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MILLION DOLLAR BABY

Estados Unidos, 2004



Dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, con Hilary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel, Mike Colter, Lucia Rijker, Brian F. O'Byrne.



No suelo recomendar películas de Clint Eastwood, ni producciones de las más grandes compañías de Hollywood. Sin embargo, la multipremiada y multinominada Million Dollar Baby tiene todos los méritos. Si bien mantengo las reservas y diferencias ideológicas frente a todo el cine de Eastwood, en esta ocasión narra una historia que conmueve profundamente, incluso a sus detractores de siempre, en la que considero su mejor película.

Su cine –eminentemente masculino– vuelve a abordar la problemática del varón: una vez más en el centro de la pantalla, el director encarna a Frankie Dunn, de origen irlandés, dueño de un decaído gimnasio de entrenamiento para boxeo, y entre golpe y golpe lee los poemas de William Yeats y estudia la lengua celta gaélica. Frankie no ha logrado conservar una familia: acude a misa todas las mañanas desde hace 23 años, tratando de obtener un perdón (por culpas desconocidas) que ni él ni su hija pueden otorgar. Ese pasado culposo –y su lema de cabecera: "siempre debes protegerte"– lo han alejado de toda relación humana, excepto la larga amistad que sostiene con Scrap, ex boxeador, su empleado multifuncional y alter ego (un impecable Morgan Freeman, quien también había acompañado a Eastwood en Los imperdonables) con quien comparte soledad y sinsabores de la edad, formando ambos la clásica pareja de amigos de humores complementarios. Ese mundo exclusivamente masculino es penetrado por Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una chica que sueña con un futuro de boxeadora profesional, y que pacientemente va quebrando las resistencias de Frankie. Al tiempo que se constituye en una figura tutelar, éste encuentra la oportunidad de reparar una paternidad fracasada, y ella ve en él el sustituto de un padre idealizado. Pero si en algún momento creemos que Eastwood nos pone frente al tópico del sueño americano triunfalista, a la superación de los obstáculos y el logro final mediante el esfuerzo y la voluntad, pronto nos desengañaremos, porque el film cambia el rumbo y da una vuelta de tuerca a la historia, mutando un clásico film de boxeo en oscuro melodrama.

Eastwood ha dado forma a una historia negra, de muy pocos protagonistas, que tiene lugar en ambientes sórdidos, como el barrio degradado de trailers donde habita la familia de Maggie, su propio inhóspito departamento o el oscuro gimnasio de Frankie; subrayada por una iluminación y fotografía elocuentes. Un film clásico que no teme transitar los tópicos, narrado desde la voice over de Scrap, quien parece entender los sentimientos y motivaciones de su patrón como si fueran propios.

Eastwood, quien suele involucrarse personalmente en sus películas, parece haber encontrado su justo lugar en la pantalla. Lejos de las bravatas ridículas de Jinetes del espacio, de los alardes de viejo seductor de Deuda de sangre y del prescindible protagonismo de Piano Blues, su actuación resulta asombrosamente conmovedora. Por fin parece aceptar su edad –con el apoyo de su contemporáneo Freeman– y medita sobre la cercanía de la muerte en un golpe maestro. Si el film tiene algunos puntos de contacto con la recientemente estrenada Mar adentro, con la que también comparte nominaciones, su discurso es mucho más sutil, nunca declamatorio como en la película de Amenábar, íntimamente trágico y de honda intensidad. Conocemos su talento narrativo y su buen ojo para la cámara, y aquí vuelve a exhibirlos en el uso del ritmo, la inclusión del humor y el manejo de la progresión dramática. Las escenas de combates en el ring constituyen una lección de cine: las luces, las cámaras y la tensión se apoderan del espectador más reacio a contemplar ese deporte. Y su manejo de lo público y lo privado, su pasaje de la violencia a la ternura es una joya en su filmografía. Es por otra parte conocido el amor de Eastwood por el jazz, y esta película incluye partituras suyas.

Hilary Swank, quien ya obtuviera un Oscar por su trabajo en Los chicos no lloran como otra joven que desarrolla actitudes poco frecuentes en una mujer, transmite todo su entusiasmo cada vez que está en pantalla. Ella resulta una rara heroína en el universo de Eastwood, quien conserva sin embargo su misoginia, fruto sin duda de algún trauma no resuelto aún. Al final, los lunares ideológicos: pocas madres terribles pueden ser tan estereotipadas y caricaturescas como la de Maggie, proveniente de una clase social que Eastwood desprecia desde su sitial olímpico, y pocos rivales habrá sobre el ring tan sucios e infames como la ex prostituta a la que enfrenta Maggie, negra por añadidura.

Josefina Sartora      

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