gina Kim,
alumna de James Benning (cuya trilogía sobre California pudo verse durante
el festival).
Invisible Light se
presenta como un raro ensayo narrativo donde podemos vislumbrar dos niveles
de narración. El primero se centra en dos historias de mujeres, aunque más
que historias se trata de una plasmación de estados. Es decir, el film se
niega a hacer avanzar la acción para regodearse en el plano secuencia.
Paradójicamente, Gina Kim elige una estructura muy particular para montar
estos estados, y aquí ya estamos en el segundo nivel. La primera historia se
ubica en un estadio anterior a un supuesto "momento cero" de la narración.
Los carteles que se entrevén desde el comienzo dan cuenta de ello: -5, -4,
-3, -2, -1, 0. Cada uno de ellos corresponde a un día en la vida de la
protagonista. Pero, una vez alcanzado el estado cero, el film avanza hacia
otro mucho más alejado en el tiempo. Lo que resta irá del +58 al +63 y se
concentrará en la segunda historia exclusivamente. ¿Pero qué clase de
estructura es esta? A nuestro entender, el segundo nivel se ubica en una
suerte de plano reflexivo respecto del cine. Se trata de evidenciar una
estructura narrativa que, al mismo tiempo, y de un modo nada arbitrario, se
decide esconder. O más que esconder, exhibirla escindida. Y justamente este
blanco –o negro–
narrativo es la luz invisible a la que apela el titulo del film.
Otro caso
en el cual se evidencia la estructura narrativa, aunque los mecanismos
difieren enormemente, es el de Struggle de Ruth Mader. Este film
austríaco es sin duda un film tramposo. La directora construye una narración
en extremo prolija estructurada en cuatro partes. Un prólogo, con personajes
que no pertenecen a la/s historia/s en cuestión (una anciana arroja su
orina, contenida en una pelela, a quien suponemos es su médica). Luego
suceden dos partes: la primera es la historia de Ewa la polaca, quien viaja
con su hija pasando por todo tipo de trabajos inhumanos a cambio de unas
monedas, y la otra se centra en la historia de un agente inmobiliario
divorciado que vive en la ciudad de Viena y quien busca satisfacción sexual
a través de prácticas poco convencionales. A estas tres secciones se suma un
epílogo que convoca a ambos personajes en una suerte de relación idílica. En
este ejercicio se sacrifica, entre otras cosas, el discurso edificado hasta
el momento. Es decir: el film nos convence crudamente de los malestares
existenciales de Ewa para, una vez terminada la narración, desmentirlos,
presentando un cuadro de familia ideal. Hay un trabajo sobre la puesta pero
solo se evidencia hacia el final. La metáfora más clara al respecto es la
representación de títeres que la nueva familia observa como plano final.
Esto es sólo una puesta, parece decirnos.
En una
dimensión mucho más fantasiosa se ubican All Tomorrow´s Parties de Yu
Lik-wai (Hong Kong) (aunque no por ello carece de un fuerte contenido
político y social respecto de los abusos de poder) y el film francés Le
Monde Vivant de Eugene Green. Este último tiene una estructura propia
del cuento de hadas: un caballero acompañado de su fiel león intenta
rescatar a una damisela, quien se encuentra secuestrada por un maléfico ogro
comeniños. Pero lo que más llama la atención no es que se trate de un cuento
de hadas sino que el mismo se encuentra despojado de todo tipo de artificios
o elementos que colaboren a esa puesta en escena. La misma apuesta a una
referencialidad mínima, en la cual los personajes se reconocen por pequeños
indicios y elementos. Así, lo único que transforma a un hombre en caballero
es su espada, lo único que convierte a un perro "golden retriever" en león
es su rugido y lo único que permite identificar a un conejo como elefante
bebé es su color gris.
Por otro
lado, el film apuesta a la fuerza de la palabra. El diálogo se ubica en
primer plano convirtiendo a la imagen en un mero acompañamiento. Y aquí
radica el sentido de este inusual film. Las acciones –muertes, vueltas a la
vida, rescates y demás–
sólo dependen de la palabra. Es ella la que produce cambios; la palabra es
acción. Así el film reflexiona sobre la construcción de la narración
cinematográfica tomando como excusa la tradicional construcción del cuento
de hadas y, a la vez, su subversión.
Aunque muy
alejado del gusto personal de quien escribe, el film singapurense 15
(Fifteen), de Royston Tan (ganador del premio a Mejor Director),
también se inscribe en el trabajo sobre la construcción narrativa que
venimos comentando y que aquí se grafica a través de los intertítulos que
dividen las secuencias y/o escenas. El realizador se permite trabajar con
tres o cuatro estéticas simultáneamente en una sola narración: el videoclip,
el videojuego, el lenguaje televisivo en general, y podemos incluir una
estética cruda al mejor estilo de los documentales de Animal Planet. Por un
lado, Tan nos somete a ser testigos de esta (auto)flagelación (cuerpos
tatuados, perforados, tajados, intoxicados y demás) y por otro, el film se
niega a progresar de forma lineal como si cometiera una injusticia dando más
cámara a uno de los protagonistas adolescentes. Los roles se intercambian y
en este rompecabezas cada uno tendrá su espacio para flagelarse a gusto, o
en tal caso a su compañero de turno. Un virtuoso ejercicio de enunciación.
