Quinta película de Takeshi Kitano que llega a nuestras salas (aunque en
formato de video), Sonatine es un film de 1993, posterior a la
fallida Escenas frente al mar y previa al accidente de moto que lo
puso al borde de la muerte, dejándole como secuela ese tic en el
rostro que tanto poder dramático insuflaba en Flores de fuego. Sonatine
presenta las constantes estilísticas del director: ese uso tajante del
montaje, la mezcla de humor y violencia, su inspirado uso del espacio en
off, la melancólica humanidad de sus criminales y su eterno personaje,
pleno de quietud y calma... hasta que aflora su lado asesino.
Kitano encarna a Murakawa, un exitoso yakuza que comienza a
pensar en el retiro, al tiempo que es enviado con sus hombres a intervenir
en un conflicto de pandillas en Okinawa, aparentemente sencillo de
resolver. Pero las cosas se complican y pronto Murakawa y su banda deben
refugiarse en una casa junto al mar. Allí encuentra, al menos por un
tiempo, su ansiado retiro. Todos juegan como niños en vacaciones, e
incluso Murakawa se consigue una compañera. El mundo real parece
desvanecerse y todo es alegría y diversión. Pero sabemos muy bien que no
será permanente. Y que la balacera final será inevitable.
Ahora bien, ¿cómo cuenta Kitano esta estadía en la sala de espera al
infierno?
Con su humor característico, inimitable. Kitano usa la comedia como
motor drámatico hacia la tragedia. Una noche, él y sus hombres se
organizan en dos bandos para jugar a la guerra con fuegos artificiales. De
un lado a otro vuelan morteros y cañitas voladoras. De golpe se escuchan
disparos. Es él, que está haciendo trampa: acaba de desenfundar su
revólver y dispara a mansalva contra el bando enemigo. La escena
terminará así, como un juego, sin heridos. Y es hilarante. Pero por
debajo de la carcajada queda en el espectador una sensación incómoda,
perturbadora; la impresión de que esa gente es tan peligrosa como amiga
que como enemiga. En torno de esa filtración de la violencia gira casi
todo el humor de Beat Takeshi, que así tensiona la trama hacia el
desenlace fatal. Aun en los momentos de distensión y alegría, esa
agresividad está presente, latente, pujando por salir a la superficie y
encaminar a los personajes hacia el colapso.
En una secuencia inolvidable, su compañera prueba la ametralladora.
Acto seguido, Kurakawa se despacha a un manojo de enemigos. Kitano lo
filma con mano maestra, haciendo impecable uso del espacio en off. Sólo
vemos al personaje con la metralleta y el reflejo relampagueante del arma
de fuego nos permite observar a algunos de sus oponentes cayendo como
bolos apiñados frente a la cámara. Todo coronado por un plano de la
ametralladora disparando hacia el espectador. La turbación que provoca
esta secuencia nos había sido anticipada por los cuerpos temblorosos de
Kurakawa y su pareja cuando esta accionaba por primera vez una metralleta.
La puesta en escena perfecta de la violencia. El cierre trágico, lógico,
de un calculado desarrollo dramático, lleno de tensión y alegría, pero
que jamás sugirió otra resolución posible.
Como Flores de fuego, Sonatine es una gran película.
Obra maestra, probablemente. Kitano merece más que estrenos proyectados
en video y, sobre todo, merece público. Es uno de los mejores directores
del momento.
Ramiro Villani