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8º Bafici (2006)


Secciones Oficiales


SECCION OFICIAL INTERNACIONAL
Agua (Argentina-Francia, 2006). Verónica Chen la emprende con un mundo poco explorado. El de la natación, con sus deportistas obsesionados con el cronómetro y la meta, que nadan sin parar, buscando superarse a sí mismos, forzando el físico al máximo. Como unos cuantos cineastas argentinos, Chen alcanza aquí un gran nivel en los rubros técnicos. Pero con eso no alcanza. Porque los diálogos son torpes en muchos casos, las actuaciones desparejas y la voz en off funciona sólo de a ratos: en algunas ocasiones transmite con precisión y poesía las sensaciones de los protagonistas; en otras redunda en lo ya visto. Un film que no consigue elevarse por sobre la medianía. Rodrigo Seijas

Alma mater (Uruguay, 2005. Dirigida por Alvaro Buela). Completamente apartado del registro que se viene observando en el “nuevo cine latinoamericano”, este film uruguayo practica un naturalismo extraño mezclado con un realismo mágico desbordado. Pamela, una treintañera cajera de supermercado, tímida, retraída, virgen, se hallará siguiendo, casi sin saberlo, el camino de la Virgen María. Repitiendo en Montevideo una concepción milagrosa en pleno siglo XXI, cambiando una iglesia de tipo evangelista por la ayuda desinteresada de una travesti (puro clisé). Si el riesgo que el film asume es valorable, no lo son sus resultados. La película se toma tan en serio lo que cuenta (y lo que cuenta es tan inverosímil) que el asunto empieza a hacer agua tempranamente. Salvo dos o tres momentos de buscada y lograda comicidad, la trama entrega otros (demasiados) que provocan risas involuntarias y vergüenza ajena. Actuaciones desfasadas, un guión que derrapa sin remedio en absurdos jamás pretendidos, incoherencias, fallidas construcciones de personajes, un misterio místico de ribetes estereotipados y una producción que derrocha dinero digno de mejores causas. Javier Luzi

Black Brush (Hungría, 2005. Dirigida por Roland Vranik). Esta comedia húngara le debe mucho en tema y estética al llamado “nuevo cine argentino”. Filmada en blanco y negro, Black Brush sigue el derrotero de unos (no tan) jóvenes en una jornada extraña, muy particular. Deshollinadores de medio tiempo y fumadores de porro de tiempo completo, su transcurrir es un tránsito por asuntos que les resultan pasmosamente indiferentes. Una cabra productora de drogas especiales, un billete de lotería ganador a recuperar, un grupo de harekrishnas con un status económico envidiable, un jefe que pretende que sus empleados terminen a tiempo con el trabajo, un padre golpeado por sus hijos serán las estaciones a atravesar que en un sinfín de absurdos encadenados (obra de un guión aceitado, aunque no puede ocultar su cálculo) provocarán algunas sonrisas y menos reflexiones. La abulia y el desgano que caracterizan a los personajes acaban tiñendo de morosidad y lentitud el ritmo del film, que se alarga innecesariamente o al menos provoca esa sensación a pesar de sus escasos 80 minutos. Javier Luzi

En el hoyo (México, 2005. Dirigida por Juan Carlos Rulfo). Mediante un cartel al inicio de su documental, Juan Carlos Rulfo deja bien en claro de qué se vale para organizarlo. La construcción de un segundo piso en “El Periférico” –una autopista que circunvala al enorme Distrito Federal mexicano– y los obreros que la llevan adelante serán entonces locación y actores respectivamente. Así también, ya en el arranque aparecen los vicios centrales del film: la literalidad y la superficialidad. Una edición que intenta confundir la velocidad y (pos)modernidad del videoclip con agilidad narrativa; una estructura de programa de investigación televisivo pero sin denuncia; un trabajo ensordecedor con el sonido que es menos búsqueda de verosimilitud que una forma del aturdimiento; los testimonios a cámara que reviven los prejuicios que un consumista y progresista público burgués profesa sobre el grupo social retratado. Estos son los elementos y las formas de un “estudio de campo” que nada tiene de sociológico y mucho de mirada condescendiente y paternalista; que apenas busca, y a cualquier precio, la complicidad risueña del espectador medio. Dos botones de muestra: el trazo grueso de la recurrencia a la sexualidad casi primaria como guarangada soez y chiste fácil, y la mostración de la incompetencia ante la tecnología –el manejo de celulares–. Con la puesta en escena que se baraja, ¿qué reflexión puede esto habilitar?