Por último,
una problemática se hace presente en algunos de los films competitivos. Se
trata de la difusa división entre ficción y realidad. Un ejemplo claro lo
encontramos en The Story Of The Weeping Camel del mongol Byambasuren
Davan y el italiano Luigi Falorni. En este film resulta difícil discernir si
se trata de un registro propio del documental antropológico o, en cambio,
una ficción fantasiosa en la cual un camello recién nacido y su madre, quien
lo rechaza luego de un parto dificultoso, ocupan el centro de todas las
miradas. Sin duda se trata de un hallazgo en el marco de la sección
competitiva, a pesar de haber obtenido únicamente una mención de la
organización católica Signis y de haber sido elegido Mejor Película
Extranjera por el público. Como se verá en el próximo apartado, Parapalos
también trabaja sobre la ambigüedad entre lo real y la ficcionalización.
Films argentinos: entre la realidad y la ficción
Parapalos
muestra, más que narra, la vida cotidiana de quienes ejercían el oficio de
“parapalos” en los locales de bowling antes de su sustitución por las
máquinas. Se trata, como dijimos anteriormente, de un film que trabaja sobre
el limite entre el registro del acontecimiento "real" (documento) y la
construcción de una trama que toma sus referentes de la "realidad"
(ficción). En parte sigue la línea de La libertad de Lisandro Alonso
(aunque de manera menos efectiva); es decir de cierta tendencia que
podríamos denominar "el achicamiento del fuera de campo" o, en otros
términos, "el ensanchamiento de lo visible", tendencia que también abordan
los reality shows aunque con
intenciones radicalmente distintas. Pero Ana Poliak pone el acento en el
centro de la cuestión. Resulta paradójico que su estética siga esta
tendencia de la desaparición del fuera de campo (todo se torna visible y en
tiempo real), teniendo en cuenta que su temática se ubica enteramente en un
trabajo con lo existente fuera de la escena (el espacio de desempeño
de los parapalos). Aunque hay una reflexión sobre el fuera de campo real en
términos de espacio humano marginal, no hay reflexión consciente respecto
del lugar que ocupa hoy el fuera de campo cinematográfico.
En una
línea antagónica, con fuerte impronta de trama ficcional, se ubica el otro
film argentino de la sección. Se trata de la ópera prima de Enrique Piñeyro,
Whisky Romeo Zulu, que retrata los avatares previos al accidente
aeronáutico de la empresa LAPA ocurrido en agosto de 1999. El realizador,
que además protagoniza el film, fue también protagonista del suceso real.
Enrique Piñeyro es ex comandante de la empresa LAPA y fue el testigo clave
de la fiscalía dado que fue el único –los lectores recordarán la carta
publicada en el New York Times–
que denunció la negligencia de la empresa con anterioridad al accidente. Si
bien es harto común que un director se dirija a sí mismo en una película, no
lo es (aunque existen algunos casos en la historia del cine) que un
realizador se filme a sí mismo en un suceso real del que formó parte. Más
común sería que un director se filmase a sí mismo en un suceso cualquiera al
azar, pero no reconstruido. Y mucho más difícil es encontrar esta misma
modalidad enmarcada no sólo en un caso real sino además judicial y de
dominio público. Aunque se trata de un film de ficción, es un relato que
coquetea permanentemente con la idea de "lo real" y de alguna manera burla
todos los verosímiles codificados hasta el momento. Esto es así puesto que
nos obliga como espectadores a "creer" ciegamente, no al film (lo cual
sucede siempre que nos sentamos en la butaca) sino a lo real contado porque
Piñeyro estuvo ahí y porque esas palabras fueron dichas a él, y porque esas
imágenes, ahora reconstruidas para la cámara, han sido producidas por la
vida misma. ¿Y
cómo no creer a Piñeyro luego de lo acontecido? No sólo en nombre de los 67
muertos en la tragedia sino de las conclusiones obtenidas durante el proceso
judicial. En definitiva, es el único personaje bueno
–real y ficticio–
de esta historia. A pesar de ello, y al igual que Struggle, este es
un film tramposo y por demás peligroso, cinematográficamente hablando,
porque aunque sea una obviedad, el cine no es la realidad y pretender
sustituir estos términos trae aparejadas ciertas consecuencias. Cabe
reflexionar por qué Piñeyro optó por la ficción y no el documental –él más
que nadie tiene una infinidad de fuentes y registros del acontecimiento–.
Por qué hacer de Whisky Romeo Zulu una representación y no una
construcción narrativa de corte documental con su impronta enunciativa. Sin
duda, hubiera sido un film más interesante, con más voces aunque, tal vez,
más alejado de la audiencia.
Hasta la próxima edición
Escapar de
las clásicas películas "de festivales", traer films que aún no tienen acceso
a nuestra cartelera comercial u ofrecer material de directores poco
consagrados siempre implica correr ciertos riesgos. Con algunos altibajos,
podemos señalar que el resultado fue bastante bueno y muchos de los films
exhibidos, una auténtica sorpresa. Queda en pie, y muy alta, la expectativa
para el año entrante.
Silvina Rival
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