La nueva película de Ridley Scott (Alien, Blade Runner) gira en torno de
una institución muy cara al cine de temática militar: los Navy Seals, las famosas tropas
de élite de la marina estadounidense. Hasta el límite también es una
"película de reclutas", verdadero subgénero dedicado a ensalzar las tortuosas
rutinas al cabo de las cuales un puñado de frágiles adolescentes quedan convertidos en
consumados expertos del arte bélico, hombres hechos y derechos listos para servir al Gran
País.
Todos los ingredientes de la receta
desfilan sin prisa ni pausa por la segunda película de Ridley Scott claramente concebida
según los patrones del Mainstream hollywoodense (la primera fue Corazón de héroes,
con Jeff Bridges). Las maratónicas jornadas de ejercicio al compás de los consabidos
jingles, los chistes machistas, los malos tratos de la superioridad, atenuados a medida
que los jóvenes se van templando, para concluir en una suerte de relación fraternal
entre jerarcas y soldados rasos. Last but not least, el espíritu de cuerpo de la
milicia vuelve a ser presentado como espíritu de solidaridad, aquí practicado por los
futuros marines con efusión digna de colegiales cándidos. La novedad, claro, es que Hasta
el límite está protagonizada por una mujer.
Esa mujer, Jordan O'Neil, es la primera
dama que prueba suerte entre los aspirantes a Navy Seals, con lo que el personaje de Demi
Moore está inevitablemente sobrevolado por connotaciones de sesgo feminista. Lo curioso
es el modo en que el film las expone y las canaliza. O'Neil lleva sus ansias
"igualitarias" al extremo de rechazar las ventajas que se le conceden en nombre
de diferencias físicas que están más allá de cualquier prejuicio, como si Ridley Scott
la hubiera utilizado para llevar más lejos que nunca el rasgo epidérmico del mito del
héroe ("'el que todo lo puede"). La idea es que esta heroína... ¡hasta puede
ser un varón! No por nada en determinado momento le ruge "Suck my Dick!"
("¡Chupame la verga!") a su instructor boquiabierto.
Cuando todo estaba aparentemente listo
para el desenlace, a Hasta el límite se le ocurre empezar de nuevo. En efecto, una
subpelícula en estilo Rambo arranca cuando una misión verdadera, inesperada, se
encarga de bautizar en armas a los flamantes Seals. Los enemigos, a tono con los ya
consagrados fantasmas cinematográficos de la posguerra fría, son militares libios
subordinados a Khadafi. Las novedades en este punto son de índole técnico-fílmica:
montaje tipo CNN, con zooms violentos y desenfoques, mostrando siempre de lejos a los
árabes, lo que permite "minimizar" los daños sufridos por el rival y, al mismo
tiempo, deshumanizarlo. Generosos primeros planos, mientras tanto, se encargan de resaltar
el gallardo empeño de los norteamericanos, gloriosamente comandados por la teniente
ONeil.
Guillermo Ravaschino |