Nada profunda, de vuelo rasante, de exportación, políticamente correcta, la postura del director queda expuesta en el admirado, y gastadamente citado por los críticos, larguísimo plano secuencia final como la metáfora que mejor la representa: una toma desde arriba y rápida. Cualquier comparación con el notable En construcción de José Luis Guerín resulta impropia. Javier Luzi

First On The Moon (Rusia, 2005. Dirigida por Aleksey Fedorchenko). Falso documental sobre los primeros astronautas rusos que puede verse como una versión en clave de comedia de Los elegidos de Phillip Kaufman. Claro que su humor no está basado en el chiste fácil, sino en el cruce de diversos registros audiovisuales y la parodia de los mecanismos propios del cine de no ficción. Testimonios a cámara, una voz en off trabajadamente neutra, presunto material fílmico de la KGB y noticieros de la época componen un mosaico que tiene, además, la virtud de transmitirnos una sensación de aventura propia de un tiempo en el que este planeta todavía guardaba secretos. El fracaso del proyecto y la desaparición de su comandante acentúan este hecho y terminan por confirmar que la ficción puede construirse con infinidad de materiales, y también confirma la necesidad de que quienes la urden crean verdaderamente en ella para que funcione. Marcos Vieytes

La leyenda del tiempo (España, 2005. Dirigida por Isaki Lacuesta). El director Isaki Lacuesta va tejiendo redes que vinculan de forma inesperada a un famoso cantaor, una japonesa aspirante a serlo y un joven con un gran potencial pero que se niega a recorrer ese camino porque el luto por la muerte de su padre le impide sacar a relucir sus habilidades. Los cuerpos se unen, en una bella danza espacio-temporal. Hay casualidades que no pueden etiquetarse de esa manera, parece decirnos el director. El mejor film, a mi gusto, de la Sección Oficial Internacional. Rodrigo Seijas

La perrera (Uruguay-Argentina-España, 2005. Dirigida por Manuel Nieto). David, un típico joven de estos tiempos (menos real que estereotipo cinematográfico), desganado, sin rumbo ni deseos “proyectivos” de vida, construye una casa en suburbio de Rocha, mientras recibe tanto la ayuda como los insultos de unos albañiles poco profesionales y vecinos suyos del lugar, oye los gritos de su padre (las veces que éste llega al hogar acompañado de su nueva mujer), espera el regreso de una joven que ha conocido y se ha marchado a Montevideo y charla con un amigo fumado y asocial.

A La perrera no se le pueden negar el manejo publicitario ni un trabajo de lobby muy aceitado. Reciente ganadora del festival de Rotterdam, llegó a Bafici precedida de enormes expectativas. Que no pudo saciar, como tampoco demostrar ninguno de los supuestos méritos que le acreditan. El guión, que pretende con dos pinceladas o cambios de caracterización dar cuenta del paso del tiempo, no lo consigue; los saltos temporales sólo evidencian poco más que desprolijidades de continuidad y montaje. Además, busca claramente ganarse el favor del público juvenil con trazos gruesos, chistes piolas, imágenes identificatorias llenas de lugares comunes y frases hechas, acercamientos a temas de onda transmitidos de forma cool (sexo, drogas, pornografía, amistad) que no pasan de superficialidades o puros esquematismos carentes de reflexión, fuertemente dependientes de la coyuntura.

Las escenas se suceden acumulando repeticiones que, en lugar de imponer reclamadas tensiones, agobian, y las elipsis son agujeros negros que todo lo devoran: trama, credibilidad, verosimiltud, cohesión y coherencia. La melancolía que dicen va tiñendo el final es aburrimiento. Previsible y maniquea. Conservadora al fin (qué otra cosa se puede decir de un film que para construir humor precisa de una mujer gorda mal teñida de rubio, o de un gay amanerado al estilo película de Sofovich de los ’80). Indolente, homologando en la puesta y en la resolución de las acciones un concurso de escupidas con la violación en patota de un homosexual. No bajar línea no equivale a no emitir juicio sobre nada. Javier Luzi

La sagrada familia (Chile-España, 2005. Dirigida por Sebastián Campos). Una Pascua muy especial para una familia chilena acomodada. Refugiado en su casa de verano frente al mar, un matrimonio culto y religioso recibe por primera vez a la novia de su hijo Marcos. La chica es algo mayor, estudiante de teatro y resueltamente –cuanto menos a primera vista– liberada. Marcos, que llega con ella, aprenderá en esos días que crecer no es sencillo.

