Heterodoxia.
Nombre comodín para una sección de películas que no entraban en ninguna doxa
fija, o que se salieron del molde, o de temática incómoda, o que traían
propuestas estéticas no convencionales, digamos. En un festival tradicional
como el de Mar del Plata, esto incluía la cinematografía asiática, aunque la
misma hace tiempo que dejó de ser extraña.
Sumamente despareja, esta sección aportó una de
las perlas del Festival, El sabor del té, un hermoso film japonés del
para mí desconocido Katsushito Ishii, aunque el catálogo informa que
colaboró con Tarantino en las secuencias animadas de Kill Bill. Y el
film incluye el animé, aunque de manera secundaria, entre las muchas áreas
que abarca: retrato familiar con miembros también heterodoxos (familia tipo
incluye abuelo pirado y tío ídem), niña con doble gulliveriano, adolescente
enamorado, recuerdos de Ozu con su cámara fija y sus historias familiares,
humor sutil y muchas cosas más, todo en medio de una pintura de la
naturaleza como hoy sólo los orientales pueden plasmar. En este film
seductor e inclasificable actúa el actor japonés del momento,
Tadanobu Asano (el de la foto que ilustra estas líneas), visto en la ya estrenada Zatoichi, y en Vital
y Café Lumière, también proyectadas en el Festival. Un intérprete que
no necesita hablar mucho para transmitir su rara combinación de fuerza y
ternura.
En esta sección era
ineludible el tema gays & lesbians, presente en Butterfly, de
la directora china Yan Yan Mak, un film muy mediocre, excesivamente moroso,
sobre una mujer y sus relaciones lesbianas en el pasado y el presente, y
The Raspberry Reich, del irreverente Bruce LaBruce, de quien el Bafici
presentara una retrospectiva en 2001. El film es una sátira punk absurda al
terrorismo pasado por Godard, con sus habituales toques porno, que ya a esta
altura no escandalizan a nadie. En esta temática, en cambio, me parecieron
excelentes los documentales Tarnation, de Jonathan Caouette, y
Tender Fictions, de Barbara Hammer. Esta interesante realizadora, a
quien el Festival rindió homenaje y dedicó una retrospectiva, estuvo
presente para discutir sus películas y su activismo por la igualdad de
derechos de las lesbianas.
Los niños también fueron
tema en Heterodoxia. Innocence es ópera prima (con probable estreno
comercial en el futuro próximo) de la directora yugoslavo-francesa Lucile
Hadzihalilovic, pareja y montajista de Gaspar Noé, a quien rinde tributo al
principio del film: presenta los créditos que habitualmente van al final, y
comienza con el último plano, que se repite al final (recuerdan a
Irreversible, ¿no?). Obra desconcertante, presenta el universo cerrado
de una escuela de niñas bailarinas que llegan a la misma en un ataúd, sin
explicaciones, y se van en su pubertad, sin que sepamos hacia qué. Incluye
elementos mágicos y la poderosa fotografía y un permanente juego con la
intriga, la ambigüedad, los silencios, las insinuaciones y la claustrofobia
sugieren perversiones ocultas. El abuso sexual a los chicos se consuma en
Mysterious Skin, film yanqui independiente de Gregg Araki. Traza
historias paralelas de dos chicos que en el mismo pueblo fueron abusados por
hombres mayores: uno ejerce la prostitución gay desde muy joven y el otro ha
borrado el recuerdo y supone que sus problemas psicológicos derivan de haber
sido raptado por extraterrestres. Bien realizado, durísmo y perturbador. (El
abuso físico y moral sobre los niños no fue tema privativo de esta sección:
el excelente corto alemán Little Rabbit In A Hole y la extrema y
contundente última película de Asia Argento, El corazón es engañoso por
sobre todas las cosas, de la sección La Mujer y el Cine, dejaron mi
ánimo totalmente conmovido.)
Apostilla:
el bochorno total
El Festival mostró más de 60 títulos
argentinos, entre cortos y largos de ficción y documentales, ya que es (como
el Bafici) una vidriera para vender nuestra cinematografía al exterior,
donde despierta fuerte interés. Preferí postergar su visión y prioricé
aquellas películas extranjeras cuyo estreno es menos probable. Sin embargo,
mi interés por Adrián Caetano me empujó hacia una única película argentina,
Después del mar, que para mi desgracia (y la de muchos otros) terminó
resultando la peor de las vistas en el Festival. Se habla de film por
encargo, de compromisos... pero uno se pregunta sobre el nivel de los
compromisos de Caetano para que haya firmado este bochorno que da vergüenza
ajena. Victoria Carreras (de la dinastía epónima) es actriz, productora y
guionista de un film que combina los aspectos menos logrados de Sorín con
toques auténticamentes subielanos: un músico y poeta viaja a pie por la
Patagonia con un piano de cola, que terminará flotando en el mar, acompañado
por un compendio de lugares comunes sobre la poesía. Qué lejos quedaron
Bolivia y Un oso rojo. ¿O fueron lapsus?
Josefina Sartora