Esta es una superproducción que tiene un pie
sobre el aliento épico que nutrió a viejos films poblados de gladiadores y esclavos
(desde Espartaco hasta Ben Hur, pasando por Quo Vadis y Hércules).
Contó con un presupuesto de más de cien millones de dólares y con la tecnología de la
que todos esos títulos, rodados hace casi medio siglo, carecían. Unas pocas ideas le
hubieran bastado para iluminar más y mejor este costado de la historia humana, tan
propicio por lo demás para las imágenes cinematográficas.La trama nos lleva al año 180, época de la famosa
decadencia del Imperio Romano a manos de la burocracia política, las componendas y las
corruptelas (sí, algo parecido a lo que nos toca en el presente). En este sentido, lo
primero que demuestra Gladiador es que sólo Hollywood podía ser capaz de
presentar una versión de este período más simplificada que la de los manuales en que lo
estudiábamos de chicos. A juzgar por lo que se ve, Marco Aurelio (Richard Harris) más
que un emperador, o César, era un patriarca bueno, un viejito angelical con principios
poco menos que gandhianos. Cuando olfatea a la Parca, este buen hombre decide
convertir a Máximo, el más talentoso de los generales de Roma, en su sucesor. Pero su
propio hijo, Cómodo, un villano amanerado y pérfido muy sobreactuado por Joaquin
Phoenix, lo asesina (esto ocurre al comenzar el film). El entorno hace la vista
gorda y Cómodo asume el poder, dispuesto a corromper un poco más a Roma y, sobre todo, a
reducir la vida política imperial a aquello que su padre despreciaba: pan y circo.
Circo romano, para el caso, ya que los grandes clásicos de la época se
dirimían en el Coliseo. Entre fieras hambrientas y soldados bien pertrechados de un lado,
y esclavos que salían no tanto a matar como a morir, del otro.
El film de Ridley Scott (que es el mismo de Alien
y Blade Runner, aunque acá no se nota para nada) gira en torno de Máximo
(Russell Crowe), ese general que lejos de heredar el trono se convierte en la primera
víctima del nuevo César. Que lo quiere bien muerto, y lo tiene a su merced, pero no
logra liquidarlo por esas cosas que tienen las películas. Máximo se salva y fuga. Cae
preso. No pudiendo revelar su identidad, el general se convierte en esclavo. Y el esclavo,
en gladiador. Lo que resta es seguir la campaña de este soberbio luchador sediento de
justicia y venganza, que empieza su carrera en las provincias (en las ligas chicas,
se diría) pero con la vista puesta en Roma, ya que allí se escuda su némesis. Esta
evolución ofrece algo de gracia, porque está narrada en plan de campeonato
futbolístico. También cabe destacar el trabajo de Russell Crowe, tan ajustado que uno
llega a pensar que habla en latín, y no en inglés, la escenografía y unas pocas lides
sobre la arena coliseica. Pero las más de ellas, como así la espectacular batalla contra
los germanos que abre la narración, demuestran que no hay puesta en escena que valga, por
más ampulosa y poblada de extras que esté, cuando el montaje es pobre. Y aquí campean
las cámaras lentas y las tomas fugaces, mal pegadas, que invitan a adaptar
cierta idea que Cocó Chanel tenía sobre el maquillaje: el buen montaje concentra la
atención sobre la acción; el mal montaje, sobre sus propios mecanismos.
No obstante, si Gladiador sólo hubiera
aspirado a ser una "montaña rusa" de acción y aventuras en la antigua Roma tal
vez tendríamos algo para celebrar. Pero no. Las conspiraciones políticas, las intrigas
de alcoba y una muy distorsionada actualización de la filosofía y los problemas
de la época meten su lastimosa cola. Todos estos filones son objeto de copiosos
diálogos, tan espantosamente infantiles que por momentos todo se asemeja a una obra de
teatro para niños. Pero en fin: a través de esas palabras el film todo, como Marco
Aurelio y Máximo, deja en claro que abomina del pan y circo con que Roma
manipuló a su público. Lo curioso es que eso mismo especialmente el circo
está en la esencia de todos los momentos culminantes (léase: los clímax) de la
película. Con lo que Gladiador es adalid de aquello que fustiga.
Guillermo Ravaschino
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