Filmada en digital y con cámara en mano, producto de una improvisación actoral (muy bien resuelta) más que de un guión cerrado y dividida en tres partes (“Viernes Santo”, “Sábado de Gloria” y “Domingo de Resurrección”), esta película aprovecha el conocido tema de los encuentros familiares y las tensiones y peleas que se generan para pintar un mundo actual donde los valores religiosos son una pátina superficial (costumbre para los católicos, fantochada para los new age), el autoritarismo paterno sigue en pie (oculto tras una máscara de madurez y profesionalismo) y las apariencias importan y mucho. Para los mayores, la juventud excita; para los jóvenes, las drogas son casi la única forma de ampliar la sensibilidad. “Todo vale lo mismo”, se oye por ahí y eso queda bien expuesto en las mentiras, los cruces, la idea del hombre fuerte, la burla a las creencias de los otros y a los Otros mismos, la exposición de la sexualidad ajena, la prepotencia del saber, la (in)seguridad del sensible.

El protagonista renquea, producto de un accidente de auto provocado por un acto de irresponsabilidad de su novia (algún tufillo de misoginia se cuela tras el velo de ese rol de femme fatale) disfrazado de canchereada. Esa lesión que lo limita temporariamente es una cabal metáfora del hoy que atraviesa. La construcción de los personajes excede el estereotipo y consigue dar cuenta del camino que recorren. Javier Luzi

Les Etats Nordiques (Canadá, 2005. Dirigida por Denis Coté). Algunos han dicho que es la típica película independiente. Vale decir que se asume a sí misma como una producción que debe repetir ciertos rasgos típicos ya cristalizados para obtener favor y prestigio. Yo les cuento lo que vi: un hijo que mata a su madre ya en coma y emprende un viaje en auto a ninguna parte mientras el director lo registra con cámara en mano, imagen granulada y total ausencia de énfasis, lo cual no es necesariamente una virtud. A veces me pregunto si algunos no truecan el chantaje sentimental por el intelectual, perdiendo en el camino todo rastro de emotividad. Lo cierto es que más o menos a los quince minutos de película el protagonista llega al hotel de una lejana población fabril y paga dos noches. Medio minuto después duda, y paga una noche más. Entonces sentí que debía irme de la sala. Aún estoy reprochándome no haberlo hecho. Marcos Vieytes

Lo más bonito y mis mejores años (Bolivia, 2005. Dirigida por Martín Boulocq). La cinematografía de Bolivia se caracteriza por una producción tan escasa que cualquier aporte de esa procedencia genera, ya per se, cierto interés. Años atrás Dependencia sexual se presentó como un producto que aprovechando las locaciones bolivianas se jugaba por una forma completamente deudora del mainstream yanqui con toques modernosos de reconocible estética pero superficiales, y abrió la brecha para trocar las denuncias y retratos populares por un reflejo de las clase medias-altas urbanas. Lo más bonito y mis mejores años consigue aunar ambas vertientes, y sale más airosa del trance.

Berto es tímido, virgen y bastante formal; está en procura de vender su auto para obtener el dinero que le permita comprarse un pasaje a Europa. Víctor es el ganador, pagado de sí mismo y verborrágico. Ambos amigos compartirán esos días que además les devuelven la presencia de Camila, una ex del canchero, pura adrenalina y liberada fémina.

