Roy (Nicolas Cage) y Frank (Sam Rockwell) son dos pequeños estafadores de
guante blanco que, a fuerza de largos discursos y algunos trucos sucios pero
bastante inofensivos, envuelven a sus víctimas y consiguen sacarles buenos
puñados de dólares.
Roy, algo mayor que
el otro,
tiene
cara de “buen tipo”,
mucha más
experiencia
(llega a ser un verdadero artista en lo suyo)
y
mejor posición económica.
Y
le
"da cátedra"
a su
joven, inexperto y ambicioso
compañero. ¿Les suena? Es que, hasta aquí, Los tramposos se
disuelve en
un montón de otras películas referidas al mundillo de los
estafadores, a sus códigos y sus transas.
Como en Atrápame si puedes de Steven Spielberg o en Nueve reinas
(el excelente film argentino de Fabián Bielinsky, al que
Los tramposos
le debe
mucho), en un comienzo el interés reside en observar los métodos que se
despliegan para engañar
y en intentar
descubrir adónde está la trampa.
Pero,
por supuesto, es más interesante cuando, como en aquellas películas y aquí
en Los tramposos, la historia
aspira a un poquito más.
En Los tramposos conviven varias subtramas que al principio se
desarrollan en forma paralela. Roy es un hombre prolijo, meticuloso y
obsesivo de la limpieza. Todo funciona bien mientras tome sus píldoras y
controle
la
incontable variedad de tics que lo aquejan
para que
no interfieran en su trabajo.
Pero, de repente, la ordenada existencia de Roy se ve afectada por la
aparición de una hija, Angela (Alison Lohman), a la que nunca había
conocido. La jovencita encuentra a su padre bastante divertido y comienza a
frecuentarlo e invadirlo; también se siente emocionada y atraída por la idea
de aprender algún “truquito” cuando descubre la verdadera ocupación de su
papi.
Psiquiatra mediante, este criminal –que Nicolas Cage compone con gracia y
algo de exageración– va manejando sus fobias y la nueva relación sentimental
que ha entablado con la chica. A esto se suma la posibilidad de dar el
gran golpe: esa estafa enorme que Frank le venía proponiendo a Roy y
que, por fin, éste decide
encarar. A partir de este momento las piezas
comienzan a encastrar, las líneas narrativas terminan de tomar forma y se
entrelazan gracias a la acertada narración de Ridley Scott, y se desencadena
el tramo final de la película. No todo resultará como Roy lo había planeado.
Las “vueltas de tuerca” (algunas previsibles y otras mucho más inesperadas)
se irán sucediendo hasta el desenlace, que apuesta a sorprender al
espectador más que a ninguna otra cosa.
El director de las aclamadas Alien (1979) y Blade Runner
(1982) ha desarrollado una filmografía extensa, diversa, despareja. Más
cercana a sus primeras realizaciones que a sus últimas superproducciones (Gladiador
en el 2000, Hannibal y La caída del halcón negro en el 2001)
Scott compone en Los tramposos una pieza superflua
pero
entretenida.
Algo extensa, pero mayormente sólida, con buen ritmo y oportunos toques
humorísticos.
Yvonne Yolis
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