A pesar de que al comienzo la película se recuesta sobre el trazo grueso y archiconocido de las relaciones de amistad adolescentes masculinas (aunque en este caso un poco sobrepasados de edad), y esto significa guarangadas, escatología, sexualidad más o menos explícita; o sobre una estética completamente deudora de Wong Kar-wai (la fotografía en tonos azulados o tierras, los ralentis y movimientos de cámara, la banda sonora y su uso narrativo), a medida que nos adentramos en el relato los manierismos se empiezan a justificar, o se reencuentran con la sutileza. Así como el personaje femenino adopta una actitud no demasiado habitual en el cine latinoamericano (la aceptación de los deseos propios), los masculinos muestran aristas de sensibilidad y afecto poco comunes. Algún toque de melancolía se cuela inteligentemente y, más allá de sus problemas (actuaciones, repetición innecesaria de situaciones, cierto montaje fallido, alguna elipsis de guión que desorienta o confunde, facilismos), el film trasunta dignidad. Javier Luzi

Los próximos pasados (Argentina, 2006. Dirigida por Lorena Muñoz). La codirectora del maravilloso documental Yo no sé que me han hecho tus ojos vuelve al ruedo con otra indagación sobre el pasado cultural del país y, al hacerlo, también habla de un presente eterno. Entre 1933 y 1934, el famoso pintor mexicano Siqueiros estuvo en el país y, entre fiestas y reuniones, pintó un mural en una casa de la localidad de Don Torcuato que pertenecía a Natalio Botana, el no menos famoso –al menos por entonces– director del diario “Crítica”. Las vueltas del destino y de la riqueza en la Argentina hicieron que hoy el lugar donde estaba enclavada esa fastuosa casona sea un páramo (con un minarete como único testigo en pie de ese tiempo ido) y que la obra de arte se encuentre estacionada, ya desde hace varios años, y dividida en partes en containers. De cómo se inició todo y de la actualidad da cuenta este documental que Muñoz lleva adelante con mano segura y valiéndose de un montaje dinámico, muchas veces poético (los saltos temporales dentro de un mismo espacio son todo un hallazgo).

El largo también se plantea como el desarrollo de una investigación que prepara la aparición de lo nombrado, creando un aura de misterio que remite al de la opera prima referida. Testimonios, fotos y filmaciones de archivos públicos y privados, la recurrencia al cine como fuente de recuperación de lo perdido, procuran dar cuerpo a la leyenda o al mito, viejos chismes que ya son historia en la que se entreveran Lorca, Neruda, Spilimbergo, Castagnino, Berni, sobre un mural que además de sí mismo habla del escaso interés imperante en lo que a conservación del patrimonio cultural respecta. La reconstrucción del mural es toda una (otra) obra de arte, que cierra el film al compás de una melodía cadenciosa que también ha sabido acompañarnos durante todo el metraje. Javier Luzi

Pavee Lackeen: A Traveller Girl (Irlanda, 2005. Dirigida por Perry Ogden). El director convivió un tiempo con unos pavee lackeen (especie de nómadas que viven en la calle en unas casas rodantes, en condiciones cuanto menos precarias) en Irlanda y a partir de esa experiencia forjó esta película que se presenta con una crudeza impresionante, mezclando técnicas de documental y de ficción, borrando la frontera lábil que marca la, a esta altura, caída división de “formatos”. Con una sencillez apabullante y sin recurrir en ningún momento a los previsibles golpes bajos a los que semejante historia se prestaba, el film se despacha con un encadenamiento de situaciones que muestran la vida cotidiana de una madre iletrada y sus hijos (son diez, pero sólo aparecen en escena cuatro o cinco) a la buena de Dios, o mejor dicho de las manos caritativas de la Asistencia Social, personificada en mujeres comprensivas y misericordiosas que se van en promesas y no tienen empacho en pavonearse con sus mejores galas, o de la escuela como ejemplo de formación de modelos que raramente se pueden sostener en el mundo real. Siempre a través de una cámara que no exagera la miseria, ni se regodea en ella, ni busca crear un panfleto ni producir un análisis didáctico-filosófico. Un film conmovedor, sin concesiones, que troca la queja pasiva y lastimosa por la cotidianidad que obliga a levantarse y seguir a pesar de todo, disfrutando de lo que se tiene y proyectando el futuro. Winnie, la pequeña protagonista, es todo un hallazgo, y el elenco de no actores se impone como un espejo que nos reubica en nuestra necedad, nuestra indiferencia y nuestra falta de tino en tantos pequeños actos que llevamos a cabo en nuestras cómodas vidas. Deslumbrante, dolorosa y necesaria. Javier Luzi

Reflections (Taiwan, 2005. Dirigida por Yao Hung-i). Esta película es el debut en el largometraje de Yao Hung-i, asistente de dirección de Hou Hsiao-hsien. La trama relata la historia de un triángulo amoroso entre una pareja de muchachas jóvenes, artistas del under taiwanés (fotografía, modelaje, canto) que parecen vivir su mejor momento de amor, y un joven con problemas depresivos y sin trabajo, amigo de una de ellas, cuya presencia forzará los cambios y la posición que cada uno de los participantes asumirá en tal figura romántica. Si todo esto le suena conocido o ya visto no se ha equivocado; cierta monotonía disfrazada de tragedia no consigue diferenciar a esta propuesta de otras muchas de este tipo. Sí se impone una fotografía de gran belleza (virando de los azules al grano muy grueso, pero siempre con preeminencia de los fuertes y puros colores pop), y se rescatan buenas actuaciones y una interesante banda de sonido. Párrafo aparte para la fuerza poética y visual que alcanzan las últimas escenas entre mareas que suben y muelles que desaparecen, mientras los roles que los personajes han sostenido durante el film, ahora en profunda tensión, denotan un quiebre definitivo sin palabras. Javier Luzi

Sangre (México-Francia, 2004. Dirigida por Amat Escalante). Un matrimonio conformado por un hombre, empleado de un museo, apocado y gris y una camarera de un restaurante chino, pasa sus horas entre el trabajo, la telenovela diaria y el sexo como un trámite a cumplir obligadamente. Una vida monótona que sin embargo es algo así como la (o su) felicidad. Hasta que la hija del primer matrimonio de él hace su aparición y reclama un espacio en la casa paterna. Los cambios sustanciales que la decisión de la joven conlleva serán resueltos con la misma “naturalidad” de todas las demás acciones.

Escalante, el director de esta opera prima, fue asistente de Carlos Reygadas y se le nota la filiación con inocultable evidencia. A decir verdad al cine mexicano en general –o por lo menos al que se pasea por los festivales– se lo nota cada vez más ceñido a esas líneas de producción en oposición a un, por ejemplo, Ripstein. Los planos largos y/o fijos que pretenden dar cuenta del tedio y la naturaleza mecánica y repetitiva de esos actos-forma-de-vida son en realidad los transmisores de un aburrimiento mortal para el espectador, mientras que muchas de las puestas en escena o son vacías o tampoco aportan más que la mirada desde arriba de el creador sobre sus personajes (otra característica de su mentor), y la burla empequeñece cualquier otra intención (si es que existiere). Hay escenas imposibles desde el punto de vista de la lógica del relato y de la resolución estética y moral que presuponen. Los tramos sexuales son como el guiño de un adolescente en estado de excitación permanente. Del melodrama está la cáscara vacía: actuaciones externas, nada de empatía, poco interés en las criaturas que viven sus miserias –a lo sumo– como en un deslucido culebrón. Javier Luzi

The Shoe Fairy (Taiwan, 2005. Dirigida por Lee Yun-chan). Como un cuento de hadas se presenta este film taiwanés que recurre a la ternura y la esperanza. Dodo ama los zapatos y tiene muchísimos, de todos los colores y materiales, aun los menos imaginados. Trabaja como contadora (y chica para todos los mandados) en una editorial de libros cuyo jefe es afecto a los origamis. Cuando la necesidad la lleve al dentista encontrará al príncipe azul de sus sueños. Se casarán y serán felices para siempre, a pesar de ciertos hechos trágicos que parecen muy capaces de acabar con todo. ¿Qué es la felicidad?, ¿cómo se obtiene?, ¿cuánto dura? se plantean los personajes. Y sus vidas serán una especie de respuesta a tales interrogantes.

Filmada con una luz apastelada que todo lo dulcifica, con decorados de cuentos de hadas, colores saturados y elementos completamente kitsch (desde los mismos zapatos hasta los empapelados y los típicos objetos decorativos de vidrios coloridos), rosas y velos, tules y volados en cortinas y vestidos, la inocencia que destila la puesta en escena y el guión es una barrera que sólo podrán atravesar los que quieran y se animen. Llena de referencias a los cuentos infantiles (“La sirenita”, “El principito”, “Alicia”, “La vendedora de fósforos”, “El príncipe feliz”) y sin temor al ridículo ni al naif, The Shoe Fairy alegra bella y tontamente el alma. Es más de lo que muchos films en este festival pueden ofrecer. Javier Luzi

SECCION OFICIAL NACIONAL
A propósito de Buenos Aires
(Argentina, 2006. Dirigida por once jóvenes realizadores de nuestro medio). Un gran número de historias, concebidas por un grupo de jóvenes directores que pretenden una mirada nueva sobre la ciudad de Buenos Aires. Pretenden, nada más. Porque todo es pedante, aburrido, pretenciosamente original. Parejo, homogéneo en su mediocridad, un film que no deja nada para reflexionar... excepto que si este es el futuro del cine argentino, estamos fritos. Rodrigo Seijas

El amarillo (Argentina, 2006. Dirigida por Sergio Mazza). En plena oscuridad nocturna un bote se desliza por el río y de él desciende un hombre. Cuando llegue a los lindes del pueblo (La Paz, Entre Ríos) se detendrá en el bar del lugar. Local de expendio de bebidas, sitio de acceso a la música y reducto del amor de pago. Allí conocerá a Amanda (revelación en presencia y voz de Gabriela Moyano) y su mundo femenino; un matriarcado que recibe al Otro. Algo entonces nacerá entre ellos. Con un comienzo atrapante, un trabajo con las luces y las sombras (y después con los colores) que sorprende y unos diálogos que dicen lo justo y se apoyan en el silencio, el film sabe trabajar lo desconocido como tensión e intriga. Hasta que la puesta en escena de “El jangadero” (en bellísima grabación de Liliana Herrero) se vuelve un videoclip que marca un quiebre evidente en la película. A partir de este momento, las canciones –como en los numerosos musicales que en cierta época del cine argentino funcionaron como promoción de los artistas que las discográficas tenían en sus catálogos– se impondrán por sobre aquella narración tan bienvenidamente seca y pequeñita que nos había atrapado, y ya no habrá nada por decir que la música y la letra no expliciten de manera burda. Javier Luzi

El árbol (Argentina, 2006. Dirigida por Gustavo Fontán). Una pareja de ancianos discute sobre cortar o no un árbol. A partir de ahí, se intenta retratar rituales y diálogos rutinarios, en un estilo que procura aproximarse al de Víctor Erice, pero que nunca consigue establecer un lazo adecuado con el espectador, perdiendo la oportunidad de reflexionar sobre el el paso del tiempo y los vínculos entre la gente. Eso sí, el árbol y la naturaleza fotografían muy bien. Rodrigo Seijas

Glue - Historia adolescente en medio de la nada (Argentina-Inglaterra, 2005. Dirigida por Alexis dos Santos). Debo confesar que entré sin saber con qué iba a encontrarme. Cuando apareció Nahuel Pérez Biscayart (el actor joven del momento) creí que me aguardaban un par de largas horas de sufrimiento. Los esperables tópicos de la adolescencia acechaban y nada presagiaba lo contrario. Pero lentamente las cosas comenzaron a acomodarse, y a surgir chispazos de interés, miradas inteligentes, reflexiones sin aires de sabiduría o de verdad revelada (aunque las voces en off molestan y bien podrían confundirse con ello), detalles minúsculos que trasuntan lo real.

Lucas y su amigo Nacho viven su amistad adolescente, ambigua en su sexualidad, plena de asombro y descubrimiento, entre el fútbol, la pileta del club, los viajes en bicicleta, los besos robados, el alcohol, las drogas y las escapadas a la gran ciudad lejos de las figuras (paternas) del orden. Entre ellos y Andrea, una compañera de colegio, se tejerán los primeros vínculos de esos que en una vida dejan huella indeleble. Entre ese espacio temporal en que todo es adolecer (la eterna falta) y la nada como locación efectiva de la vida pueblerina en Zapala (lugar del relato), transcurre este film que, más allá de sus excesos (en los movimientos de cámara, en las aceleraciones en la imagen, en la saturación del color), logra aprovechar varios otros recursos –como el formato Super 8– para expresar la interioridad de los protagonistas. Más allá también de algún desfase en los distintos registros actorales, y de alguno que otro clisé, el riesgo que el director asume al mostrar ese mundo abandonando la pacatería o la falsa moral le otorga méritos, y el humor de varios pasajes –un humor que no le teme a lo naif– es otro punto fuerte, que libera a la película de un enorme peso haciéndola ligera y, aunque sea larga, entretenida. Javier Luzi

La escuela (Argentina, 2006. Dirigida por Eduardo Yedlin). Documental sobre la ESMA, su papel como centro clandestino de detención durante la dictadura y las historias de amor, de horror, de resistencia, de vida y de muerte que se desarrollaron allí. Al principio, con la presencia de la periodista Miriam Lewin, se perfila como un episodio de “Telenoche Investiga”, y en el peor sentido posible. Pero, por suerte, el film va dejando que los testimonios y las imágenes hablen por sí solos, alcanzando espontáneamente momentos tristes y dolorosos, pero también graciosos e incluso hilarantes. En especial a partir de esas dos jóvenes hijas de desaparecidos que son capaces de cuestionar hasta a sus mismos padres, sin dejar de amarlos. Rodrigo Seijas

Los suicidas (Argentina, 2005. Dirigida por Juan Villegas). El segundo largometraje de Juan Villegas –cuya exhibición inaugural en el país fue la que motiva estas líneas– es la primera película argentina adaptada de una novela de Antonio Di Benedetto. Narra la historia de Daniel (Daniel Hendler), un periodista gráfico al que encomiendan investigar la historia de un muerto. Todo lo que tiene Daniel es una foto del occiso, y la aparente certeza –comunicada por su jefe– de que ese hombre se suicidó. A decir verdad, tiene más que eso: el tema es un elemento importante de su propia historia familiar, ya que su padre y otros parientes también se quitaron la vida. Y además la tiene a Marcela (Leonora Balcarce), la tímida fotógrafa de la redacción a quien le asignan ilustrar la nota con imágenes. Nunca se habían fijado el uno en el otro, pero empezarán a hacerlo. Y con el correr del metraje descubriremos que la timidez de la chica esconde más de un enigma, o misterio. La película presenta puntos de contacto con la primera de Villegas, Sábado, sobre todo a partir de los diálogos. Y llama la atención, porque uno siente que a Villegas, en cuanto cineasta, no le gusta que sus personajes hablen demasiado; y ellos hablan, pero con un tono parco, seco, cortado, cual si hubiesen contraído por contagio esa resistencia del realizador. Creo ver en esto una correlación o, si prefieren, una justificación artística en términos de estilo. Hendler es el de siempre, aunque su proverbial abulia, en un personaje abúlico, resulta más justificada que otras veces (“vos no te apasionas con nada”, le dice alguien en algún momento, y no por casualidad). Quizá porque el suicidio sigue siendo un tema de atractivo universal, acaso porque la amargura que campea entre los personajes también empalma con el misterio, tal vez porque estos decorados –a caballo de esta historia– adquieren un cariz atemporal... la cuestión es que la historia nos va llevando. ¿Que es un poco lenta? Y sí, pero también parece reclamar esa cadencia. ¿Que el final lo deja a uno con gusto a poco? Puede ser, un poco. Guillermo Ravaschino

Porno (Argentina, 2005. Dirigida por Homero Cirelli). Para una con sexo explícito, nada mejor que verla completa. Acabar con Porno es haber mirado una película que se queda en la superficie de la piel, a pesar de apelar a detalles macroscópicos de variados insectos y a planos cercanos de variadas personas. Dividido en capítulos, esta suerte de documental da cuenta de unos días de la grabación de una película porno en una casaquinta del sur del Gran Buenos Aires, de los pormenores que surgen tanto delante como detrás de cámara, de la convivencia cotidiana del equipo de trabajo. Vista así, la naturaleza maquinal de unos cuerpos que siempre deben estar dispuestos se torna palpable, y cualquier atisbo de erotismo se licúa para dar paso a un voyeurismo más o menos espectral. El problema del film es que el riesgo también se licúa, y todo queda en esteticismos berreta y en una pura exhibición –para más datos, sesgada (no hay una sola escena verdaderamente porno en el documental)– que no presenta ni sugiere reflexión alguna. Javier Luzi


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